Están ya en flor. O sea, están preciosos. Forman ramilletes
blancos y forman ramos apretados, en los nudos de las varas y entre los pétalos
blancos, los sépalos amarillentos con pinceladas de polen, mucho polen para que liben las abejas
su néctar bajo el palio azul que llamamos cielo.
Por cierto, pocas cosas han cambiado más de nombre. Verán.
Para nuestros bisabuelos era la gloria; para nuestros padres, el cielo; para
nosotros el firmamento; para nuestros hijos el universo; para nuestro nietos,
el cosmos… Espacio, mundo sideral. Lugar dónde, cada noche, las estrellas juegan
al escondite con Dios.
A lo que iba. Está los
chilindros a rebosar de esplendor. Derrochan perfume, sensualidad y color
blanco tan puro como las nieves de las cumbres de Armenia de donde dicen que lo
trajeron no se sabe cuánto tiempo.
Cuando yo era niño las iglesias, por este tiempo, olían a
azucenas, a chilindros, y a otras flores
que vienen de la mano de la primavera. Era la antesala de mayo. Preludio de
aquel canto universal y anónimo: “Venid y vamos todos / con flores a porfía /
con flores a María….” En la Vera Cruz rebosaban - las flores - por el altar de la Virgen de Fátima…
Ahora el campo está ahíto de otras flores que no tienen
tanto olor pero le echan el pulso en belleza. Es una belleza humilde. Casi casi
piden perdón porque estar ahí en los bordes de los caminos: margaritas, - ¿me
quiere, sí o no? - y daba lo que ya todos sabemos, o sea, que es que…, malvas,
jaramagos, lirios, amapolas...
Los chilindros se
pavonean en las lindes de los huertos. En los jardines mandan los rosales y dentro
de muy poco tendrán que competir con los jazmines, pero ahora las tardes son
suyas y no hay quien les coma el terreno.
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