La sinrazón se ha vestido de venganza en París.
Repartió dolor junto a las gradas de un estadio de fútbol. Quizá alguien se
cruzó con ella. No le prestaron caso.
Pasaron de largo; no la reconocieron. Nada de aquello iba con ellos. Es una
imagen de muchos días…
El cielo de París estaba precioso. El cielo de París
siempre es algo único; en otoño, más. Luego la noche lo trasforma en luz y
París es la ciudad de la luz. París luz, París glamour, París libertad, París
moda, París sonrisas… Desde anoche, París horror.
Los encargados de asunto estaban cegados por la
venganza. Odio y más odio. Matan en nombre de un dios de muerte. No tienen
límite; carecen del más mínimo sentido de la conmiseración hacia otras personas
ajenas a todo lo que ellos dicen que defienden.
La sinrazón cambió de acera en el paseo de la tarde.
Los telediarios nos amargan, por sistema, la comida todos los días. Siria, Afganistán,
Palestina, Egipto…; ahora, París. El título de las memorias de Hemingway decía
aquello de París era una fiesta, más o menos. Ahora, hay otras memorias; otros,
título. Muchos nombres; todos con el mismo denominador: dolor, terror, tragedia…
El tren en el que viaja la sinrazón lleva prisa;
excesiva prisa. No para en ningún apeadero; pasa de largo por las estaciones que no les
interesa, y huele a muerte y a pólvora. El tren de la sinrazón trasporta cosas
muy feas.
Se le ha ido la vida a muchas personas. Vivían su
noche de fin de semana. Estaban en Saint Denis viendo un partido de fútbol;
cenaban en un restaurante; echaban el rato en una sala de fiestas, de moda, en
el París diferente.
Su vida se les ha anclado en vías muertas de
estaciones sin salida que no vienen en el mapa. Esas estaciones, a partir de
ahora si figurarán en los callejeros y todas tendrán junto al nombre propio el
del apellido del terror, de la muerte, de la barbarie, de la sinrazón… ¿Para
qué seguir?
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