viernes, 17 de abril de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Valle de Alcudia

Pasa el tren moderno veloz. Muy veloz. En la pantalla anuncia: 290 kilómetros/hora. Pastan indiferentes rebaños de ovejas; algunas vacas… Todo está verde. Dicen que cuando pasaban los primeros AVEs el ganado se espantaba. Ya casi lo han integrado en el paisaje.

El valle se extiende entre los últimos repliegues de Sierra Morena y los primeros escarceos del Campo de Calatrava que todavía no es La Mancha. Está cerrado al Norte y al Sur. Al Norte por las Sierras de Puertollano; al Sur, por Sierra Morena, por la Sierra del Rey, por Sierra Madrona o por la propia Sierra de Alcudia.

La Alcudia es un remanso de soledad, quietud y sosiego. Pasto abundante en primavera que se agosta en verano. Algunas charcas retienen agua para que abreve el ganado que se va y se viene como quien está en el patio de su casa.

No existen pueblos de Brazatortas a Fuencaliente en plena Sierra Morena ni de Hinojosa a Mestanza. En la soledad del Valle algunas casas salpicadas. El cobertizo es un saliente  prolongado hacia el corral; sirve de majada.

Las viviendas tienen poca altura y muros gruesos de piedra. Desde  la lejanía se ven horadados por ventanas. Cervantes que se las anduvo por aquí no las llamaba ventanas sino troneras por donde entraban y salían los gatos, aunque Don Quijote viese otras cosas.

La ‘Venta de la Inés’, no lejos de Almodóvar del Campo, tiene historia y sabor. Aparece en el Quijote y en Rinconete y Cortadillo. Era lugar de reposte para arrieros y caminante y gente que subía o bajaba a Andalucia por la Ruta de la Plata.

 “La del alba sería – escribe don Miguel -  cuando don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo” ¿En qué venta estaría pensando?

Quietud y soledad. No hay pastores trashumantes; se han cerrado las minas de cinabrio y los malacanes son testigos mudos del pasado. Rompen el silencio los tiros de las monterías, el jadeo de las raleas que persiguen la pieza o el zumbido contra la velocidad, el espacio y el viento del tren ultramoderno…


Y el viajero mira, ve por la ventanilla, y piensa.

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