jueves, 19 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otra vida.

No es  la llamada sobrenatural; no. No es la soñada por los que sacan los décimos de lotería; no. Tampoco la que nos venden esa gente que se vocifera, entre ellos, en los programas de televisión que atontan las mentes; no, no.

Verán. Miguel es el barrendero de mi barrio. Es un hombre joven. Miguel con las claras del día se las anda por la calle. Recorre la acera. Lleva una escoba y un artilugio, a modo de bidón, en el que deposita lo que otros han dejado durante la noche. Hace su trabajo por un sueldo. Seguro que no es grande… Miguel es una persona anónima.

Otro Miguel, -  Miguel Ángel - cuelga fotos de naturaleza. Está en contacto con ella. Vive con ella. El campo es su compañero diario. Trae la belleza de  los chivos nuevos que llenan ya el corral; las ubres pletóricas de leche; las cabras, que carean en los pastos. Bestias, frutos, puestas de sol, amanecidas…

Marilina cuelga una foto del río. El río, en la foto de Marilina, está precioso. Enigmático. Tiene, embrujo y, lo que es más importante, en un río: tiene agua. Las orillas, ahítas de vegetación de ribera; en la lejanía, la Sierra del Valle recorta el horizonte. Unas nubes vienen de paso…

Mariló me cuenta de las tonalidades del cielo en los atardeceres de nubes anaranjadas y azules. Me habla del murmullo del mar. Mariló vive cerca del mar… Los disfruta  - a los atardeceres y al mar - desde su perspectiva. La naturaleza se los pone casi en la puerta de su casa.


Manuela ha colgado - es lo apropiado para estos días de tanta vorágine -  música de Edvard Grieg: Solveig’Son. Siento hambre de esa nueva mañana. Necesito un nuevo día con menos odio y menos tensión. Cuando escribo se va la tarde. Entorno los ojos. La Slovak Philharmonic Orchestra sigue desgranando notas...

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