El maestro Paquirri, o sea, Alonso Sánchez, era
un hombre de estatura media y agradable conversación. Tenía un canario que cantaba de bien como Silverio. En su tarjeta de visita,
cuando se jubiló, se hizo imprimir: “artesano del cabello” ¡Casi ná, maestro! Siempre tenía una sonrisa
como respuesta a muchas cosas.
Estaba la barbería frente a la iglesia de la
Veracruz, justo un poco más arriba de la carnicería de Leonor y antes de llegar
a la carpintería de Tomas Salas. Era un local pequeño y casi cuadrado; se
accedía, directamente, desde la calle.
Enfrente, en la esquina del Camino Nuevo,
Jeromo, ‘el Meíno’ vendía botijos de
La Rambla. En filo de la baranda de la calle Erillas, la fuente con un caño
sonoro sobre el mármol dejaba ir a los transeúntes noctámbulos camino de la
recogida.
De joven formó parte de una rondalla. Por
allí, por la rondalla, también, estaban Juan Cano y Cristóbal Muñoz y Pedro
Vila y Juan que era ciego y… Los niños mirábamos las cosas de los mayores como
algo muy grande, nos embobábamos con aquellos toques de guitarra, laudes y
bandurrias.
Excelente letrista de carnavales. El ministro
de Hacienda – Miguel Boyer - empapeló a
Lola Flores, chivo expiatorio propicio, por aquello del ejemplo y de que el
miedo guarda la viña y de lo que te rondaré morena…
Boda de su hija Lolita. El lugar venía
marcado: Marbella. La jet – curiosos
incluidos – acude en tropel. En carnavales se deja caer: “Después del treinta de abril / la Lola sólo
pensó / que la boda de Lolita / cause gran admiración / por eso escogió Marbella
/ la ciudad cosmopolita / la iglesia ya estaba llena / cuando llegaba Lolita / con
su carita de buena / cuando la Lola
llegó / viendo la gente que había y el cura dijo que no / que si casarse quería
/ la casaría, de favor, dentro de la sacristía / la Lola fuera a de sí rugió
como una leona/ bien te conocía a ti, / bien te conocía / quien te puso Faraona”
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