jueves, 5 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El puesto

Cruzó el río por el vado del Álamo. El río iba un poco crecido y turbio. El agua achocolatada del río cantaba que, en otro lugar, había descargado un aguacero. Subió por la cañada y antes de coronar la cuesta giró, a la izquierda, hacia la Loma de Virote.

Desde allí vio como las nubes pasaban de largo por Sierra Aguas. Eran nubes altas, más cirros que nimbos; blanquecinas, como una sábana deshilachada y rota. No eran nubes negras, de agua, de paso lento y pesado como cuando las yuntas de bueyes tiraban de las carretas.

Llegó a la recacha de la solana. Amarró la yegua en un moño de palmas junto a un majano; la trabó; le redujo más la movilidad. Se echó la pelliza sobre los hombros, caminó despacio y se alejó hasta  la media ladera, en un lugar donde se le hacía un requiebro al aire.

Acarreó unas piedras; las canteó, las colocó, una sobre otras, y entre el terreno que lo amparaba y su mañana levantó el puesto. Dejó una tronera - porque tenía dos cañones - por la que sacaría los cañones de la escopeta.

Se separó del puesto un trecho ni largo ni corto. Lo suficiente para controlar al pájaro de la jaula y a los que le entrasen del campo. Buscó una piedra plana. La puso sobre un pequeño montículo para darle elevación…

Volvió a donde había dejado la yegua. Sacó de uno de los cujones del serón  la escopeta y la jaula con el pájaro. La jaula estaba cubierta con una sayuela para evitar la brega del animal. Era una jaula de puesto. La puso sobre el tanto; la descubrió y la camufló con retamas, matagallos y mastranto.


Armó la escopeta y esperó. Se levantó un poco de brisa. Pasaron volando unas palomas, a contramano, y muy altas. Vio como se levantaba una alondra. El pájaro de la jaula se arrancó; le respondió el campo. ¿Ahora? Se enzarzaron en una greña reñida pero no acudían.  Aquella tarde no entró ningún pájaro…

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