viernes, 20 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alanís

                                              
Nos vamos hoy de sierra. A la Sierra Norte de Sevilla. Si sigues camino te esperan tierras extremeñas; si vuelves sobre tus pasos bajas a las vegas por donde corre Guadalquivir.

El paisaje es de dehesa y encinas. En primavera una eclosión de color; ahora en invierno está adormecida y preparada para lo que está por venir. El invierno por esta tierra es frío, muy frío; en verano el día es caluroso.

Porque irás en coche, desde la lejanía, divisas su castillo. Está encaramado en lo alto de de un cerro; a sus pies, el pueblo blanco.  El Concejo de la Ciudad de Sevilla habla de él en documentos del siglo XIV. O sea,  hace años que ya tenían su historia. 

Al llegar de entrada te topas con que  un alcalde, ‘liberal’ de 1917, deja su impronta en una placa de mármol; otro, del XIX, su huella en una fuente (dicen los papeles que viene de los tiempos de Carlos V). Mana potentísimos caños de agua fresca “para deleite del pueblo”. Y de los caminantes sedientos, vamos, digo yo.  ¿A que sí?

Pero la sorpresa te va a venir después, cuando en la fachada de la iglesia leas: “placa costeada por el Ayuntamiento Democrático en recuerdo de sus hijos muertos en la guerra civil 1936-39 en defensa de sus respectivos ideales. 1979”. ¿A que es una manera bonita de restañar heridas.

Al otro lado de la puerta un mosaico representa a la Virgen de las Angustias con Jesús, entre sus brazos, muertAlanís además de pueblo serrano fue municipio romano, Ordo Iporcensium, y musulmán, Al-baniz (tierra próspera). En 1249, Fernando III la reconquista; en 1472 el duque de Medina-Sidonia se hace con la fortaleza. En 1808,  por su estratégica situación, los franceses, que no habían venido, precisamente de paseo, reconstruyen el castillo.

Corren otros tiempos. Se impone el goce de su paisaje, de su arquitectura, de su gente… 

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