Los cementerios se mueren solos… o los ‘mueren’. O sea, se
los llevan a otro sitio. No hay nada que estorbe más que un muerto. Hasta el
refranero lo tiene clarito: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.
El de Álora ha sido especial. Algo así como de ida y vuelta.
El primer dato histórico que se posee del
cementerio de Las Torres lo sitúa junto a la parroquia en el castillo. Aparece en el Libro del
Repartimiento; finales del siglo XV.
Dice, el Libro, que Diego Fernández de Montemolin “tiene una
casa que hizo en un solar, que ha por linderos, con el cementerio de la iglesia
e con la plaça”. Martín Gonçález de Villatoro “tyene una casa que hyzo
en un solar, linderos Gonçalo Martín y el cementerio”. El vecindario como que no era la alegría
del barrio. Vamos, pienso yo.
Permanece allí hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Después,
lo trasladan junto a la sacristía de la nueva parroquia en la Plaza Baja. En
1799 no está terminado. Inhuma el cadáver de Tomás Estrada Brazas. Había sido
uno de sus impulsores. ¡También el destino juega unas pasadas! Al lugar, desde
entonces, se le llamó: “el panteón”.
Carlos III prohíbe
enterrar dentro de iglesias y poblaciones. Se construyen cementerios en las afueras.
Dificultades económicas y arraigo de enterrar en “lugar sagrado” pospone la
orden en el tiempo.
En 1812 Álora padece
una hambruna. Demasiados fallecimientos. Se habilita una fosa común en “la hoyanca”, en la calle
Ancha. En 1818, el despoblamiento de la parte alta, junto al castillo es
generalizado. Se ve como solución para el ‘nuevo’ cementerio.
Se habilita el solar de la iglesia destruida por el
terremoto de Lisboa. El castillo suministra espacio para ampliaciones. En el Libro de Defunciones aparece
que Juan Reinoso Oviedo, el 24 de julio de 1820 fue el último inhumado en la
Plaza Baja. El de Las Torres lo ‘estrena’ Juana García, el 3 de agosto de 1820;
el último, Alonso Márquez cuando casi toca a fin el siglo XX.
El 1 de noviembre de 1997 se inauguró uno nuevo - no iba ser viejo, digo, yo - con nombre
de San José. La primera inhumación fue la de Inés Cardosa. Se llevó a cabo el día 6 de
noviembre de 1997 ¿Dónde buscarán sitio para el próximo? Ah, “y, nosotros que
lo veamos” es lo más sano.
A pesar de tantos movimientos, que los pobres restos tienen que estar peor que mareados, lo más positivo es haberlo desplazado de un lugar como el que estaba. Creo que es un acierto.
ResponderEliminarCualquier paraje de Álora es tan bello que si se les preguntase a los muertos estarían encantados y calladitos en cualquiera de ellos.
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