Lo leo de refilón. Lo ha publicado el periódico sin darle
más importancia. Se ve que esto de las valoraciones va por barrios y por
televisiones y esas cosas. “Nada es verdad ni mentira; todo es del color del
cristal con que se mira”.
Verán. Dicen que vivía sola, que era huraña, ahorrativa, que
viajaba en coche viejo, que vestía regular, que no chismorreaba con las
vecinas, que la fortuna – porque era rica, muy rica – la hizo su familia con un
molino harinero… Después vino todo lo demás.
Se la encontraron muerta. Al poco tiempo. Nadie la había
echado de menos. Vivía sola en Madrid y sin familia, y va la señora Virginia,
porque se llamaba Virginia Pérez Buendía y deja toda la fortuna – unos pocos
millones de euros - para los niños
necesitados de su pueblo.
Su pueblo es Valverde del Júcar. Está en las tierras que La
Mancha tiene en Cuenca y recibe el apellido del río que va camino del Mediterráneo.
No son demasiados en su pueblo. Dice el alcalde que a la lectura de su
testamento, en la Casa de la Cultura, acudieron muchos; a su entierro, casi
nadie. ¡Sorpresas que da la vida!
Ahora se han desatado muchas especulaciones. Por lo pronto
se ha creado una Fundación para gestionar los fondos: alcalde, cura y juez de
paz, mancomunadamente. Se le agregan también otros miembros al patronato.
Claro, cuando hay dinero por medio… Como las moscas a la miel. Ustedes me
entienden.
En estos tiempos donde descalificamos con tanta ligereza
ocurre que hay gente buena. Pasó en silencio y desapercibida. Quizá su vida no
necesitó nada, no pidió nada; quizá con sus apetencias ahorrativas se vio
satisfecha… Muchos ‘quizá’.
Pienso que falta un quizá esencial: quizá le falto algo de
calor humano, de cercanía, de eso que no se vende en las boticas ni se almacena
en las cuentas corrientes de los bancos y, a eso lo llamamos: cariño.
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