¡Ufff…, qué lío! Aquí, y por esos mundos de Dios.
Poco carbón; mucho cisco. Esto está como para apagar la televisión, no comprar
los periódicos ni escuchar la radio…, y hacerse uno ermitaño como aquellos que vivían
en cuevas y en los desiertos.
El Españoleto, o sea, José de Ribera, el máximo
exponente del tenebrismo en la pintura española del barroco pintó a un san
Pablo ermitaño en los desiertos de Egipto. Un cuervo le llevaba un pan diario
para alimentarlo en su ascetismo.
No sé sí por ahí va el agua al molino. Desde luego,
a donde no se puede ir en una temporada es a Egipto. A otros muchos sitios, tampoco. Explosivos en los aviones; atentados de locos. No se echan colonia sino
un montón de pólvora encima; se la cuelgan a modo de bombas.
No hay que ir tan lejos. Punta del mapa. La mar azul
baña unas costas de aguas limpias; los pinos se asoman a los acantilados.
Cobijan a un puñado de hombres – y mujeres – sin limpieza de ideas, ni generosidad de sentimientos.
Piensan en ellos. Solo en ellos. Les ha barrido una
‘tramontana’ rara. No venían esos aires ni del Ampurdán ni del Valle del
Róndano; no. A mucha de esta gente no
los admitirían como eremitas en los desiertos. Ya han hecho de su tierra uno,
grande y por mucho tiempo…
Corren malos vientos. El otoño está ‘aseadito’. Ha
llovido en algunos sitios con vergüenza; en otros, ha arrasado. No hace frío. O
al menos ese frío que empuja a los pájaros del campo – los otros pájaros no lo
necesitan – a buscar el amparo de un terrón en los barbechos para pasar la
noche.
No sé. Esto huele a desconcierto. En medio de todo
salta la noticia: el Papa manda a Omella
como nuevo arzobispo de Barcelona. A mí Barcelona me queda como muy lejos. Con
el obispo compartí – por circunstancias, claro – una mesa. Oigan, para
descubrirse. Dará que hablar. Al tiempo. Algo bueno tendría que haber en un patio
tan revuelto.
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