sábado, 11 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Estatuas de la calle



Madrid, en otoño, después de un día de lluvia muestra, a ratos, su cielo velazqueño: nubes que pasan, claros celestes que se asoman desde las alturas, pájaros que han perdido el sitio… Un arce dorado – ya dejó de ser de cobre – pimpollea en la esquina de Alegría de Oria con Alcalá. Sus hojas cuentan horas de calendario.

Madrid tiene otro color. Están  ocupadas por pedigüeños las puertas de las iglesias; los pasillos del metro por músicos callejeros. Elevan los decibelios de instrumentos eléctricos; piden unas monedas. Indigentes tirados en las aceras. Hombres de color que vinieron en busca de otro mundo ofrecen sus mercancías. No les compra nadie.

Son las otras estatuas de unas calles donde la gente lleva prisa, mucha prisa, demasiada prisa. Coches raudos. Comercios de lujo con guardias de seguridad en las puertas, restaurantes de muchos euros en la carta de productos. Bichos vivos que se mueven en las peceras.

El Jardín Botánico, El Prado, el Círculo de Bellas…aguardan la cola diaria. Cientos de turistas pasan por allí. Lo miran todo, lo fotografían todo, lo andan todo. ¿Qué se llevan, realmente?

No están las castañeras de la Plaza de la Cebada ni en el Mercado de San Miguel. Del Madrid de Arniches – que por cierto era de Alicante  y murió en la calle Monte Esquinza 14, en el barrio de Chamberí, donde lo recuerda una lápida –ni de Don Ramón de la Cruz ni del de Galdós, queda nada, o casi nada.

“Madrid, Madrid, Madrid”, cantaba el Chotis. En México, como pregonaba Agustín Lara, se piensa mucho en ti. En México y en otros muchos sitios. “Rompeola de todas  las Españas” lo llamó don Antonio Machado. Se palpa tensión, desencanto, miedo…

Me he perdido, un rato, por este Madrid de cielo velazqueño con celestes que se asoman, con pájaros perdidos, después de un día lluvioso de otoño, de arces de hojas doradas con el tiempo contado y no precisamente por el reloj de la Puerta del Sol…



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