Lo decía Romero Sanjuan en unas ‘sevillanas’ memorables. Sí;
pero, no. Hace unos días el calendario dijo que se han cumplido dos años en los
que Paco – Paco Rengel – no había acudido a recibir a la luz de la mañana
porque Alguien dispuso que hasta aquí se había llegado…
¿Sabes? Venía por la carretera. Conmigo, otro amigo, Juan.
Yo no le dije nada. Hablábamos de nuestras cosas y, de pronto, me acordé de ti.
Me vino como una luz que se enciende sin saber porqué ocurre. No todo pasa,
Paco. ¿O, no es así?
Estaba el cielo entoldado. Llovía por las sierras. La
llovizna se escurría por las Orejas de la Mula, por El Torcal, por el Cerro de
la Fiscala, por la Farola…, iba camino de las tierras de Granada o de ¡sabe
Dios dónde!
De pronto, la luz rompió el cielo de nubes. No sé porqué
hueco – si es que la nubes tienen huecos – se coló; las espurreó. Ya todo era
luz. Iluminaba la espadaña del convento y, luego, como esos focos de los teatros
que alumbran lo que quieren, se desparramó por el campo.
El campo, Paco, ya apunta a primavera. Las lomas se han
puesto el manto verde; corren hilos de agua por algunas cañadillas; hay flores
lilas que no sé cómo se llaman, y margaritas amarillas y blancas y malvas
moradas; se visten el almoradúj y el romero; mastrantos, matagallos, aulagas…
Y, ya ves, como soy así, me acordé de ti. Me acordé porque
estoy seguro que estás, codo a codo, con la LUZ. La LUZ se refleja en la trama
de los olivos; en las flores de los almendros. Por cierto, hay uno, blanco, de
nácar, está casi cuando se llega a la trinchera de Triviño…, y en los pájaros.
“A las aladas almas de
las rosas…/ de almendro de nata te requiero (…)” Escribía Miguel Hernández
a su amigo Ramón. Obviamente, yo no escribo como Miguel, pero sí te digo que te
recuerdo, porque ‘pasan’ muchas cosas; otras…, pues como que no.
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