Toledo tiene el encanto de las ciudades viejas. Se ha
detenido el tiempo. No hace falta el reloj para perderse al amparo de sus
sombras. Sus calles angostas suben y bajan. Toledo es un crisol de culturas:
visigodos, musulmanes y judíos.
Figuras de la Historia, de la Iglesia o de la cultura anduvieron
por Toledo: Recaredo y sus Concilios cuando nacía algo que luego se llamaría
España; Almutamid y Alfonso IV; El Greco y Paravicino; don Gregorio Marañón y
Galdós…
El sol del crepúsculo dora arreboles sobre los cerros
cercanos. Son colinas pardas, levemente onduladas. Parece que desprende un
polvillo de siglos que enmarca la ciudad
en un velo vaporoso y difuminado. Se asientan con la luz de la tarde los
Cigarrales.
Las torres de sus iglesias compiten con la solidez del
ladrillo. Son tarjetas de visita que dejaron los mudéjares y los mozárabes, que
parece que son los mismos y no lo son. Son torres cuadrangulares con ventanitas
simétricas. Cortan el espacio. Lo limitan, lo fragmentan.
Mosaicos azules, blancos, verdes…y, sobre todos ellos se
levanta la aguja gótica de la catedral. Enorme, descomunal, signo de hegemonía
pretérita. Llama a la reflexión las piedras del Alcázar y Santa Cruz y Santo
Tomé, y la Sinagoga del Tránsito, y
Santa María la Blanca y el Hospital de Afuera…
Cae la noche. Se han ido los turistas. El silencio se adueña
de la ciudad. Sube, penetra, deambula por las calles: allí un farol en una
esquina; la puerta cerrada de un convento. ¿Dónde dormirán ahora los pícaros
del Siglo de Oro?
Ya no llaman maitines las campanas de madrugada; no hay
pasos de hombres embozados envueltos en capas largas y espadas enfundadas.
Podrían aparecer como sombras que se escapan al amparo de la noche. Pero no,
no. Toledo conserva el encanto de las ciudades viejas. Cierro los ojos y sueño…
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