No ha llegado la otoñada al campo manchego. Tierras de labor
en barbechos sedientos esperan el agua que no viene. Los pámpanos de las viñas
se han atabacado y con duras penas se mantienen asidos a la cepas que le dieron
la vida durante el estío.
En Madridejos espera un extenso aparcamiento para cuando
vengan los temporales de invierno; por Ocaña se bifurca la autovía: los de
peaje, a un lado; los de Levante, al otro. Al frente la N-IV cruza campos de
soledad. Hay urracas en las cárcavas.
Aranjuez en otoño es otra cosa. Tiene el encanto de la
melancolía que baja de los árboles cuando caen las hojas de los plátanos; la
ternura de quien sabe que esto se acaba porque comienza un tiempo de acurruco y
nieblas; la intimidad del silencio, que pasea por sus caminos.
Corre el Tajo entre jardines que aún conservan las últimas
rosas: blancas, rojas, amarillas. Los mirtos soportan sus propias hojas y las
que bajan de los árboles. Las ramas más altas peladas por el viento se saludan
entre ellas. Todo tiene encanto, todo tiene poesía, todo es sublime.
Quedan muy lejos los montes de la Serranía de Cuenca donde
el nacimiento del río, y más lejos, aún, Lisboa. Cuando lleguen hasta allí las
aguas del Tajo le dirán que ellas saben de pinares serranos, de palacios
reales, de encajonamientos en una tierra extrema, pero de lo que más saben es
de la música con que Aranjuez las acompaña a su paso.
Las avenidas son largas. La masa de turistas regresa a sus
bases; se quedan solitarias. Las hojas amarillentas dan pinceladas diferentes:
alfombran el suelo y dejan un tapiz blando. Es una capa especial que gime bajo
los pies del viajero. Algunos patos nadan indiferentes junto al dique de contención
del río.
Aranjuez en otoño tiene un encanto especial. El sol dorado
de la tarde no quiere irse y por entre el ramaje pelado de los árboles parece
que se enredan las notas sueltas, pinceladas de amor – ¿“adónde te escondiste
amor”?- del concierto del Maestro Joaquín Rodrigo. Es el momento de entornar
los ojos, de escuchar el Concierto de Aranjuez. Es el momento de sueños.
Aranjuez, Aranjuez…
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