jueves, 16 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Noches de blanco satén



Dicen que mandó construir un palacio bellísimo para su amada a las afueras de Córdoba. Abderramán tenía casi tanto de poeta como de grandeza. ¿Le falta algo? preguntó el Califa. Le falta, contestó aquella mujer favorita, la blancura de mi Sierra Nevada y, entonces, fue y se lo sembró de almendros.

Se ha vestido la Sierra, como cada año por estas fechas con su manto blanco. Ha caído la primera nevada. Desde la lejanía, en las tardes doradas de otoño, la sierra está bellísima. Tiene un tul blanco. Es como esas noches de blanco satén que hacen un delirio de los sueños.

Están las choperas del Genil con un manto dorado viejo. La brisa de la tarde la baja las hojas al suelo. Forman una alfombra mullida: materia vegetal. Cuando llegue la lejana primavera, los chopos, con su verdor, serán el nuevo grito de la vida que vuelve…

The Moody Blues, el quinteto inglés, grabo en 1967, “Noches de blanco satén”. Era un año donde la gente quería, al parecer con más fuerza, la paz. El movimiento hippies de San Francisco lanzó al mundo un mensaje de hermanamiento entre los hombres. Demasiadas guerras, demasiada tensión. Casi como ahora.

Estamos sedientos de  otros aires; otro mundo es posible. Nos bombardean mensajes de corrupción. Un país sin ilusión echado a las orillas de un río revuelto, demasiado revuelto. Como la canción: “mil desengaños me han venido a contar…” Pero no es esto, no es esto.

Ha niños con ideas impropias de una edad donde la calle y un balón tienen que ser el reclamo. Sobra violencia y botellón. Sobra hastío, pesimismo, gente cabizbaja de pensamientos raros y amantes de lo que no les pertenece.


No se puede encerrar la grandeza del mar que llega con sus olas al rebalaje ni la brisa de la tarde que acaricia la cara ni el sueño de un amor imposible;  no se puede encerrar el tul de la primera nieve que ha caído sobre la sierra…

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