Y va el tío y lo
borda; y va el tío y deja enana la torre de la catedral y la bahía sin agua y
los pinos de Gibralfaro, asombrados, haciéndose inclinaciones de cabeza y la
Cuesta de la Reina sin curvas y las gaviota de Picasso sin mástiles en los
barcos, y…
De todo eso de verdad; de verdad de la buena, palabrita del
Niño Jesús, solo es verdad el peazo
de discurso que anoche pronunció, en la entrega de los premios Goya, un chavea
de Málaga cuando subió al escenario a recoger el busto con la cabeza del ‘divino
sordo’.
El chavea sabe de mayordomías de tronos pero de los que van
con la cara oculta; está orgulloso de
sus raíces y las saca al oreo el aire cada vez que puede y que, además, está
contento, si la aprobación a su trabajo se lo da la gente de su barrio. ¡Qué
elegancia y qué señorío!
El chavea dijo que un día subió al Costa del Sol (Bueno,
chavea, tenía que ser por la noche porque aquel tren salía de Málaga al filo de
la madrugada) y se fue a Madrid y, luego… luego a ganarse el cartel que tiene
en el mundo del cine.
Y se ve que el chavea cambia de color, y sus ojos, - ¡porque
vaya forma de mirar que tiene! – se iluminan de una manera especial cuando
habla de lo suyo y de los suyos. Porque como dice el refrán: de la abundancia
del corazón, habla… Ya se sabe.
Y cuando llegó aquí escribiendo – y viendo la televisión - resulta, que dicen que a otro chavea de Málaga conceden
otro galardón y me hace que cambie – que tenga que cambiar, y lo hago con gusto
- el epígrafe del título y… Ya no es un chavea; son dos; y los dos…
¡Pues qué quieren que les cuente! Ah. No lo he dicho, los dos chaveas tienen
sabor a salinas de la mar, y a aires de la Caleta y a frescura de la brisa al
revolver de las esquinas y se llaman:
Antonio Banderas y Dani Rovira. Gracias, muchachos.
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