Tiene andares de fraile hospedero de convento: pausado,
parsimonioso, lento; tiene cara – porque lo es de buena – persona. Bajito y
recio. A sus espaldas tiene un camino andado donde dio más, mucho más, que
recibió y, para colmo, tiene nombre de apóstol, de apóstol administrador de
Sacro Colegio…
A Mateo – Mateo Martín-Prieto Márquez – que así se llama, un
grupo de amigos y compañeros, en torno a una mesa, le dimos las otras tardes la
bienvenida al club. Al club ese al que se llega después de un montón de años de
servicio y con la cronología en el calendario.
Mateo porque es una gran persona lloró, se enterneció; se le
venían las humedades a los ojos como se vienen las flores a la primavera. O sea,
de manera natural. Porque es así, porque tiene que ser así.
Ha llegado Mateo a ese momento de la vida donde importa más
la ternura que la cruz; donde el nieto ocupa el sitio en el que antes estaban
otros. Lo ocupan porque la vida dice que es su Ley. Nos recuerdan cosas, tantas
cosas que son más importantes que otras compañías. Ya verás, Mateo, ya lo
verás…
A partir de ahora alguien tomará las llaves de la puerta del
despacho; ocupará el sillón donde te sentabas; atenderán el teléfono y se
agobiará con todo aquello que a ti te agobiaba. No importa. Tienen, también,
que andar su camino.
Mateo somos – permítemelo, amigo – unos privilegiados.
Nuestro camino ha tenido en sus orillas
las flores más bellas del mundo: las almas de esos niños a los que les
hemos enseñado “a llevar palabras de la mano”. Ellos, andando también sus
caminos sí que son el más hermoso de los homenajes que nos han tributado.
No cambies, por Dios, no cambies – bueno, en cuanto al
agobiarte, sí – porque eres una buena persona; faro y guía, recuerdo y rastro
de lo bien hecho, y sigue con esos andares, sin bulla, a tu ritmo, como si
fueras un fraile hospedero de convento.
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