sábado, 28 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. San Cristobalón

Mira ‘el mar de olivos’. Ondulan colinas y collados suaves. Olas que van y vienen. No son ajenas las nieblas ni brumas de amanecer. Se desvanecen - las brumas - conforme se acerca la media mañana. Estás frente a las últimas estribaciones de Sierra Mágina. O sea, entre Úbeda y Baeza.

Mira cómo se putean los pueblos blancos en medio de los olivares  y cómo se recortan, entre las lomas dos pueblos soberbios, renacimiento puro, belleza a puñado. Te la encuentras por la calle como a las niñas guapas en todos tiempos.

Si viniste como yo desde Granada por la autovía… La carretera salva los puertos del Zegrí y el Carretero. Antes, era más pintoresco; ahora, con la modernidad se pierden cosas, pues eso… más rápido y también más seguro.

En la lejanía, entre ocres y grises la mole imponente Sierra Mágina y Aznaitín y Cazorla. Las sierras que cantó don Antonio Machado cuando anduvo por estas tierras. ¡Qué pena algunos ni se enteraron; ellos, solitos se lo perdieron!

En Baeza la hija del “Maestro Sifón – Diego Lozano q.e.p.d.- reivindica la memoria de su padre en la espléndida obra de miniatura en piedra que nos dejó. En Úbeda, Paco Tito, piede, más reconocimiento aún para su arte alfarero; frente a la fachada del Salvador, por la plaza Vázquez de Molina, pasea el cardenal Amigo. Se va la tarde…

Por si faltaba algo, ahí están las pinceladas de don Antonio cuando vino a decir aquello de la lechuza que bebía, de noche, del velón de aceite de Santa María  junto  a la verja del coro de la catedral.

El paisaje no cambia. Filas alineadas de olivos orillan el camino;  repeinan el campo. Es un tablero de cuadrículas simétricas: No pierden el marco ni la compostura. Se conservan, se miman, se exhiben y se versifican en estrofas para diosas iberas, romanas...


Un día un poeta de la copla - Juanito Valderrama - rezó de otra manera y compuso un rosario, pero no con cuentas de huesos de aceituna, - que de la abundancia, ya sabes... – Cambió de material, y lanzó a los aires aquello de: “Tengo que hacer un rosario / con tus dientes de marfil...” ¿Cómo le ponemos a esta tierra?

viernes, 27 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Por chiripa

                                

Por chiripa se ha escapado el griego Tsipras, el griego guapo y descorbatado, de las garras de la Troika. El hombre prometió y prometió y la gente, pues mira qué bien, como en la copla, se lo creyó y, ahora, cuando llega la hora de mondar peces, pues ya se sabe…

Por chiripa se escapó otro griego, Zorba, bailaba el sirtaki en una playa. Aquel personaje al que Anthony Quinn dio vida bailaba algo que no era música popular. Todos creíamos que sí. Era una creación de Mikis Theodorakais. Era algo precioso en la música y duro en la realidad.

Tuvimos un jugador en el Málaga. Eran los años 60. Hábil, escurridizo, fino. Se escapaba como una anguila. Buena persona. Se iba de los defensas. A la hora de tirar a puerta o pasaba rozando el larguero o el poste o… y la grada exclamaba: ¡por chiripa! Le pusieron el “¡uyyyyy!”

Pueblo sevillano de campiña. Casino de señoritos. El pelota de turno alaba a don Paco que acaba de comprar un coche. Don Paco no tiene carné pero le ofrece dar un paseo. Salen a esa hora de las cinco de la tarde, mes de agosto, cuando ni las sombras están a la calle.

En la mediación de la avenida cruza una mujer, don Paco impasible se la lleva por delante y sigue camino. Más adelante es un hombre. Misma faena, mismo resultado; sale un niño, el chaval intenta escabullirse; no puede. Al final de la calle es una vieja. La señora intenta esquivarlo, don Paco que si al otro lado. La caza.

-          ¡Uy, don Paco, por chiripa, yo creía que ésta se le escapaba….!

Si por chiripa no le ha tocado la lotería porque tenía el número bailado, o porque tocó en la casa de arriba que es donde está la administración.

 Si, por chiripa, no sacó el número porque no llevaba suelto – ni amarrado – ni su mujer le ha echado la bronca, porque no ha hecho los mandados como ella le encargó…


O no le dan el cante como a mí me lo da mi musa cuando hablo de frío o de pájaros dos días seguidos..,  Pero si por chiripa esto le ha servido para esbozar una sonrisa en los tiempos que corren, pues…

jueves, 26 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. En el tren

                                          

El tren salió de Sevilla – Santa Justa- a esa hora en que el sol se pulsea con el horizonte y siempre pierde la luz. Dejó atrás la ciudad. Casas apiñadas; pintadas en las tapias que las separan de la vía. Dejan sus firmas grafiteros aspirantes a artistas…

Mi compañero de asiento, Miguel Ángel, lee “Mi primera palabra” Un rato antes se lo había regalado Barbeito. Con el rabillo del ojo le echo una visual. “… Ya sé que pasó, / Y que habrá que dejarlo con las cosas / que no tienen retorno”.

Entorno los ojos. Me pregunto. ¿A quién irían dedicados aquellos versos? Los poetas, que  son buenos, no dan puntadas si hilos. Van de su sensibilidad a otros sentimientos. Las palabras son dardos certeros. Tienen un destino. Desconozco si se produjo el encuentro.

El tren surca campos ubérrimos. Estas llanuras aluviales del Guadalquivir están labradas con primor, con mimo, con esmero. Alineados los naranjos son pinceladas verdes, mariposas de copas redondas en un descanso del camino. Otros campos están limpios. Esperan otras sementeras.

El tren va veloz.  “… Y se llenan de árboles y pájaros / las riberas de mi pensamiento”. Parece que el Maestro escribe sentado a mi lado. Sobrevuelan y aprovechan las corrientes térmicas dos cigüeñas en el cielo  “azul y plácido” que diría Juan Ramón. Mece los cañaverales el viento.

Pasan, como en sentido contrario, pueblos blancos. Tienen campanarios esbeltos. Y sus sueños.  Está apiñado el caserío. No da tiempo de leer sus nombres. Son casi todos pueblos del mismo apellido, ‘del Río”: Lora, Palma, Almodóvar y, el que no, Peñaflor. Todos tienen nombre bellísimos. Hay un castillo y banderas ondeando y casas blancas y la sierra y, allá, a lo lejos, el río del agua, el Guadalquivir, el Río…


Mi compañero sigue en su lectura. Pirateo otra vez: “Suspiro hondamente. Y mi soledad / pregunta por tu nombre a cada hueco.” La megafonía interior me devuelve a la realidad: “Próxima parada: Córdoba Central. Señores viajeros les agradecemos…. “Y yo sonrío – sigo leyendo – y te digo: ¡Que te quiero!”

miércoles, 25 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Faenera

En los meses de invierno amanecía más tarde. Hacía frío. Las mujeres…Yo no sé en qué condiciones arrancaba el trabajo de las mujeres en ‘la faena’; Muchas horas, demasiado trabajo; jornal, escaso.

