Las grullas vienen de muy lejos. De los países del
norte de Europa. Ya las han visto cruzando los cielos sorianos. De hecho,
Santiago Bartolomé, ha colgado una foto
tomada, probablemente, desde Valdelubiel. Buscan las tierras cálidas del sur.
Se afincarán en campos extremeños y andaluces.
Las grullas vuelan en forma de V, o sea, de esa
letra que abre la palabra victoria porque es
una victoria atravesar tantas tierras. En los países de donde vienen las
grullas amenazan los fríos helados que arrancan en el Polo; el hielo es el
manto natural del amanecer.
Las grullas llegan a un país hermoso. Hermosa es la
tierra parda de los barbechos que aguardan sementera; hermosos son los paisajes
de encinares y dehesas donde se
aposentan; hermosos son los ríos y los valles y los arroyos y los carrizales y
las tuberas…que buscan desde la altura.
Las grullas
llegan. Comparten dehesas con otros seres de la naturaleza; la tienen por suya.
La dehesa está ahí. Las espera. Como se espera a alguien que tiene que venir a
su tiempo y a su hora. El agua de otoño les ha puesto un manto verde de yerba
que apunta y la alfombra.
Cuando pasan las grullas, dicen los que viven en los
corredores – autopistas del cielo donde no cobran peaje – se oye un “cru-cru”
inconfundible. Llenan el cielo con una música diferente. Es una sinfonía para
andar sus caminos. ¿Las grullas llevan puestos el cinturón de seguridad?
Traen mucho camino andado. Los vientos le hacen de
eco; las nubes, requiebros Anuncian a la gente que están aquí, que pasan, que
siguen su ruta. Es su tiempo; estamos a primeros de noviembre.
Las grullas no saben leer. Probablemente las grullas
desconocen que, en este país al llegan, –
lo dijo don Antonio Machado que vivió en la estepa soriana y supo de hielos por
fuera y por dentro, hay “mala gente que camina / y va apestando la tierra”. Él,
también, había andado muchos caminos.
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