Sin caber, cabe, por la puerta grande que se queda pequeña.
Aparece. Es un ascua de luz y cera. La plaza…, la plaza es otra. Y se hace una
luz distinta. Viene casi a pies de suelo, tan cerca que ya eres más nuestra.
Viene como vienen siempre las madres…
Te he visto,
Muchacha, al doblar la esquina. ¡Oh…! No
hay palabras. Yo a pie de calle; Tú, en tu sitio. Ibas - te llevaban - en
volandas. ¿Te mecían? Casi nadie se dio
cuenta. Yo te miré y sé que Tú también me mirabas. Ya sabes esas cosas raras
que hace que el amor sea tan grande.
Te he visto, Señora, llegar a la Fuentarriba.
Venías…. ¡Dios - perdón por la
irreverencia – cómo venías! Eras perfume de azahar y liliums juntos; eras aroma
de incienso y calor de velas de la fe que se encienden de otra manera.
Estás allí, Madre, con cara de mujer triste. Con
tanto dolor que llevas el tuyo y el nuestro. Estás allí y esperas y esperas.
Nunca te cansas; siempre tienes un deje
en la mirada que pareces diferente, distinta. Porque ¡Tú tienes una forma de
mirar…!
Estás allí y te vemos desde ese primer banco de
preguntas sin respuestas. ¿Por qué, Madre, por qué? Y uno se sienta en silencio. Y deja que pase
el tiempo y no dice nada porque hay momentos en los que las mejores palabras son
las que se quedan dentro.
Se hace un nudo en la garganta y luego…Luego, se
pone a pensar y a dejar que vuelen los sentimientos y los lleva a unas líneas y
recuerda y deja que aflore lo que sale de dentro y piensa que la puerta grande
se queda pequeña y en la esquina aquella y en las miradas que se cruzan, y en tu
dolor – Virgen de los Dolores – y en el nuestro.
Esta tarde de sol dorado de otoño, tu pueblo y el
mío, se han salido a la calle. Han puesto un rótulo: Plaza de Dolores coronada…Quince
años se acumulan desde la Coronación; un puñado de naranjos, al otro lado de la
verja, se muere de envidia. No es tiempo de azahar. Esperan a la próxima
primavera y entonces…
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