A sol abierto en la explanada de la estación;  en el interior de un almacén si no era bueno el tiempo. Puertas abiertas; corrientes de aire, constipados....  Escarcha y dedos helados. Unos guantes de lana con las yemas de los dedos – para no perder el tacto – al descubierto. Era duro,  muy duro.

La fruta se trataba con mimo, casi con caricias, con cuidado: se empaquetaba en jaulitas de madera y se careaba, envueltas en papel fino con dibujos de colores y unas letras estampadas que daban señas del remitente.

Eran las manos de la mujer. Siempre la mano sublime de la mujer para dar el toque postrero. Siempre ella ¿Qué sería del mundo sin las manos de la mujer? La mano sensible, que lleva todas las cosas a su justo término.

La fruta estaba vaciada en una la pila. Como venía del campo: una cama de paja y, al suelo.  Era los tiempos de la cosas a granel; de allí, una a una, se llevaba para completar la caja, un fondo y, luego, el careo…

Hablaban de sus cosas: del marido, del novio, de la ventolera de la vecina; de ¡hay que ver, hay que ver, dónde va a terminar todo esto!;  del hijo que estaba en el Servicio; de la suegra; de lo malo que estaba el tiempo.


Algunos niños o niñas que para el caso es lo mismo, bajaban – todos los caminos llevan a Roma  - por El Chinar, por el Tajo de la Quera, por la trocha de Trabanca – a “llevar de comer”. Era el medio día;  era algo de comida caliente; era el amor de la casa encerrado en una fiambrera de aluminio; pan, fiambres, un canasto de mimbre y un paño tapando…Un día y otro. Era la ‘faena’ de otro tiempo. 

martes, 24 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Grullas

                                              

Han pasado volando muy altas. Van para los países nórdicos. Las ha visto Santiago Bartolomé; las ha fotografiado.  Eran los cielos de Soria con el velo de nubes que dicen que abajo, a ras de tierra, hace frío; mucho frío.

Las grullas invernan los meses de invierno en las tierras cálidas del Sur de la Península. Tan al Sur que, algunas, cruzan el Estrecho, dejan atrás las montañas del Atlas  y se van a otras más calientes en Marruecos.

Ahora cuando apunta a primavera, retoman el vuelo; forman esa ‘uve’ totémica en el cielo y emigran. Las esperan en el Norte de Europa. Si vuelan bajo durante la noche se oyen graznidos como un canto acompañado por los violines del viento, como un “hasta luego” de chiquillos que van de excursión porque hoy es un día de fiesta.

No sé quien acuñó aquello que informaba que Alicante es la tierra donde “el sol pasa el invierno” ¿Qué tendríamos que decir de la marisma de Doñana? Porque la marisma tiene para todas las estaciones de año…

En esa tierra de agua o en esa agua de tierra que uno ya no sabe dónde se marcan las lindes encuentran su sitio: espátulas, cigüeñas, cuervos vestidos con sotanas como curas preconciliares, águilas, halcones, ánsares… ¿para qué seguir? Unas son aves de ida y vuelta; otras, de las de todo el año.

Las grullas recogen sus patas cuando levantan el vuelo. Entre plumas grises las resguardan de las  frías temperaturas que hielan las gotas de agua; sus picos, puntas de lanzas, pichan los globos de las nubes y las alas extendidas, abiertas, abrazos de paz en las alturas. Una sinfonía monocorde se pierde por los cielos.


Se van las grullas. Otras tierras las esperan. Allí pasarán el verano y cuando llegue el oro viejo, otra vez, a las hojas de los árboles, Doñana y  Gallocanta y las tablas manchegas y las tierras de Marruecos, solo un poco más allá del Estrecho, las acogerán. Es el ciclo de eso que llamamos:vida. Un año más, las grullas levantan el vuelo.
grullavolando

lunes, 23 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Colliure

                                               
Es la misma tarde gris; son las misma nubes de siempre; es la Tramontana que viene del Ródano y, el Maestro en su silencio sigue diciendo: “mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,  / y un huerto claro donde madura el limonero…”

Es una tumba de granito; son unos nombres que el cincel modeló sobre la superficie de la piedra. Flores, recuerdos, versos. Frío por fuera, demasiado; un último suspiro de una España que huía de sí misma, perdida, derrotada, exhausta que vino a caer a la orilla de un mar oscuro de febrero.

No son los Campos de Castilla, ni las colinas suaves de la tarde, ni los caminos polvorientos, ni los endrinales que bajan a las orillas del Duero, ni el olmo encadenado junto al Espino, ni las acacias desnudas, ni las sierras tocadas de nieve. No.

No hay por allí zarzas enredadas en los tapiales, ni está aún la primavera que vestirá los chopos de hojas tintineantes para cuando llegue dorado el otoño. No hay piedras nobles que adoquinen el suelo de un Collado lejano y distante.

No hay tallos de olivares con el fruto morado, ni cortijos blancos como pinceladas perdidas  cuando las lomas lejanas se tiñen de colores añiles, violetas, rosáceos, naranjas y el sol se va… y, luego, por la noche vendrá la lechuza a beber en el velón de aceite de Santa María.

Es eso y no es eso. Es Sevilla y Soria y Baeza y Segovia, y todas juntas, y ninguna. Es don Antonio Machado que duerme tan lejos de todo lo que amó como vive en el recuerdo de todos los que lo amamos a él, a su obra, a los versos primeros de muchacho inquieto.


Y por allí están Leonor y Guiomar y doña Ana y la España que pudo ser y no fue. Y el hombre que enseñaba francés desde  un estrado con tarima de madera en un Instituto “donde la vieja Castilla se acaba”, como nos dijo Avelino…Está eso; todo eso, y la tierra tan querida, tan entrañable… ¡Soria, nuestra!

domingo, 22 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cipreses

                                          

Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada, además de publicar una de las grandes novelas del siglo XX llevó al papel la tristeza y ese hálito de misterio en el que él siempre se refugió. Pero no, no son esos cipreses.

José María Gironella, un escritor muy de moda en el final del franquismo, escribió en París Los cipreses creen en Dios. Gironella buscó en allí lo que la España de posguerra no le daba aquí.  Era una obra más, de lo mucho – con distintos gustos – que se ha escrito sobre la Guerra Civil española, pero no, no va por ahí la cosa.

 Giovanni Papini vivió en Florencia. Florencia es la capital de la Toscana. Están los caminos salpicados de cipreses. Son cipreses de campiña. Los bambolea el viento que riza las lomas de trigales y amapolas en primavera. Quieren, y no pueden, arañar el cielo. Son los mismos que Papini reflejó en sus relatos. Aún no había escrito la Vida de Cristo.

A comienzos de los años sesenta, un cura periodista estaba por Roma. El periodista se llamaba José Luis Martín Descalzo. De aquella experiencia salió la crónica del Vaticano II que no publicaban los periódicos del tiempo: Un periodista en el Concilio. Decía José Luis que Roma era la única ciudad de mundo donde los cipreses no son tristes…

Cae la tarde. Es una tarde ventosa y revuelta. Se ha entoldado con nubes negras el horizonte; oscuro, gris…El hombre que habla del tiempo en la televisión dice que son nimbos; en el campo se les llama nubes de agua.


