viernes, 31 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Punica granatum

                                              

El granado – púnica granatum - nació en las laderas del Himalaya. Eso dicen. De allí, viajó a Persia y,  por Armenia llegó a las orilla del Mediterráneo y,  luego, a Iberia. Seguía la ruta del sol. Por Oriente, también fue lejos, muy lejos: hasta las tierras de Japón, en las aguas del Pacífico.

Casi a tiro de vista de las Columnas de Hércules su fruto dio nombre a una ciudad: Granada. La han cantado - a la ciudad - los poetas. “Agua oculta que llora”, “luna del sur”, “sueño y encanto”, “tierra soñada por mí…” Y, más, mucho más.

La Guardia Civil, bueno una parte  de la Benemérita especializada en cosas feas ha descubierto una trama criminal. Mafia pura y dura con todo lo que eso encierra; con todo lo que eso conlleva. Le ha puesto por nombre, ‘Operación Punica”.

Tiene mucha literatura el granado y su fruta. El nombre del árbol, en masculino plural y en  mayúscula, o sea, Granados, estos días, además, mucha prensa. Demasiada prensa escrita, oral y visual. Ya saben aquello de la valía de la imagen.

De valía de terrenos iba la cosa. Compraban barato, estafaban,  falsificaban, recalificaban, se embolsaban, robaban… Pueden conjugar una ensarta de verbos, todos los que ustedes quieran, menos los que tienen que ver con la honradez. Sin miseria. Han hecho daño,  mucho daño. Demasiado daño a otras personas, a su partido, a la sociedad en que viven, a la Democracia…

Su Señoría ha mandado a Francisco Granados – nombre propio, masculino plural y cabecilla de la banda -  a dormir por una temporada a Soto del Real. No va solo. Le acompañan otros. Hablan y los acusan de cosas muy gordas, muy gordas. Lo ha dicho el telediario.

Ni el granado precioso y poético, de flores encendidas de rojo en primavera; ni su fruta, tan rica por tantas cosas buenas; ni la ciudad, que se peina con las brisas blancas que bajan de la sierra, tienen nada que ver con el asunto…

A ellos, también, les salpica. Federico, escribió hace muchos años: “por el agua de Granada solo reman los suspiros….” ¿Sería una premonición?

jueves, 30 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Por un puñado de dólares

                                   

Ese era el título. Los hechos ocurrían en la frontera de México. La película, un spaghetti western dirigido por Sergio Leone; lanzó al estrellato a Clint Eastwood. La música de Ennio Morricone…Los ingredientes, todos los ingredientes para que lo cazarrecompensas busquen dinero y gloria.

Cambien los nombres. La frontera, mejor, San Fierro, por una ciudad preciosa, donde florecen azahares y jacarandas en primavera a orillas de un río famoso. La música, el embrujo de Triana; los protagonistas…

¿Se imaginan? El sol, lentamente, se hundió hace un rato en el cauce del río que va camino de la mar…Sevilla bajo la luna es poesía en Santa Cruz, luces de Giraldillo por los tejados; los hombres pobres, sombras de la conciencia.  La Policía Local  ‘caza’ a los que hurgan en los contenedores de basura.

 Setecientos cincuenta euros se llama la broma o la sanción. Es lo mismo. Dice la ordenanza que ensucian la ciudad. La justificación viene porque como en otras ciudades del oeste, ay, no, que me he confundido, de aquí, pongamos: Madrid, Bilbao, Barcelona, también lo hacen...

Caritas se deja de caer con un informe demoledor. Más de once millones de españoles, como usted o como yo, andan muy cerquita de  eso que se llama pobreza. O sea, lo pasan mal, muy mal. Parece que al Ejecutivo no le ha gustado mucho saberlo. Dicen que ha habido presiones para imponer silencio.

La sociedad española está un poquito - ¿solo un poquito? – hasta ese sitio que todos sabemos de tanto sinvergüenza suelto, de tanto político inútil, de tanto salvador mesiánico, de tanto corrupto. Me decía un amigo anoche que, desde casi ya, la palabra corrupción se puede escribir con dos pp…Muy duro ¿verdad?


La gente no hurga en los contenedores de basuras por el capricho de ensuciar aceras y calles ni por disfrutar de la excelencia de los olores que desprenden desde su interior. No, por supuesto, que no. Van por otra cosa. Menos dólares y menos euros y menos música, maestro. Soluciones, pero ya.



miércoles, 29 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Insectívoros

  
                                           

Llega el otoño. Vienen también, algunos pájaros; otros, emigran. Gustan de  otras tierras donde pasarán el invierno. Estos días el estrecho de Gibraltar ha sido un tránsito continuo: golondrinas, vencejos, aviones, tórtolas, abejarucos…

Van a los extensos parajes de más allá del desierto. No saben estos pájaros de la que hay liada en Mali, Liberia, Sierra Leona y aquellos sitios. No saben, tampoco, que allí la gente se mata unos a otros porque, además de hambre y enfermedades tienen ese horror creado por los humanos. Lo llaman, guerra.

