Escucho a Vivaldi. Lo pide el cuerpo. No puede ser
de otra manera. El campo está precioso. Pide agua a gritos. El agua no llega.
Dicen en el telediario – mi amigo José María me lo lleva advirtiendo desde hace
mucho tiempo – que la culpa la tiene el cambio climático: calores, sequías,
tempestades. Va ser que le voy a tener que dar la razón.
Me levanto tarde. Anoche llegue – entre pitos y
flautas – casi a media noche de regreso de La Rosaleda. Sabe mal eso de verse
camino de la Segunda División. Me quedé leyendo un rato. Me enfrasqué con Josep
Pla. Una forma como otra de esconder la cabeza bajo el ala.
A media mañana aparecieron nubes de levante. Un
pequeño rebaño de corderillos nuevos. No tenían pastor. Llamo a Gabriel; le
hago una consulta sobre la miel. Gabriel fue colmenero. Sabe de abejas y miel.
Me honra con el néctar de su amistad.
Al medio día doy un paseo corto. Comentamos – voy
con dos amigos – la hermosura del palo borracho en flor. Es todo exuberancia y
colorido. Regala belleza; flores blancas en el centro y rosáceas en la
periferia. La Fuente de la Manía con él
enfrente…
Barbeito pone en su blog – y en un comentario, a un
artículo mío: Luna de Noviembre, ¡que honor, Maestro! – que le da pie a un
poema inédito de hace un puñado de años: “Deja abierta la ventana / que la luna
entre / y que al entrar nos encuentre surcando la besana…” Maestro, soberbio.
Como todo lo tuyo, como tú…
Dos ramos de rosas en dos jarrones de cristal, en
los extremos de mi mesa. El sol tibio de la tarde juguetea entre sus pétalos.
Son rosas amarillas, asalmonada, rojas suaves, rojas intensas, rosas - parece una redundancia; no lo es –
blancas... El sol de otoño es el más bello de todos los soles del año.
Por los auriculares sigue Vivaldi. “Y mientras
limpia la Luna / las estrellas de noviembre, / deja que mi amor te siembre / la
semilla que nos una…” Precioso, Antonio, precioso. Entorno los ojos; sueño…
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