Otro maestro, Barbeito, que yo ya no sé si es de Aznalcázar,
de Gines o del campo, o de los tres a la vez, en una elegía a Tana, se ha
dejado caer con el mensaje: “Vamos muriéndonos en las gentes, en los animales y
en las cosas queridas que se nos van muriendo”. Para enmarcar.
En enero, los
almendros se fueron a la feria de las flores. Se llenaros los bolsillos de
sueños y ahora se sacan, a puñados, peladillas de terciopelo que cuelgan de sus
ramas en espera del sol de mayo y del que luego, cuando llegue el verano, les
dé más cuerpo.
Casi han recorrido el mismo camino las higueras. Ya tiene
cuajados los frutos. Se visten de hojas tiernas, frondosas y verdes; sensuales
y carnosas. Se han coronado los granados con perlas rojas de pétalos preciosos
y ¿qué decimos de las parras con uvas casi cuajadas pidiendo sangre de Corpus?
Álora se viste de azahar y flores nuevas. Están los tallos
de los olivos reventando de trama y los renuevos anuncian que ya les llegar su
tiempo y serán ungüento o lo que es lo mismo aceite dorado. Todo un milagro del
campo, de la almazara y de la mano del hombre.
Están las malvas en provocación constante. Piden amores,
amores nuevos, como las amapolas, como los lirios de pasión, como las rosas,
como…. Mece el viento de la tarde los trigos. Rinden sus cabezas las espigas y
anuncian que vendrá la hoz y los trigos arrebujados sabrán que llegó su tiempo.
Y llegará el nuestro, y nos iremos; se morirán aquellos que
nos amaron… Y se hará realidad – incluido el pozo blanco, y el espíritu errante
y nostálgico – todo lo que decía Juan Ramón y vendrán otros renuevos… O sea, el
ciclo de la vida. La vida misma.
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