Hace unos días, un obispo hablaba por televisión. Es el
responsable de la Conferencia Episcopal en Caritas. Aterraba escuchar lo que
decía aquel hombre. Cifras descomunales. Creí entender algo así: el 30% más de
personas que el año pasado ha estado en Caritas; demandaban ayuda.
Demasiados. Son demasiadas personas que extienden la mano.
Sé que no es oro todo lo que reluce y que Rinconete y Cortadillo eran paisanos
nuestros. Y la pillería…Lo sé. Pero aún así, incluyendo a los pillos, son
muchos los que acuden a los demás.
España se ha vestido de gris en estos temas. Muy pocos – los
ladrones de las portadas mañaneras en los periódicos, aparte – se han puesto
ricos, muy ricos. ¿Pobres?, casi cuesta contarlos. Los colores del otoño parece
que tienen dificultad para abrirse paso.
Decían, también, las cifras expuestas que cada día son más
los niños que viven en la pobreza en España. Cuesta creerlo. Nace por dentro la
sublevación pero dicen los datos que es cierto. Que no por cerrar los ojos o
por esconder la cabeza la realidad cambia.
Barbeito sentenciaba hace más de más de treinta y cinco años
inspirándose en el hambre de posguerra: “Señorito de Sevilla, / no tire el pan
que le sobre, / que en el barrio de Triana / hay muchos chiquillos pobres”. Y,
yo me pregunto: ¿habrá llegado la hora de cambiar limosna por la Justicia?
Hace unos días se llenaron las calles de muchas de nuestras
ciudades con gente que se manifestaba. No estaban de acuerdo con casi nada. O
sea. Todos iban contra algo o contra alguien. La discrepancia (la envidia,
también) ocupa puestos de importancia en la liga personal de muchos españoles.
El despilfarro, el consumo sin sentido, la necesidad creada…
Todo eso que nos meten en la cabeza. Lo seguimos casi sin preguntar. Es el otro
platillo en la balanza de una sociedad que anda un tanto desquiciada. Por
cierto leo, en no sé qué sitio: esta temporada el color de moda es el azulón…
¿Hay quien dé más?
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