Viaje relámpago a Madrid. Otoño, en los árboles; presencia policial en
la calle. Hace, todavía, calor. Veo a Dios
vestido de mendigo por muchos sitios. Pide limosnas en la puerta de la
Almudena, en Jesús de Medinaceli, en San Ginés… Dormita en los bancos de Paseo
del Prado.
Nadie le hacía caso. La gente pasa. Algunos miran;
otros, no. La gente - yo, también -
sigue, a los suyo. Nada de aquello va
con ellos. Es una imagen tan usual…
El cielo velazqueño se extiende por las pimpolleras
de los plátanos. Los árboles se despojan
del ropaje de verano; las hojas alfombran
el suelo. No se movía nada, Se pide una
brisa suave, tenue, aunque sea casi imperceptible; ni eso.
Dios cambió de
ruta y de paseo; decidió andárselas
por la ciudad. Tenía la barba de muchos días; el pelo mugriento; ropas
andrajosas y sucias; los pies…. Los zapatos con las punteras rotas y ajadas. No
tenía calcetines (¿cuando llegue la noche, cómo combatirá frío de los pies?) Un
vaso de plástico es la extensión más larga de su mano. Pide unas monedas…
El tren de la vida lleva prisa; demasiada. No tiene
parada en muchas estaciones. Son estaciones de lujo. En esas estaciones sobran
muchas cosas. Huelen a perfumes,
perfumes caros de esos que embriagan y salen a la puerta y les dan de lleno a
los que van de paso.
La vida se va. Estas personas, un día, perdieron el
tren. Parece que no quieren subirse. Se han vuelto indiferentes. Tampoco le
despachan billete ni le reservan asiento. Son personas ancladas en las
estaciones, en bancos que comparten con su soledad.
Algunas veces, Dios, sin que se entere nadie, va y
se disfraza de mendigo – en forma de hombre o de mujer, da lo mismo - y se
viene a pedir a los pórticos de las iglesias, en las puertas de los
establecimientos, en…, y cuando le vence
el cansancio dormitan sobre un banco el parque. A Dios se le ocurren unas cosas
más raras…
No hay comentarios:
Publicar un comentario