Apuntan a lo más alto los cipreses. Sobrepasan las tapias; le echan un pulso a las espadañas y a los campanarios. No se asustan cuando tocan  a maitines con el alba las campanas de los conventos. Me quedo con estos cipreses… ¿Los otros? Pues, qué quieren que les diga… 

sábado, 21 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de las mariposas

Tiene el pelo largo y rubio como si fuera de panocha pero no es; tiene los ojos azules como de tarde de abril y la cara punteada de pecas. Es espigada y alta. Convive con muchos recuerdos; no separa los soñados de los ciertos.

Ha puesto mucha agua de por medio y un montón de tierra, además. Tiene el encanto de quien  sabe en la vida lo que quiere y ha seguido su camino… Porque hay caminos que van a alguna parte;  otros, no van a ningún sitio.

La chica de las mariposas ha escrito un relato precioso. Cuenta del amor primero, el que no se olvidan nunca, el que se sentía por dentro y, por no sé qué artilugio raro hacía que, a las cosas, se las miraba de otra manera.

La chica de las mariposas recuerda los escalones de aquella calle que no era una calle cualquiera donde ella se sentaba para desabrocharse los patines y no olvida a aquel niño rubio, delgadito y guapo que también tenía – como ella, los ojos azules – y  un padre muy serio, muy serio…

No encuentra la manera de plantarse delante de él y explicarle que hace muchos años que lo quiere. Ya se sabe: el amor tiene cosas así. Y cuando menos se espera comienza esa separación y, entonces se va y se pierde por esos mundos de Dios.

La chica de las mariposas se lo cuenta a los pájaros y los pájaros saben “su nombre”. Y, los pájaros lo saben porque ella se ha encargado de decírselo, como se lo ha dicho al río grande que viene de tierras lejanas entre plantaciones de caña de azúcar.

“En todas mis fiebres te he llamado. En cada magia te he invocado”. Y dice ella que ni lo uno, ni lo otro, han funcionado… El muchacho rubio y de ojos azules vive en la misma casa de la misma calle pero él no lo sabe. Él no sabe nada.

Y, ahora, la chica de las mariposas hace recuento. Le entra pánico: de todas aquellas mariposas solo le quedaba una: la última mariposa.


Ah, la chica de la última mariposa vive en una ciudad lejana, de nombre raro que tiene una estación lluviosa y otra seca; Estado  de Sao Paulo, Brasil.

viernes, 20 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alanís

                                              
Nos vamos hoy de sierra. A la Sierra Norte de Sevilla. Si sigues camino te esperan tierras extremeñas; si vuelves sobre tus pasos bajas a las vegas por donde corre Guadalquivir.

El paisaje es de dehesa y encinas. En primavera una eclosión de color; ahora en invierno está adormecida y preparada para lo que está por venir. El invierno por esta tierra es frío, muy frío; en verano el día es caluroso.

Porque irás en coche, desde la lejanía, divisas su castillo. Está encaramado en lo alto de de un cerro; a sus pies, el pueblo blanco.  El Concejo de la Ciudad de Sevilla habla de él en documentos del siglo XIV. O sea,  hace años que ya tenían su historia. 

Al llegar de entrada te topas con que  un alcalde, ‘liberal’ de 1917, deja su impronta en una placa de mármol; otro, del XIX, su huella en una fuente (dicen los papeles que viene de los tiempos de Carlos V). Mana potentísimos caños de agua fresca “para deleite del pueblo”. Y de los caminantes sedientos, vamos, digo yo.  ¿A que sí?

Pero la sorpresa te va a venir después, cuando en la fachada de la iglesia leas: “placa costeada por el Ayuntamiento Democrático en recuerdo de sus hijos muertos en la guerra civil 1936-39 en defensa de sus respectivos ideales. 1979”. ¿A que es una manera bonita de restañar heridas.

Al otro lado de la puerta un mosaico representa a la Virgen de las Angustias con Jesús, entre sus brazos, muertAlanís además de pueblo serrano fue municipio romano, Ordo Iporcensium, y musulmán, Al-baniz (tierra próspera). En 1249, Fernando III la reconquista; en 1472 el duque de Medina-Sidonia se hace con la fortaleza. En 1808,  por su estratégica situación, los franceses, que no habían venido, precisamente de paseo, reconstruyen el castillo.

Corren otros tiempos. Se impone el goce de su paisaje, de su arquitectura, de su gente… 

jueves, 19 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Olores

“Parece que es la hora, y no es la hora./ Parece que está todo…y algo falta…” Así comenzaba, mi Maestro, Antonio García Barbeito, su pregón de Semana Santa. Sevilla, año de Gracia de Nuestro Señor de 2010.

Mi amigo Miguel José Ruiz olía ayer a incienso mañanero de Miércoles de Ceniza. Arranque de  Cuaresma. Cielo de nubes. Ojalá no llueva, decían entre sí, dos mujeres, “porque si hoy llueve, tenemos cuarenta días de aguas…”

Olor a alcanfores y naftalina; olor a humedades en los templos; olor a Cristos bajados de las cruces y a Dolorosas, y a tronos, y a cera y a niñas guapas sacando brillo a las alpacas plateadas para que se luzca Ella, cuando la noche del Viernes Santo, baje por la calle Ancha desde su templo…

Vienen - porque las marchas también huelen - olores de ‘Campanilleros’ y de ‘Estrella Sublime’ y de ‘Madrugá’ y de ‘A ti Manué’ y de ‘Hermanos Costaleros’ y de don Abel Moreno y de don Perfecto Artola y de…

Huele a torrijas con leche y miel; huele a capirotes de estreno; huele a túnica nuevas;  y a nietos sobre los hombros, porque sube el Huerto por Camino Nuevo; huele a Cuaresma y a ropa de estreno porque “quien no estrena el Domingo de Ramos…”

Cuarenta días, como cuarenta lirios morados para el Nazareno, como cuarenta ojos que tendrán mis amigos Pedro Macías y Felipe Aranda y Pedro Pérez y Paco Mancera…y tantos y tantos que, detrás de un objetivo buscan, siendo siempre igual, algo indefectible nuevo.

Y, con su foto vendrá, también, el olor de la esquina aquella, y de la mantilla de la niña de estreno, y de la lágrima, ¡ay, Señor, de los Tormentos!, mis lágrimas y yo, y las nuestras, y la de todos, y las de la estrellas que nos miran… Ustedes me entienden.


Maestro, es verdad: “Parece que es la hora, y no es la hora. / Parece que está todo… y algo falta…” Cuarenta días; solo un suspiro de tiempo. Sufrimiento, pasión, espera. O sea, Cuaresma.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pinsapos

                                                      
Conforme vienes de Ronda, antes de comenzar a subir el Puerto de las Abejas, tira hacia la derecha. Un poco de camino y llegas a La Fuensanta. Ahora las choperas están desnudas pero en otoño…Verás cosa linda. Recuerdo algo parecido después de una tarde de lluvia, junto al nacimiento del Guadalquivir, entre las sierras de Pozo y Cazorla...

Sigue por el camino forestal hasta el convento de la Virgen de las Nieves.  Carmelita del XVI, reconstruido en el XVIII y desamortizado en el XIX. Su única nave terminó en molino aceitero.

Si dispones de vehículo apropiado y un buen mapa, por las pistas forestales puedes llegar a Tolox. Y mejor si tienes un guía que te acompañe porque no es prudente que te vayas por la sierra solo. Ya sabes por la Sierra era otra la gente que andaba sola…

Admira la belleza de un árbol único: el pinsapo.  En Europa, lo hallas aquí y... en los Urales. Dicen que, también, en la sierra cuando bajas del Guadarrama a Segovia.

