El barco se hizo a la mar cuando ya la
tarde declinaba la luz. Elevó ancla; soltó amarras. Un rotor giró y adujo la
maroma. El motor hacía mucho ruido por el sobreesfuerzo. Eran sonidos
acompasados. Todo se cumplía. Se separó
de las bitas. Primero la popa; luego, la proa.
Viró sobre sí; se hizo a navegar. En el
estribor se leía con grandes caracteres. “Mis
dos calas blancas”. Pasó junto a otros barcos. Los otros barcos tenían apagadas
las velas. Algunos marineros tensaban los cables. Otros hombres faenaban en sus
cosas.
Traspasó la bocana del puerto. Los
árboles del parque se hacían más pequeños; luego se perdieron; los edificios
construidos para atraer a los turistas de los cruceros, también. Ya no se veía
la torre de la catedral ni Gibralfaro ni
los montes que en la lejanía eran de color violeta…
“Mis
dos calas blancas” hacía un rato que estaba en alta mar. La
línea de la costa era algo difuso en la lejanía. Desplegó la vela. Rompía las
olas. Las sirenas salían a su paso y se decían unas a otras: ahí viene “Mis dos calas blancas”, y se repetían:
ahí va “Mis dos calas blancas”…
Roló el viento a poniente. Un puñado de
pañolitos blancos festoneaba el mar. Navegó un rato grande. Con el movimiento,
las olas se estrellaban contra sus costados y salpicaban gotas saladas sobre el
letrero que informaba a los delfines de su nombre.
Viró, otra vez sobre sí, como cuando la
tarde declinaba la luz y se hizo a la mar y ahora puso rumbo a puerto. Y,
entonces, el sol: rojo, anaranjado, rosáceo, como ya no tenía nada que hacer,
se hundió en las aguas profundas.
En el malecón del puerto alguien dijo:
“¿veis, allá, a lo lejos? Se confunde con el horizonte. Es el “Mis dos calas blancas”. Vuelve. Vienen
sobrevolándolo las gaviotas y las espumas de nácar le abren paso.
El hombre, que esperaba como siempre, se
acercó al borde del muelle. Vio cómo traía desplegada la vela grande y blanca y
el lunar rojo en medio. Bajaron una escalerilla. Entonces el hombre subió. Como
cada atardecer, dejó sobre los labios de la chica un beso suave y dulce como si
fuese un sueño y, en sus manos, un cestillo con dos calas blancas.
Gracias por el viaje.
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