El otoño no quiere venir este año. Está como esos niños
remisos, remolones que se resisten a ir a la escuela y las madres los llevan,
casi a rastras, agotados todos los posibles chantajes comerciales. “Pepito, si eres
bueno, luego, cuando salgas te compro un tebeo…”
Están los chopos como quien esperaba al cartero. Se asoman a
las brisas que bajan de las cumbres; otras suben por el río. Da lo mismo. El
otoño dice que, este año, vendrá, cuando quiera. O sea más tarde que por algo
para él no hay posibles chantajes de tebeos…
Las laderas de las sierras, cubiertas de vegetación, se
asoman a la corriente: encinas, olivos con sierpes subidas de años, algunos
castaños, corcojas, pinos reales, alcornoques… Están expectantes. Las choperas
apuntan al cielo. Las choperas saben que no alcanzarán nunca el cielo.
El Genal, el río nacido – un poco más arriba - bajo la
covacha, en Igualeja, lleva el agua clara, cristalina, casi impoluta todavía.
Algunas hojas – las más adelantadas – han decidido, por su cuenta, echarse a
navegar. Bajan como quien va por algo suyo camino de no saben dónde.
Las choperas dispersas, salteadas se dan vistas unas a
otras. No son choperas machadianas ni de esas que orillan los ríos de la vieja
Castilla cuando el Duero es un río ballestero que abre tierras. No. Estas
choperas tienen el punto de ser únicas.
No las ha sembrado nadie. Están ahí porque sí. Saben de
andanzas de bandoleros, de gentes con chuchillo y faca, de alforjas y
tercerolas en el caballo… Saben del contrabando: café y tabaco que venía de
Gibraltar a Ronda. Saben tantas cosas que se lo guardan para ellos.
Bajo el puente que permite el paso, entre Algatocín y
Jubrique, jugaban unos niños. Tiraban piedras al río. ¿Por qué los niños tiran
piedras cuando se acercan a los ríos? El agua clara, serena, seguía su curso; una
mirla asustada sale en estampida del sotobosque; desde su quietud las choperas
veían irse la tarde y el agua…
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