Yo vi uno, soberbio, extraordinario. Estaba – pienso que seguirá estando – en el convento del Parral que tienen los Jerónimos junto al río Eresma. Competía en altura con los otros cipreses del claustro y con las torres de la Catedral y San Andrés. Así que ya sabes...

Cuando estés ya arriba, en la Sierra de la Nieve, - el camino es tortuoso – no tengas prisa. Es uno de esos lugares a los que se tiene que ir a sentarte bajo un pino. Y entonces, si tienes suerte escucha el arrullo de las tórtolas, el canto de los pájaros, el zumbido de los insectos. También comprenderá el porqué del singular del nombre de la sierra - que no plural - y el porqué de los neveros…


El viento hará que suene una sinfonía entre los pinos. Es una música distinta. No hay ningún instrumento que se afine mejor.  Juega al escondite por los entresijos de la sierra. Escucha el silencio…

martes, 17 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mi abuelo

Mi abuelo tenía una yegua y una yunta de mulos y una burra. La yegua no tenía nombre, pero tenía un lucero en la frente. Yo siempre la llamaba ‘Lucera’, pero ese no era su nombre. Uno de los mulos, el más viejo, de pelo castaño, se llamaba ‘Romero’; el otro, cano, ‘Pajarito’.

Todas las tardes de invierno, antes de que echasen la veda, mi abuelo iba a dar un puesto. Sacaba la yegua de la cuadra, porque la yegua tenía una cuadra para ella sola, la amarraba en una estaca que había en la puerta y con cuidado, cuando pasada el segundo correo – el que no paraba en todas las estaciones – la aparejaba.

La yegua era vieja y muy noble. En uno de los cujones del serón mi abuelo metía la jaula con el pájaro. Cubría la jaula con una sayuela para evitarle  brega y sufrimiento; en el otro cujón ponía la escopeta desmontada y metida en su funda, la canana, y algo de merienda.

Mi abuelo no merendada nunca. Llevaba siempre una botella con aguardiente, a granel, muy fuerte – algo así como si fuese un matarratas, que a mí no me gustaba nada – un paquete de cigarros ‘Ideales’ y un mechero de los que había que dar con la mano para que se prendiese la mecha.

Pasábamos el río, subíamos por la Cañada del Vado del Álamo y cuando llegábamos a la loma de Virote, mi abuelo amarraba la yegua en una palma, le ponía la traba para que no se moviese mucho y, un poco más allá, ‘hacía’ el puesto.

Antes de meternos dentro, siempre me daba de merendar y me recalcaba: “mea, no hables y no te muevas” Me arropaba con su pelliza y allí pasábamos las horas de la tarde que, a veces, se ponía muy fría y antes de trasponer el sol por Sierra de Aguas, deshacíamos todo lo andado y volvíamos a la casa.


Mi abuelo era un hombre alto, seco, con mal genio y de pocas palabras. Yo lo quería mucho; mi abuela era la dulzura…

lunes, 16 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pasa la vida

Lo decía Romero Sanjuan en unas ‘sevillanas’ memorables. Sí; pero, no. Hace unos días el calendario dijo que se han cumplido dos años en los que Paco – Paco Rengel – no había acudido a recibir a la luz de la mañana porque Alguien dispuso que hasta aquí se había llegado…

¿Sabes? Venía por la carretera. Conmigo, otro amigo, Juan. Yo no le dije nada. Hablábamos de nuestras cosas y, de pronto, me acordé de ti. Me vino como una luz que se enciende sin saber porqué ocurre. No todo pasa, Paco. ¿O, no es así?

Estaba el cielo entoldado. Llovía por las sierras. La llovizna se escurría por las Orejas de la Mula, por El Torcal, por el Cerro de la Fiscala, por la Farola…, iba camino de las tierras de Granada o de ¡sabe Dios dónde!

De pronto, la luz rompió el cielo de nubes. No sé porqué hueco – si es que la nubes tienen huecos – se coló; las espurreó. Ya todo era luz. Iluminaba la espadaña del convento y, luego, como esos focos de los teatros que alumbran lo que quieren, se desparramó por el campo.

El campo, Paco, ya apunta a primavera. Las lomas se han puesto el manto verde; corren hilos de agua por algunas cañadillas; hay flores lilas que no sé cómo se llaman, y margaritas amarillas y blancas y malvas moradas; se visten el almoradúj y el romero; mastrantos, matagallos, aulagas…

Y, ya ves, como soy así, me acordé de ti. Me acordé porque estoy seguro que estás, codo a codo, con la LUZ. La LUZ se refleja en la trama de los olivos; en las flores de los almendros. Por cierto, hay uno, blanco, de nácar, está casi cuando se llega a la trinchera de Triviño…, y en los pájaros.


“A las aladas almas de las rosas…/ de almendro de nata te requiero (…)” Escribía Miguel Hernández a su amigo Ramón. Obviamente, yo no escribo como Miguel, pero sí te digo que te recuerdo, porque ‘pasan’ muchas cosas; otras…, pues como que no. 

domingo, 15 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica del exprés de media noche

La chica tomó el tren exprés que pasaba por la estación a media noche. El tren entró por la estación aminorando la marcha. Llegó a su hora Cuando se presentía próximo, entre los viajeros y el personal de la estación se notaba un cierto movimiento. Apareció una pareja de la Guardia Civil; un hombre con un canasto que vendía bocadillos y refrescos... Un mozo traía, en un carrillo de mano, unos bultos…

El suelo del andén retumbó cuando llegó el tren. La máquina era negra y soltaba vapor a ras del suelo. Al condensarse formaba una nube densa; los viajeros parecían fantasmas salidos de la niebla.
Pasó la máquina. Por la portezuela que tenía echada una cadena se asomaba un hombre. Era el fogonero; alimentaba la caldera con carbón que paleaba hacia aquel fuego de infierno. El hombre tenía la cara llena de tizne.

Una señora cogía, con fuerza, la mano de un niño. Luego pasó un vagón con varios hombres vestidos de uniformes asomados a la puerta que estaba abierta. Era el vagón de la paquetería…

Detrás, todos los vagones de los pasajeros. Eran vagones de madera. Se accedía por los extremos;  los asientos largos y corridos. Encima de los asientos unas repisas servían para que los viajeros dejasen los paquetes; las mujeres nunca soltaban el bolso…

La chica subió al coche número 5 de Primera clase. Su padre le alargó las maletas hasta el descansillo.

-          Te cuidado, hija

-          Sí, mamá

-          No te asomes al ventanilla

-          Sí , mamá

-          Vigila las maletas

-          Sí, mamá

Buscó el departamento en el que estaba su asiento. Era un asiento partido en la mitad por un reposabrazos. Los asientos estaban tapizados con un felpudo  que imitaba a terciopelo verde ajado.

Viajaban, también, un matrimonio de mediana edad. (El hombre le ayudó a colocar las maletas en la repisa que había sobre las cabezas de los viajeros) y una señora mayor de pelo canoso arreglada con coquetería. La señora calzaba unas zapatillas cómodas propias para pasar una noche de viaje.

