Nos
vamos hoy de sierra. A la Sierra Norte de Sevilla. Si sigues camino te esperan
tierras extremeñas; si vuelves sobre tus pasos bajas a las vegas por donde
corre Guadalquivir.
El
paisaje es de dehesa y encinas. En primavera una eclosión de color; ahora en
invierno está adormecida y preparada para lo que está por venir. El invierno
por esta tierra es frío, muy frío; en verano el día es caluroso.
Porque
irás en coche, desde la lejanía, divisas su castillo. Está encaramado en lo
alto de de un cerro; a sus pies, el pueblo blanco. El Concejo de la Ciudad de Sevilla habla de
él en documentos del siglo XIV. O sea, hace años que ya tenían su historia.
Al
llegar de entrada te topas con que un
alcalde, ‘liberal’ de 1917, deja su impronta en una placa de mármol; otro, del
XIX, su huella en una fuente (dicen los papeles que viene de los tiempos de
Carlos V). Mana potentísimos caños de agua fresca “para deleite del pueblo”. Y
de los caminantes sedientos, vamos, digo yo.
¿A que sí?
Pero
la sorpresa te va a venir después, cuando en la fachada de la iglesia leas:
“placa costeada por el Ayuntamiento Democrático en recuerdo de sus hijos
muertos en la guerra civil 1936-39 en defensa de sus respectivos ideales. 1979” . ¿A que es una manera
bonita de restañar heridas.
Al
otro lado de la puerta un mosaico representa a la Virgen de las Angustias con
Jesús, entre sus brazos, muertAlanís
además de pueblo serrano fue municipio romano, Ordo Iporcensium, y
musulmán, Al-baniz (tierra próspera). En 1249, Fernando III la
reconquista; en 1472 el duque de Medina-Sidonia se hace con la fortaleza. En
1808, por su estratégica situación, los
franceses, que no habían venido, precisamente de paseo, reconstruyen el
castillo.
Corren
otros tiempos. Se impone el goce de su paisaje, de su arquitectura, de su
gente…
No hay comentarios:
Publicar un comentario