martes, 7 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Buitres

                                           

Planeaban, aprovechando las térmicas, sobre el Peñón de Zaframagón. Volaban en círculo. Escudriñaban, con ojos que todo lo ven desde las alturas, los riscos donde crece el lentisco y el palmito o hay algún bicho muerto. Los buitres son necesarios en las zonas donde hay ganado. No me refiero a esos buitres.

En nuestra tierra se han perdido los papeles. Cualquier cosa – algunas muy graves – es la espoleta que hace explotar la bomba. Han sido varia en este veranillo que tiene más de cordonazo de San Francisco que de anuncio otoñal.

Una auxiliar contagiada por el dichoso ébola. Se le teme, se le guarda un respeto imponente, pero nadie sabe en qué puñetero recodo del protocolo se ha cometido el error. Naturalmente, ya hay una cohorte de buitres sobrevolando a ver qué pueden encontrar de carroña.

En un pueblo bellísimo acaba de derramarse sangre. Más sangre inútil como todas las que vienen de un crimen horroroso. Es la parte de esa España que no se entiende. Todo debe tener su explicación, aunque no pueden justificarse esas cosas tan horrendas. ¿Qué puede pasar por la mente de un padre para terminar así?

Clamaba Federico García Lorca ante la tragedia de aquella tarde agosteña en Manzanares. “Granadino” llevaba a Sánchez Mejías al cartel de la leyenda; Lorca, a las páginas de la mejor elegía – después de la Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique – de la Literatura española. “¡Qué no quiero verla /dile a la luna que venga, / que no quiero ver la sangre /de Ignacio sobre la arena.”


No hay bien nacido que no se estremezca ante estas situaciones. Un hombre joven en Manzanares; dos hermanos, en Ubrique… Por entre los riscos calcáreos donde crecen el palmito, el lentisco o el cantueso, huye un padre loco porque si no se ha perdido la razón no pueden hacerse cosas como esa…

No hay comentarios:

Publicar un comentario