Se entreabrió la portezuela, en el testero de enfrente, al otro lado del pasillo sobre una placa de porcelana leyó  en letras negras: “Es peligroso asomarse al exterior”. Al poco, el tren reemprendió la marcha…

sábado, 14 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mateo

Tiene andares de fraile hospedero de convento: pausado, parsimonioso, lento; tiene cara – porque lo es de buena – persona. Bajito y recio. A sus espaldas tiene un camino andado donde dio más, mucho más, que recibió y, para colmo, tiene nombre de apóstol, de apóstol administrador de Sacro Colegio…

A Mateo – Mateo Martín-Prieto Márquez – que así se llama, un grupo de amigos y compañeros, en torno a una mesa, le dimos las otras tardes la bienvenida al club. Al club ese al que se llega después de un montón de años de servicio y con la cronología en el calendario.

Mateo porque es una gran persona lloró, se enterneció; se le venían las humedades a los ojos como se vienen las flores a la primavera. O sea, de manera natural. Porque es así, porque tiene que ser así.

Ha llegado Mateo a ese momento de la vida donde importa más la ternura que la cruz; donde el nieto ocupa el sitio en el que antes estaban otros. Lo ocupan porque la vida dice que es su Ley. Nos recuerdan cosas, tantas cosas que son más importantes que otras compañías. Ya verás, Mateo, ya lo verás…

A partir de ahora alguien tomará las llaves de la puerta del despacho; ocupará el sillón donde te sentabas; atenderán el teléfono y se agobiará con todo aquello que a ti te agobiaba. No importa. Tienen, también, que andar su camino.

Mateo somos – permítemelo, amigo – unos privilegiados. Nuestro camino ha tenido en sus orillas  las flores más bellas del mundo: las almas de esos niños a los que les hemos enseñado “a llevar palabras de la mano”. Ellos, andando también sus caminos sí que son el más hermoso de los homenajes que nos han tributado.


No cambies, por Dios, no cambies – bueno, en cuanto al agobiarte, sí – porque eres una buena persona; faro y guía, recuerdo y rastro de lo bien hecho, y sigue con esos andares, sin bulla, a tu ritmo, como si fueras un fraile hospedero de convento.
  Atardecer, Padre e Hijo, Leonardo y Leonardito

viernes, 13 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Árboles

Lo han anunciado las mentes lúcidas. Dicen que los días de viento cerrarán El Retiro en Madrid, por precaución. Vale. Lo malo viene ahora. “Cortaremos álamos, acacias, pinos, mimosas y chopos”, eso declaran en un periódico. Y digo yo ¿qué culpa tienen esos árboles de haber crecido  a su bola y sin ninguna poda?

Los álamos y los chopos son árboles de ribera; o sea, crecen en las  orillas de los ríos; las acacias, de sabanas y las mimosa de jardines por los que la gente pueda transitar pero por sus lados; los pinos son árboles de sierras. Cuando los árboles no están en su sitio…

Hay muchos árboles enfermos en los parques de las ciudades. La culpa no es de ellos. Polución, contaminación, gases, humos. Todo endosado por nosotros y cuando se caen las ramas y matan a alguien, pues ya se sabe… ¡El lío!

Al olmo centenario de don Antonio Machado en Soria lo cuidan con mimo. Claro que Soria con don Antonio tiene una relación de amor y reconocimiento. Como los tienen los monjes de Silos con su ciprés: “enhiesto surtidor de sombra y sueño” lo vio Gerardo Diego.

 En El Retiro madrileño por lo que leo va a ser como que no. Menos cariño. Y, cuando menos se espere, llegará, de sopetón, el motosierra.

Juan Ramón comparaba los chopos con Lucía, la muchacha titiritera del circo. Barbeito los ve como “el sitio idóneo para que se suban los mirlos…” Esos chopos de la ribera tienen otro encanto; apuntan al cielo, reflejan sus hojas tintineantes en las aguas claras del río y juegan al escondite  con las sombras las noches de luna.


En un país ‘arboricida’ como el nuestro los árboles sobreviven con muchas zozobras. ¿Podas? Sí. ¿Talas? Ni en pintura. Desde tiempos perdidos en la Historia fue un arma más para luchar entre nosotros. 

jueves, 12 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mano de Dios

Las abejas  se han echado al campo con los primeros rayos de sol de la mañana. Han tomado por suyos los almendros. Van de flor en flor como quien va de “sus soledades a sus asuntos”. Liban; zumban y ponen su nota en la sinfonía del campo. Por todos lados, está la mano de Dios.

Las fuentes del arroyo del Sabinal se encuentran un poco más abajo de los Cortigüelos. Uno de los dos cajorros que las forman arranca en la vertiente de Sierra de Aguas; el otro, en la ladera de El Hacho. El arroyo, en sus comienzos, va profundo, encajonado; lleno de misterio. Entre las cañas no se ve pero se oye un rumor de agua. Allí está la mano de Dios.

Las zarzas crecen, a su antojo, enmarañadas. Separan el camino del  curso del agua. Un poco más abajo, sólo un poco más abajo del derrame del nacimiento que alimenta la alberca de la Hedionda están desnudos los álamos negros. Ellos, a su manera,  se las arreglan para pasar el invierno. Es otra manera de ver la mano de Dios.

Un mirlo canta entre la maleza del arroyo; cantan los chamarines, pajarillos tempraneros, que avisan que dentro de unos días ya estará por aquí la primavera; cantan unos jilgueros y cantan otros pájaros. Acaso ¿no es esto la mano de Dios?

Se han  abierto las florecillas amarillas de la yerbabonita. Diminutas, humildes, sencillas. Son flores de invierno. Se abren con el sol; se recogen cuando llega la tarde y se va el día. Es la mano de Dios.


Juncos, altabacas, almeces, fresnos; cañas que mueve el viento; chopos…, tienen su sitio en la ribera del arroyo que busca, aún lejano, el río. Están reventonas las yemas de las parras; anuncian buena trama de flor los olivos; naranjos ahítos de fruta ponen la pincelada de color. Ladran los perros. En el brocal del pozo zurean las palomas. Por allí estaba, esta mañana, la mano de Dios….

miércoles, 11 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Desde el tren

Acabo de cruzar media España. El tren partió de Atocha después del medio día.  Avanzaba por una tela de araña de raíles engarzados entre sí: se abrían, se cerraban, se entrelazaban; unos, por aquí; otros, hacia otra parte. El tren dejaba atrás la ciudad. Entraban, en la estación, en sentido contrario, otros trenes.

En la lejanía se recorta el Cerro de los Ángeles. Inconfundible imagen del centro geográfico de España. Se alarga la ciudad. Son construcciones nuevas, altas, acristaladas. Se queda atrás un bosque de edificios apiñados. Desde de la ventanilla se ven vehículos por las carreteras.

En campo abierto los páramos están helados. Vuela cercana al tren una banda de palomas. Hay chabolas junto al Manzanares que va camino del Tajo. Algunos edificios que albergaron hace un tiempo actividad ahora son muestras latentes de una crisis que los ha aplastado.

El Tajo por Aranjuez va lento y entre árboles pelados. Es invierno. Hace frío. El tren marcha veloz. Cruza campos vacíos. Están podadas las viñas; apunta los sembrados. Por los Yébenes pasta el ganado vacuno en un campo lambido. Un castillo de otro tiempo, en la lejanía, exhibe muñones desdentados.

