domingo, 22 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cipreses

                                          

Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada, además de publicar una de las grandes novelas del siglo XX llevó al papel la tristeza y ese hálito de misterio en el que él siempre se refugió. Pero no, no son esos cipreses.

José María Gironella, un escritor muy de moda en el final del franquismo, escribió en París Los cipreses creen en Dios. Gironella buscó en allí lo que la España de posguerra no le daba aquí.  Era una obra más, de lo mucho – con distintos gustos – que se ha escrito sobre la Guerra Civil española, pero no, no va por ahí la cosa.

 Giovanni Papini vivió en Florencia. Florencia es la capital de la Toscana. Están los caminos salpicados de cipreses. Son cipreses de campiña. Los bambolea el viento que riza las lomas de trigales y amapolas en primavera. Quieren, y no pueden, arañar el cielo. Son los mismos que Papini reflejó en sus relatos. Aún no había escrito la Vida de Cristo.

A comienzos de los años sesenta, un cura periodista estaba por Roma. El periodista se llamaba José Luis Martín Descalzo. De aquella experiencia salió la crónica del Vaticano II que no publicaban los periódicos del tiempo: Un periodista en el Concilio. Decía José Luis que Roma era la única ciudad de mundo donde los cipreses no son tristes…

Cae la tarde. Es una tarde ventosa y revuelta. Se ha entoldado con nubes negras el horizonte; oscuro, gris…El hombre que habla del tiempo en la televisión dice que son nimbos; en el campo se les llama nubes de agua.


Apuntan a lo más alto los cipreses. Sobrepasan las tapias; le echan un pulso a las espadañas y a los campanarios. No se asustan cuando tocan  a maitines con el alba las campanas de los conventos. Me quedo con estos cipreses… ¿Los otros? Pues, qué quieren que les diga… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario