En los meses de invierno amanecía más tarde. Hacía frío. Las
mujeres…Yo no sé en qué condiciones arrancaba el trabajo de las mujeres en ‘la
faena’; Muchas horas, demasiado trabajo; jornal, escaso.
A sol abierto en la explanada de la estación; en el interior de un almacén si no era bueno
el tiempo. Puertas abiertas; corrientes de aire, constipados.... Escarcha y dedos helados. Unos guantes de
lana con las yemas de los dedos – para no perder el tacto – al descubierto. Era
duro, muy duro.
La fruta se trataba con mimo, casi con caricias, con
cuidado: se empaquetaba en jaulitas de madera y se careaba, envueltas en papel
fino con dibujos de colores y unas letras estampadas que daban señas del
remitente.
Eran las manos de la mujer. Siempre la mano sublime de la
mujer para dar el toque postrero. Siempre ella ¿Qué sería del mundo sin las
manos de la mujer? La mano sensible, que lleva todas las cosas a su justo
término.
La fruta estaba vaciada en una la pila. Como venía del campo:
una cama de paja y, al suelo. Era los
tiempos de la cosas a granel; de allí, una a una, se llevaba para completar la
caja, un fondo y, luego, el careo…
Hablaban de sus cosas: del marido, del novio, de la
ventolera de la vecina; de ¡hay que ver, hay que ver, dónde va a terminar todo
esto!; del hijo que estaba en el
Servicio; de la suegra; de lo malo que estaba el tiempo.
Algunos niños o niñas que para el caso es lo mismo, bajaban
– todos los caminos llevan a Roma - por
El Chinar, por el Tajo de la Quera, por la trocha de Trabanca – a “llevar de
comer”. Era el medio día; era algo de
comida caliente; era el amor de la casa encerrado en una fiambrera de aluminio;
pan, fiambres, un canasto de mimbre y un paño tapando…Un día y otro. Era la
‘faena’ de otro tiempo.
Foto: GDR Guadalhorce
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