Dicen que mandó construir un palacio bellísimo para su amada
a las afueras de Córdoba. Abderramán tenía casi tanto de poeta como de
grandeza. ¿Le falta algo? preguntó el Califa. Le falta, contestó aquella mujer
favorita, la blancura de mi Sierra Nevada y, entonces, fue y se lo sembró de
almendros.
Se ha vestido la Sierra, como cada año por estas fechas con
su manto blanco. Ha caído la primera nevada. Desde la lejanía, en las tardes doradas
de otoño, la sierra está bellísima. Tiene un tul blanco. Es como esas noches de
blanco satén que hacen un delirio de los sueños.
Están las choperas del Genil con un manto dorado viejo. La
brisa de la tarde la baja las hojas al suelo. Forman una alfombra mullida: materia
vegetal. Cuando llegue la lejana primavera, los chopos, con su verdor, serán el
nuevo grito de la vida que vuelve…
The Moody Blues, el quinteto inglés, grabo en 1967, “Noches
de blanco satén”. Era un año donde la gente quería, al parecer con más fuerza,
la paz. El movimiento hippies de San Francisco lanzó al mundo un mensaje de
hermanamiento entre los hombres. Demasiadas guerras, demasiada tensión. Casi
como ahora.
Estamos sedientos de otros aires; otro mundo es posible. Nos bombardean
mensajes de corrupción. Un país sin ilusión echado a las orillas de un río
revuelto, demasiado revuelto. Como la canción: “mil desengaños me han venido a
contar…” Pero no es esto, no es esto.
Ha niños con ideas impropias de una edad donde la calle y un
balón tienen que ser el reclamo. Sobra violencia y botellón. Sobra hastío,
pesimismo, gente cabizbaja de pensamientos raros y amantes de lo que no les
pertenece.
No se puede encerrar la grandeza del mar que llega con sus olas
al rebalaje ni la brisa de la tarde que acaricia la cara ni el sueño de un amor
imposible; no se puede encerrar el tul
de la primera nieve que ha caído sobre la sierra…
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