Miguel Delibes, con La
sombra del ciprés es alargada, además de publicar una de las grandes novelas
del siglo XX llevó al papel la tristeza y ese hálito de misterio en el que él siempre
se refugió. Pero no, no son esos cipreses.
José María Gironella, un escritor muy de moda en el final
del franquismo, escribió en París Los
cipreses creen en Dios. Gironella buscó en allí lo que la España de
posguerra no le daba aquí. Era una obra
más, de lo mucho – con distintos gustos – que se ha escrito sobre la Guerra
Civil española, pero no, no va por ahí la cosa.
Giovanni Papini vivió
en Florencia. Florencia es la capital de la Toscana. Están los caminos
salpicados de cipreses. Son cipreses de campiña. Los bambolea el viento que
riza las lomas de trigales y amapolas en primavera. Quieren, y no pueden,
arañar el cielo. Son los mismos que Papini reflejó en sus relatos. Aún no había
escrito la Vida de Cristo.
A comienzos de los años sesenta, un cura periodista estaba
por Roma. El periodista se llamaba José Luis Martín Descalzo. De aquella
experiencia salió la crónica del Vaticano II que no publicaban los periódicos
del tiempo: Un periodista en el Concilio.
Decía José Luis que Roma era la única ciudad de mundo donde los cipreses no son
tristes…
Cae la tarde. Es una tarde ventosa y revuelta. Se ha
entoldado con nubes negras el horizonte; oscuro, gris…El hombre que habla del
tiempo en la televisión dice que son nimbos; en el campo se les llama nubes de
agua.
Apuntan a lo más alto los cipreses. Sobrepasan las tapias;
le echan un pulso a las espadañas y a los campanarios. No se asustan cuando
tocan a maitines con el alba las
campanas de los conventos. Me quedo con estos cipreses… ¿Los otros? Pues, qué
quieren que les diga…
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