Te vi, Señor, anoche, cómo andabas por la calle. La calle
era un gentío, un bullicio. Ruido de músicos aporreando tambores, trompetas que
hacían solos, ellas solas para llamar la atención. Nazarenos encapuchados bajo
túnicas de colores: moradas, negras, blancas; de terciopelos o de raso. Pero,
arriba, estabas Tú.
Maniatado cruzabas la Puente del Cedrón por Torregorda..
Te vi agarrado a un madero por la esquina de Stella Maris -
¿habrá más belleza de nombre para tu madre? -, te digo que Tú ibas aferrado a
una cruz y un hombre delante, solo, se asía a la tabla de la libertad que
acababas de darle.
Te vi clavado en una cruz entrando por el Pasillo de Atocha.
Delante unos militares que seguían banderines, y marcaban el paso, ese paso
marcial, firme, recto. Ese paso con que hay mucha gente que andan su vida.
Pendías de otra cruz por Puerta del Mar. De tu costado
chorreaba sangre. Era la sangre redentora y la sangre que acumula la historia
de tu cofradía. Dicen los papeles viejos que supera con creces los quinientos
años. Señor, quinientos años de gente rezándote por la calle.
Te vi y eras más Tú, tirado en la acera del Hoyo Espartero.
Todos pasábamos de largo. Nadie te miraba. Echábamos la mirada a otro lado. Tú
en esas circunstancias, como que molestas, ya se sabe…
Alguien llamó a esos ángeles de los que te vales en muchas ocasiones.
Llegaron tres ángeles de uniforme de color azul marino oscuro. (Azul, marino y
oscuro, como está la mar por las noches) y acudieron en tu ayuda. Te tomaron
por los brazos, apoyaron tu espalda sobre la pared…
Te vi agonizar en el último suspiro. Era un suspiro de
Expiración en El Perchel y venías del barrio que ya no tiene olores marineros
escoltado por otros ángeles, aunque con uniformes de otro color. Da lo mismo.
Eras Tú, con esos ojos vidriosos donde ya las preguntas se quedan sin
respuesta.
El dolor, ¡ay el dolor; las preguntas sin respuestas, ¡ay,
cuando se llama, y solo hay silencio detrás de la puerta…! Silencio, dolor, y
Tú. Tú por la calle. Señor, Señor...
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