Las abejas se han
echado al campo con los primeros rayos de sol de la mañana. Han tomado por suyos
los almendros. Van de flor en flor como quien va de “sus soledades a sus
asuntos”. Liban; zumban y ponen su nota en la sinfonía del campo. Por todos
lados, está la mano de Dios.
Las fuentes del arroyo del Sabinal se encuentran un poco más
abajo de los Cortigüelos. Uno de los dos cajorros que las forman arranca en la
vertiente de Sierra de Aguas; el otro, en la ladera de El Hacho. El arroyo, en
sus comienzos, va profundo, encajonado; lleno de misterio. Entre las cañas no
se ve pero se oye un rumor de agua. Allí está la mano de Dios.
Las zarzas crecen, a su antojo, enmarañadas. Separan el
camino del curso del agua. Un poco más
abajo, sólo un poco más abajo del derrame del nacimiento que alimenta la
alberca de la Hedionda están desnudos los álamos negros. Ellos, a su manera, se las arreglan para pasar el invierno. Es
otra manera de ver la mano de Dios.
Un mirlo canta entre la maleza del arroyo; cantan los
chamarines, pajarillos tempraneros, que avisan que dentro de unos días ya
estará por aquí la primavera; cantan unos jilgueros y cantan otros pájaros.
Acaso ¿no es esto la mano de Dios?
Se han abierto las
florecillas amarillas de la yerbabonita. Diminutas, humildes, sencillas. Son
flores de invierno. Se abren con el sol; se recogen cuando llega la tarde y se
va el día. Es la mano de Dios.
Juncos, altabacas, almeces, fresnos; cañas que mueve el
viento; chopos…, tienen su sitio en la ribera del arroyo que busca, aún lejano,
el río. Están reventonas las yemas de las parras; anuncian buena trama de flor
los olivos; naranjos ahítos de fruta ponen la pincelada de color. Ladran los
perros. En el brocal del pozo zurean las palomas. Por allí estaba, esta mañana,
la mano de Dios….
No hay comentarios:
Publicar un comentario