Han pasado volando muy altas. Van para los países nórdicos. Las
ha visto Santiago Bartolomé; las ha fotografiado. Eran los cielos de Soria con el velo de nubes
que dicen que abajo, a ras de tierra, hace frío; mucho frío.
Las grullas invernan los meses de invierno en las tierras
cálidas del Sur de la Península. Tan al Sur que, algunas, cruzan el Estrecho,
dejan atrás las montañas del Atlas y se
van a otras más calientes en Marruecos.
Ahora cuando apunta a primavera, retoman el vuelo; forman
esa ‘uve’ totémica en el cielo y emigran. Las esperan en el Norte de Europa. Si
vuelan bajo durante la noche se oyen graznidos como un canto acompañado por los
violines del viento, como un “hasta luego” de chiquillos que van de excursión
porque hoy es un día de fiesta.
No sé quien acuñó aquello que informaba que Alicante es la
tierra donde “el sol pasa el invierno” ¿Qué tendríamos que decir de la marisma
de Doñana? Porque la marisma tiene para todas las estaciones de año…
En esa tierra de agua o en esa agua de tierra que uno ya no
sabe dónde se marcan las lindes encuentran su sitio: espátulas, cigüeñas, cuervos
vestidos con sotanas como curas preconciliares, águilas, halcones, ánsares…
¿para qué seguir? Unas son aves de ida y vuelta; otras, de las de todo el año.
Las grullas recogen sus patas cuando levantan el vuelo.
Entre plumas grises las resguardan de las
frías temperaturas que hielan las gotas de agua; sus picos, puntas de
lanzas, pichan los globos de las nubes y las alas extendidas, abiertas, abrazos
de paz en las alturas. Una sinfonía monocorde se pierde por los cielos.
Se van las grullas. Otras tierras las esperan. Allí pasarán
el verano y cuando llegue el oro viejo, otra vez, a las hojas de los árboles,
Doñana y Gallocanta y las tablas
manchegas y las tierras de Marruecos, solo un poco más allá del Estrecho, las
acogerán. Es el ciclo de eso que llamamos:vida. Un año más, las grullas
levantan el vuelo.
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