Con dificultad se leen los nombres en las estaciones: La Sagra; Mora, Malagón. Ciudades a la orilla del tren.  El tren pasa; ellas se quedan asentadas en el sitio donde  están desde siempre. Ciudad Real crece y crece…

El Guadiana se asoma en lagunas de aguas claras. Tres muchachos, sobre una barca, esperan la llegada de los patos. Al pasar por Puertollano sobre los farallones de piedra rinden homenaje a un minero. En el Valle de Alcudia pastan las ovejas. Sierra Morena reverdece con el pasto nuevo entre los encinares de la dehesa. Una sucesión de túneles permite al tren cruzar la sierra.


Están de poda en los olivares por tierras de Córdoba y Málaga; queman el ramón. Las llamas devoran los tallos verdes. Arden y levantan columnas de humo. El viento arrastra el humo bajo un cielo de nubes. Ha llovido sobre Málaga. El arco iris..

martes, 10 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aceituneras

“Andaluces de Jaén, aceituneros…” cantó Miguel Hernández. Y de Jaén y de Málaga y de las solanas cordobesas y de las terrazas del Aljarafe donde la blancura de la cal se asoma a la marisma para ver cómo el Guadalquivir se va por “donde se fueron los moros / que no se quisieron ir”.

Se echaban al campo a las clara del día. Se andaba el camino: Una yunta – quien la tenía -  para el acarreto, un hato debajo del olivo, un cántaro de agua; la sartén, la talega con el pan; los avíos para el día. Se llegaba al tajo temprano casi sin que los pájaros aún se hubiesen hecho el aseo mañanero

Apretaba la escarcha. El viento de la mañana cortaba la cara. No calentaba el sol; se agarrotaban los dedos y un vaho neblinoso y blanco comenzaba a subir del suelo de los olivares.

Delante la vara larga de los ‘vareaores’. Se arrodillaban las aceituneras. Recogían lágrimas de Dios – maduradas a golpes de soles y lunas  - que la vara bajó de la rama al suelo. Una aquí; otra, allí… Puñadito a la cesta y avanzan, como avanza el penitente en lo más duro de la promesa.

Aceituneras de campos solitarios, de olivos del amo, de la cosecha del año que, luego va al capazo, y al saco de arpillera que suda alpechín y, de allí, al troje, y a la tolva y al molino y será aceite para ungir, para ser zumo en la rebanada de pan del niño yuntero, para el candil de la noche, para ungüento del enfermo.

Picuales, manzanillos, hojiblancos, cornicabras. Olivos y olivos,  “y entre los olivos, - dibujó don Antonio Machado - los cortijos blancos”;  Barbeito  vio como  “pasa el olivarero / bajo las ramas, / mirando la cosecha /que se desgaja”…


Las mujeres se cubrían la cabeza con un pañuelo.  Sus ojos,  lupas que las ven todas. Su dedos… ¡ay, sus dedos! “Los ojos de mi morena ni son chicos ni son grandes / que son aceitunas negras / que del olivo se caen”. “…decidme, en el alma, ¿quién levantó los olivos?”

lunes, 9 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Héroe

La noticia se ha colado casi sin sentir. Sin hacer ruido. En silencio. Lo he leído en La Vanguardia; otros, periódicos, también publican la noticia: “Muere el niño de 8 años que cayó al mar cuando intentaba rescatar a su perro”.

Las cosas pasaron el sábado por la tarde. El chaval estaba, al parecer, con un primo en los acantilados de la Costa Brava, en las cercanías del parador. Cayó el perro y, a él le salió de dentro el sentimiento de hombre grande – siendo tan pequeño – que llevaba dentro. Se tiró al agua; después lo hizo el primo, un poco mayor, solo 12 años.

Unos pescadores dieron aviso. Bomberos, rescate (el primo salió por sí mismo) hospital de Sant Pau… y todo lo demás. La Costa Brava es preciosa. El mar llega a los acantilados y, en los días claros, todo se convierte en calas bucólicas de aguas cristalinas; los días de temporal se vuelve tremendo.

Dicen que vivía en el Maresme, en Dosrius y que estaba allí en el Baix Empordà donde no le ha podido dar una larga cambiada a la muerte. Porque dice el periódico que eran las cinco y cinco de la tarde. ¡Puñetera coincidencia!

Begur tiene poco más de cuatro mil habitantes. Se quedan pequeños los indianos que trajeron dinero y construcciones ‘diferentes’ de Cuba y las torres vigías que otean el horizonte por donde hace mucho tiempo venían galeras con la media luna en las velas. Ahora, sí que tienen un ciudadano de Honor.

No sabemos el nombre del niño. No importa. Lo que sí importa es la enorme lección que ha dado de hombría de bien; de corazón grande; de persona con sitio propio en la Historia de la gente buena, que en los tiempos que corren son más, muchos más y más anónimos que los otros, los de la otra ralea y, ustedes, me entienden.


El perro, dice el periódico, fue finalmente rescatado con vida por los bomberos…

domingo, 8 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Dos chaveas

                                               

Y  va el tío y lo borda; y va el tío y deja enana la torre de la catedral y la bahía sin agua y los pinos de Gibralfaro, asombrados, haciéndose inclinaciones de cabeza y la Cuesta de la Reina sin curvas y las gaviota de Picasso sin mástiles en los barcos,  y…

De todo eso de verdad; de verdad de la buena, palabrita del Niño Jesús, solo es verdad el peazo de discurso que anoche pronunció, en la entrega de los premios Goya, un chavea de Málaga cuando subió al escenario a recoger el busto con la cabeza del ‘divino sordo’.

El chavea sabe de mayordomías de tronos pero de los que van con la cara oculta;  está orgulloso de sus raíces y las saca al oreo el aire cada vez que puede y que, además, está contento, si la aprobación a su trabajo se lo da la gente de su barrio. ¡Qué elegancia y qué señorío!

El chavea dijo que un día subió al Costa del Sol (Bueno, chavea, tenía que ser por la noche porque aquel tren salía de Málaga al filo de la madrugada) y se fue a Madrid y, luego… luego a ganarse el cartel que tiene en el mundo del cine.

Y se ve que el chavea cambia de color, y sus ojos, - ¡porque vaya forma de mirar que tiene! – se iluminan de una manera especial cuando habla de lo suyo y de los suyos. Porque como dice el refrán: de la abundancia del corazón, habla… Ya se sabe.

Y cuando llegó aquí escribiendo – y viendo la televisión -  resulta, que  dicen que a otro chavea de Málaga conceden otro galardón y me hace que cambie – que tenga que cambiar, y lo hago con gusto - el epígrafe del título y… Ya no es un chavea; son dos; y los dos…


¡Pues qué quieren que les cuente!  Ah. No lo he dicho, los dos chaveas tienen sabor a salinas de la mar, y a aires de la Caleta y a frescura de la brisa al revolver de las esquinas  y se llaman: Antonio Banderas y Dani Rovira. Gracias, muchachos.

sábado, 7 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pensamientos

 El cielo tenía, a media mañana, ese color que tienen las panzas de las burras. Ni oscuro, ni blanco, ni aterciopelado ni… El cielo estaba a punto de empezar a dejarse caer con parsimonia a modo de copos de nieve. Hacía frío en la calle.

