El autobús de las once y veinte llegó con algo de retraso.
No mucho, pero algo. Todos los días inclumple el horario… Los usuarios del
autobús ven normal que no llegue a su hora. Nadie protesta; esperan pacientes.
Todos van a alguna parte.
Aguardan que bajen otros viajeros. Ahora con tantos recortes
el conductor del autobús también hace de cobrador. Los viajeros entran y salen
por la misma puerta. O sea la puerta delantera que es la que controla el
conductor del autobús.
El conductor está protegido por una mampara de un plástico
robusto. Parece que es de cristal, pero no es. El autobús está pintado de un
color amarillento y, por la parte trasera, de un verde fuerte. Lleva un letrero
que habla de trasportes públicos …
El autobús tiene un informador electrónico en el frontal. Un
luminoso sin fin anuncia: “Málaga, Pizarra, Ronda, Grazalema, Ubrique...” Pasa
y vuelve a pasar. No para la cinta en ningún momento. Una, y otra vez.
-
Oiga, pregunta una señora, ¿éste va a Ronda?
El conductor es un hombre enjuto y parco. Está imbuido en la
rutina. Le habrán hecho la misma pregunta… El conductor contesta como quien
responde a otra cosa.
-
Sí
Han bajado algunos viajeros; suben otros. En el asiento que
hay junto a la ventanilla del asiento que hay detrás del conductor viaja un hombre. No es ni joven ni viejo.
Mira al infinito. Tiene ida la mirada. Apoya la barbilla sobre los nudillos de
su mano izquierda. ¿En qué pensará? ¿A
dónde irá el hombre que parce que mira por ventanilla?
Va solo. No habla con nadie. No mira a nadie. No ve a nadie.
No aparta la mirada de los montes lejanos que se recortan en el horizonte. A
estas horas de la mañana El Torcal, el Cerro de la Fiscala, el Cerro de la
Farola son montes entre la bruma azulada y sucia… Se cierra la puerta; arranca
el autobús que debió llegar a las once y veinte pero que vino con un poco de
retraso…
No hay comentarios:
Publicar un comentario