La culpa la tiene el
anticiclón. Ni llueve, ni aire, ni gases que se van… Todo se queda pegado al
suelo. A media mañana abre, que es un decir. El sol llega con retraso paso. Al
mediodía calor; por la tarde, otra vez el rocío. Todo cíclico.
Temprano, los eucaliptos del arroyo eran gigantes – que no
molinos –, sin aspavientos ni movimientos raros. Estaban quietos, estáticos; en
espera de acontecimientos. Los naranjos,
fantasmas inmóviles; las naranjas chorreaban vapor de agua entre el ramaje
tupido.
Dice el maestro
Barbeito que: “Las las lindes escriben con tinta verde la historia de la otoñada”.
Hoy, no. Esperaban la hora en que tocaba escribir la muestra ordenada por la batuta
mágica que inicia la sinfonía del campo. No habían salido, tampoco, los pajarillos tempraneros.
El campo se había
puesto un mantoncillo gris blanquecino. Se lo han traído de regalo de algún sitio lejano. Estaba como quien
estrena un trapo y no se lo quiere quitar por más que se lo demande la
necesidad. El campo era un puro misterio de embrujo y adivinanzas ¿Ahí, detrás
qué habrá?
Antes creíamos que
todas las nieblas tenían su cuna en los campos de Escocia, Inglaterra y Gales. Nos
encogían el alma aquellas películas de terror por las calles de Londres con el
criminal que andaba suelto bajo unos faroles de luces tenues y tristonas.
Otro criminal nos ha
encogido el alma. La noche - una noche de niebla - en sus horas de madrugada; un
pueblo blanco del Aljarafe sevillano: Sanlúcar la Mayor. No había luces tenues en la calle sino muchas
oscuridad dentro de un alma con la claridad de la mirada perdida. Una escopeta.
Un hijo que grita… La muerte se entró por la puerta. Dos vidas…
“A distinguir me paro
/ las voces de los ecos…” escribió don Antonio Machado. La niebla no tiene la
culpa. Voces y ecos de muerte de la mano; demasiados. Algo no cuadra. ¿Cómo
puede vivir un criminal en una calle que se llama Calle de la Paz? Cuando salga
el sol hay que abrir los balcones que
dan al alma y contestar a muchas preguntas…
Hermoso retrato, querido Pepe. A ver si quiere Dios que llueva, que jarree. Que como el Niño-Dios no juegue en diciembre con los charcos...
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