Pasó un indigente. El hombre hurgó en el contenedor de la basura. Encontró algo. Siguió su camino. El hombre iba mal vestido. Un abrigo largo de una talla superior a la suya; una bufanda, muy sucia; pantalones, caídos; los zapatos, cuarteados. Lo veía desde la ventana.  Se perdió al revolver de la esquina. El hombre no iba a ninguna parte.

Los gorriones buscaban cobijo entre las enredaderas del parque. Recuedo aquellos gorriones que contaba Juan Ramón. Los gorriones, esta mañana, estaban encogidos. Casi no les salía ese piar con que se persiguen siempre.. No sé si es un juego permanente o una guerra, entre ellos, que no cesa. Los gorriones no rezan el Oficio Divino de las horas.

Abro el periódico. Dicen que un político de mucha altura, ahora entre las cuerdas, se ha ‘apuntado’ voluntario a servir comida a los necesitados que acuden a un comedor social. Lo regentan las Hijas de la Caridad.  Es Madrid. Es barrio de Chamberí, calle Martínez Campos, esquina con Fernández de la Hoz. Leo; me encojo de hombros (por lo de las Hijas, no; por el político)….

Las noticias de corrupción saltan como las gotas de agua cuando se abre una manguera de presión. Todo es salpicadura. Todo es desencanto. Ni los nuevos mesías ni los viejos profetas aportan un atisbo de aire fresco, de brisa que renueve tanto vicio anidado en los genes de mucha gente.

Otra noticia cuenta que en una cofradía malagueña manipulan el Libro de Hermanos… Hay unas elecciones por medio. Poder, apetencias, figureo, corruptelas, dinero ¿cómo se le pone a esto? Me quedo con algo más sencillo, dicen que son cofrades y se llaman, entre ellos, hermanos. De pena. No va con segunda, de verdad.


Pasan las horas de la mañana. Sigue el cielo con ese color rar: ni claro ni oscuro. Dentro de un rato la ciudad recobrará el pulso de cada día. ¿Qué color tendrá entonces el cielo?

viernes, 6 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mujer de la copa

Cae la tarde. Es invierno; hace frío.

En una calle cualquiera una mujer busca el amparo de la pared. La mujer no quiere que el viento haga de las suyas, le apague la candela o se lleve las ascuas antes de tiempo.

La mujer es una mujer de pueblo. Es una mujer humilde – todos los humildes son grandes ante Dios – y lucha con sus propios medios para cuando llegue la noche y haya que darse un calentón al amor de la lumbre y buscar el refugio de un calorcillo que tape otras carencias.

En los pueblos al brasero se le llama copa. Es un recipiente de latón, circular, con dos asas para moverla de un sitio a otro. La copa en los pueblos se encendía en la calle. ¿Los materiales? Un poco de leña menuda, algo de leña más recia y, si había, un poco de orujo de aceite o cáscaras de almendras…

Se le prende fuego y cuando se convierten en ascuas la copa se cubre con ceniza para que aguante hasta la hora de irse a dormir. Niño, suele decir alguna persona mayor cuando ya está cobijaba bajo la mesa camilla, ‘echale una firma’ y con tiento el niño hacía resquebrajarse aquel pequeño volcán casero que no daba lava sino algo de calor.

La mujer que enciende la copa tiene sus años. Es ligera de carnes y de tez morena. Se adorna con unos pendientes. La mujer vive en un barrio que no está en el centro del pueblo. Calza zapatillas planas; se abriga con una caquetilla corta, abotonada. Tiene una falda de color azul…

La mujer tiene una paletilla en la mano. La pared esta huérfana de cal; tiene descarnada la piedra como están huérfanos de cariño las personas que viven en algunos barrios.


La mujer mira al fotógrafo con agrado, con resignación; la mujer tiene cara de buen persona, de quien atesora muchos soles y muchas lunas, de quien sabe más que cuenta, de quien ha sufrido mucho porque la vida no le regaló nada… La mujer tiene cara de buena gente. 

jueves, 5 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El general Invierno

Ya está aquí. Ha venido como es costumbre y norma. Ha entrado por el norte y barre la Península como algo suyo, como un territorio desolado y aterido que tiembla tirita y tiene miedo. Está atrapasa bajo la poderosa bota hecha de un material que tritura.

Napoleón arrasó Europa, cruzó ríos, campó por la inmensa llanura. Llegó a la puerta de Moscú, y el pueblo ruso que oía en la lejanía sones de Marsellesa esperó a que sus campanas diesen la orden a su gran general, al mejor de sus aliados, a su ‘general Invierno’. De lo que vino después se encargaron de contarlo los libros de Historia.

Febrero, dice la gente del campo, es el malo; el refrán lo llama embustero y la sabiduría popular - que siempre acierta - le  atribuye un puñado de males. Vientos polares se dan su paseo de cada año y hacen de las suyas. No hay nada que tenga capacidad para pararlos.

Dice el hombre del tiempo que las temperaturas en las cumbres de las cordilleras rompen los termómetros normales. La Cantábrica, Pirineos, Sistema Central o la Penibética compiten entre sí para ver quién se lleva el pulso; o sea, quien tiene el récord en las temperaturas más bajas.

No se quedan atrás las llanuras: páramos castellanos, aragoneses, recodos en algunos valles no quieren ser menos. Se han sumado, también, a la lucha por salir en el periódico. Se habla de diez, quince o veinte, grados centígrados bajo cero como si se hablase de Syriza o de Podemos. Vamos, el pan nuestro de cada día.

Tiembla el campo. Me decía hace un rato un amigo que la gente acarrea leña y neumáticos viejos. Vale de todo: de bicicleta, de tractores, de coches, de motos, de camiones. Cuando traspone el sol el campo es una candelaria pagana. Quieren hacer una capa de aire caliente…


El general Invierno regala una sonrisa blanca y helada. Es hijo de la naturaleza, de la madre naturaleza y ya sabemos lo que dice el maestro Alcántara de dichosilla madre: “¡Qué madre con más mala leche”!

miércoles, 4 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Puerto del Viento

                                            
Si hay un puerto con el nombre bien puesto, es éste.  Casi mil doscientos metros. Belleza y majestuosida. Esta tarde estaba cerrado por nieve.

Conforme se viene de Ronda no se nota la subida (Ronda está muy alta); desde el Burgo es otro cantar. Ya han florecido los primeros lirios morados a pesar de lo crudo del invierno entre las rocas. Los rebaños arriscados ramonean los espinos entre las piedras.

Paisaje de soledad y silencio; para gozarlo. En el Tajo del Valle de la Lifa hay un monumento al Guarda Forestal. Se escucha el silbar encajonado del viento entre los pinos. Abajo, a duras penas, el Turón nacido un poco más arriba, se abre el  paso.

En la represa de la “Yerbagüena” toman el agua de beber para El Burgo. Abajo, desde el río, junto al  puente arranca un camino forestal. Va al Parque Natural. Sobre veinte kilómetros;  bordea la sierra hasta subir por el “Puerto de la Mujer” y, salir por la Fuensanta a la carretera que une Yunquera con El Burgo.

