martes, 10 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de los ojos de misterio

Entré en el bar. Las sombras se alargaban en la calle. Se iba la tarde. Por la cristalera de enfrente, el bar se abría al campo, y en la lejanía los rayos dorados del sol del otoño ponían de color malva las cumbres calizas de las sierras lejanas…

Estaba sola. Estaba sentada sola en una mesa. No daba la impresión de esperar a nadie. Dejaba escapar el tiempo con la indiferencia de quien es dueño de sí y de todo lo suyo. Sobre el tapete, el vaso de la consumición, el papel del azucarillo, un cenicero de cristal  – no tenía ningún sentido porque no se puede fumar dentro de los bares – vacío.

La chica era morena. Morena de tez, morena de pelo, morena de mirada que encierra mucho misterio. La chica se peina con el pelo lacio; le cubre una parte de la frente, y le cae por detrás, armonioso y como si fuese un caracol de seda.

La chica tiene la frente despejada y limpia; los ojos negros. Los ojos de la chica miran con una dulzura infinita, con encanto, con ese embrujo que tienen las mujeres excepcionales que, de vez en cuando, aparecen ni se sabe porqué ni cuándo… Pero ella estaba, aquella tarde, allí.

Los labios, sensuales, proporcionados, bellísimos; llenos de enigma, intriga, intimidad… Una mano de carmín le da una tonalidad apropiada y única.

Tiene la nariz proporcionada; en su lóbulo izquierdo la chica se adorna con un pendiente con forma de jazmín – leve aleteo de un poema de nácar - y se acurruca entre la mejilla y la oquedad que le hace el pelo en un bucle caprichoso y oportuno.


La chica tiene la mirada perdida en la lejanía. La mirada de la chica no va sola. La mirada va acompañada de un pensamiento. Solo ella sabe lo que piensa. La chica apoya la barbilla en el espacio entre las falanges y los nudillos de unos dedos que se antojan largos, sensuales, preciosos…

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