No es terreno para vehículos normales ni para hacerlo andando. En días como estos azotados por el temporal lo sensato es quedarse quieto y no hacerlo de ninguna de a maneras. Se reserva para mejor ocasión.

El paisaje se abre en El Burgo. Campos de cereales y olivos y, en las traseras,  - la parte que nunca se ve en los pueblos -  tierras para huertos de hortalizas. Aprovechan las excelencias. Desde allí mismo una carretera lleva a Ardales… Cosa de caminos.

Tiene el encanto – El Burgo- de los pueblos con sabor perdido entre sierras, por las que siempre corre un río. Orilla el pueblo un paseo que circunda el pueblo. El tajo está ahíto de chumberas.


En el soto del río, en las tardes de verano cantan los pájaros…

martes, 3 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gente buena

Lo leo de refilón. Lo ha publicado el periódico sin darle más importancia. Se ve que esto de las valoraciones va por barrios y por televisiones y esas cosas. “Nada es verdad ni mentira; todo es del color del cristal con que se mira”.

Verán. Dicen que vivía sola, que era huraña, ahorrativa, que viajaba en coche viejo, que vestía regular, que no chismorreaba con las vecinas, que la fortuna – porque era rica, muy rica – la hizo su familia con un molino harinero… Después vino todo lo demás.

Se la encontraron muerta. Al poco tiempo. Nadie la había echado de menos. Vivía sola en Madrid y sin familia, y va la señora Virginia, porque se llamaba Virginia Pérez Buendía y deja toda la fortuna – unos pocos millones de euros -  para los niños necesitados de su pueblo.

Su pueblo es Valverde del Júcar. Está en las tierras que La Mancha tiene en Cuenca y recibe el apellido del río que va camino del Mediterráneo. No son demasiados en su pueblo. Dice el alcalde que a la lectura de su testamento, en la Casa de la Cultura, acudieron muchos; a su entierro, casi nadie. ¡Sorpresas que da la vida!

Ahora se han desatado muchas especulaciones. Por lo pronto se ha creado una Fundación para gestionar los fondos: alcalde, cura y juez de paz, mancomunadamente. Se le agregan también otros miembros al patronato. Claro, cuando hay dinero por medio… Como las moscas a la miel. Ustedes me entienden.

En estos tiempos donde descalificamos con tanta ligereza ocurre que hay gente buena. Pasó en silencio y desapercibida. Quizá su vida no necesitó nada, no pidió nada; quizá con sus apetencias ahorrativas se vio satisfecha… Muchos ‘quizá’.


Pienso que falta un quizá esencial: quizá le falto algo de calor humano, de cercanía, de eso que no se vende en las boticas ni se almacena en las cuentas corrientes de los bancos y, a eso lo llamamos: cariño.

lunes, 2 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rompeolas

Crepita la leña en la chimenea. Las llamas hacen figuras caprichosas. Todo tiene encanto; todo es misterio. Fuera hace frío. Mucho frío. Se condensa el humo; forma nubes blancas que flotan bajo un cielo plomizo. Llovizna; de medio día arriba cae agua nieve.

La revolución ha ido por barrios. “Rompeolas de todas  las Españas”, llamó don Antonio Machado a Madrid. Hasta aquí llegaron, el sábado, gentes desde muchos rincones. Dicen que están hartos de éstos; éstos, dicen que están hartos de ellos…

En Lhardy tomaron el aperitivo Engels, Marx y Hegel. ¿Un contrasentido? No. La musa de ahora no vive en El Gallinero, ni en el Pozo, ni en Entrevías. Es vecina del Barrio de Salamanca usa bolso Chloé y pañuelos de Hermes. La ocasión pedía cambio: chaquetón marrón y bolso de Louis Vuitton…¡Cosas que pasan!

Hay otra musa. Maneja pasta; mucha pasta. Se ha dejado caer: “todos los partidos y la banca tienen un interés común en trabajar juntos para el retorno del crecimiento económico de España” ¿Cómo le ponemos al niño?

El campo, ayer, en España celebraba la Candelaria: hogueras en los montes al atardecer. Hoy, San Blas. Ya se sabe, lo del refranero y las cigüeñas y las nieves y los años de bienes.

Un mirlo, como cada tarde, hace la visita al jardín. Se ha encontrado con los parterres desbrozados y  los rosales podados. La luna está en cuarto creciente. No es tiempo de poda. El mirlo también lo sabe. Ha picoteado algunos bichillos.

Los mirlos se han convertido en pájaros urbanos. Han tomado por suyos los parques. (Si las pijas se han hecho revolucionarias, ¿qué más da?). Le han quitado parte de su territorio - las pijas, no; los mirlos - a los gorriones. Levanta el vuelo y traspone  aleteando con una algarada sonora.


La revolución Comunera surgió en la Castilla del siglo XVI. El Nuevo Mester –corrían tiempos de música folk y cantautores -  la recogió en documento sonoro: “Desde entonces ya Castilla / no se ha vuelto a levantar. / En manos de rey bastardo / o de regente falaz, / siempre añorando una Junta / o esperando un capitán”. ¿Quién recoge la de ahora?

domingo, 1 de febrero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alpujarra Alta

 El viajero llegó a los Bérchules a eso de media tarde. (Los Bérchules son dos aunque el mapa diga otra cosa). Vio represado el río Narila antes de que bajase al Guadalfeo y recordó la primera vez que llegó Yegen siguiendo la estela marcada por ‘don Gerardo’.

El viajero supo de la existencia de Yegen cuando siendo muchacho leyó, “Al sur de Granada”. Gerard Brenan le llevó de la mano por ese mundo que llaman la antropología y, desde entonces, siempre se interesó por las gentes y por las cosas de esas gentes que viven en esos sitios donde no va casi nadie.

Antes de llegar a Juviles se encontró con un pastor. Se paró, habló con él. El pastor llevaba una gorra con orejeras, unas botas de cuero y un pantalón recio. Tenía la punta de la nariz enrojecida por el frío de la sierra. La nieve orillaba la carretera.

Supo que el pastor llevada dos días sin salir al campo “por mor de la nieve que cayó hace unos días ¿sabe usted?”. Al  pastor  le sigue un atajo de ovejas churras y un puñado de cabras blancas alpujarreñas. Acompañan al pastor cuatro perros pastines soberbios.

El viajero recuerda que a Brenan, en una ocasión, cuando iba a Granada le atacaron unos perros. Debían ser los antepasados de estos. Los mastines son los mejores perros para hacer frente a los lobos. Al viajero se lo dijo una vez, otro pastor, un día de verano cuando bajaba desde el Puerto de San Martín hacia el Valle del Roncal. Y, si ellos lo dicen…

El viajero hace un alto en Fuente Agria antes de llegar a Pórtugos. Hay varios puestos ambulantes. Venden arándanos, miel, nueces y yerbas que lo curan casi todo. Eso dice un hombre moreno con barba de varios días y que dice que es de Antequera. ¿Qué puede hacer un hombre de Antequera, tan lejos de su pueblo? Sin duda se busca la vida.


Una pequeña ermita guarda una Virgen de las Angustias. El viajero la ve por una pequeña ventanita abierta en la puerta grande de madera de nogal. El agua de Fuente Agria viene con el nombre puesto de cuna. Prueba su sabor ferruginoso…y, sigue camino.