Con las brisas del otoño llegan unos pajarillos diminutos, nerviosos, inquietos. Saltan de rama en rama, se esconden por los vallados o por entre los setos. Han llegado los pichis, con sus pecheras de color azafranado como si antes de asentarse hubiesen pasado unos días por los campos de Consuegra…

Son insectívoros. Comen hormigas alúas, bichillos, mosquitos… Limpian de insectos el aire que respiramos. Son beneficiosos, muy beneficiosos. No hacen daño a nadie; no molestan a nadie. Los protege la Ley de los desaprensivos que los cazan con trampas. No hay país con más leyes que el nuestro ni donde menos … Ya me entienden.

El carbonerillo cantaba esta mañana con su canto monocorde. No lluve; pero él, a lo suyo. Este ‘pajarito del agua’ dice lo que queremos escuchar. A media tarde no sé dónde se mete. Se pierde su canto. A veces me pregunto sí es que tienen la buena costumbre de echarse una siestecilla.

El herrerillo tiene el cuerpo rollizo, la cabeza gordita y tonos azulados en el plumaje. Gusta de andar por los sotos, por los bordes de los caminos, por los cañaverales del arroyo. Llega el otoño, se atisban vientos fríos. Se hacen más sociables…

Y, ahora, cuando se aposenten las noches largas de noviembre y  sople el aire de arriba y ulule el viento en las chimeneas y den portazos los ventanucos sueltos de los palomares y todo sea oscuridad y miedo y aullidos de perros perdidos en el campo ¿dónde buscarán refugio estos pajarillos diminutos?  ¿Lo sabe alguien? Decidme, ¿dónde? 

martes, 28 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El hombre

                                               

El autobús de las once y veinte llegó con algo de retraso. No mucho, pero algo. Todos los días inclumple el horario… Los usuarios del autobús ven normal que no llegue a su hora. Nadie protesta; esperan pacientes. Todos van a alguna parte.

Aguardan que bajen otros viajeros. Ahora con tantos recortes el conductor del autobús también hace de cobrador. Los viajeros entran y salen por la misma puerta. O sea la puerta delantera que es la que controla el conductor del autobús.

El conductor está protegido por una mampara de un plástico robusto. Parece que es de cristal, pero no es. El autobús está pintado de un color amarillento y, por la parte trasera, de un verde fuerte. Lleva un letrero que habla de trasportes públicos …

El autobús tiene un informador electrónico en el frontal. Un luminoso sin fin anuncia: “Málaga, Pizarra, Ronda, Grazalema, Ubrique...” Pasa y vuelve a pasar. No para la cinta en ningún momento. Una, y otra vez.

-          Oiga, pregunta una señora, ¿éste va a Ronda?

El conductor es un hombre enjuto y parco. Está imbuido en la rutina. Le habrán hecho la misma pregunta… El conductor contesta como quien responde a otra cosa.

-         

Han bajado algunos viajeros; suben otros. En el asiento que hay junto a la ventanilla del asiento que hay detrás del conductor  viaja un hombre. No es ni joven ni viejo. Mira al infinito. Tiene ida la mirada. Apoya la barbilla sobre los nudillos de su mano izquierda.  ¿En qué pensará? ¿A dónde irá el hombre que parce que mira por ventanilla?


Va solo. No habla con nadie. No mira a nadie. No ve a nadie. No aparta la mirada de los montes lejanos que se recortan en el horizonte. A estas horas de la mañana El Torcal, el Cerro de la Fiscala, el Cerro de la Farola son montes entre la bruma azulada y sucia… Se cierra la puerta; arranca el autobús que debió llegar a las once y veinte pero que vino con un poco de retraso…

lunes, 27 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Michael

                                                  

Mi amigo Michael, Michael Newton,  viene cada año en una escapada de dos semanas. Busca una casa; se hospeda,  comparte con los amigos... “Se me hacen muy cortas dos semanas”. Desde que vengo, me dice,  “entiendo mejor muchas cosas”.

Michael Newton es profesor emérito en la Universidad de Northumbria, en Newcastle. Engrosa la lista de hispanistas británicos que saben más de nosotros que nosotros mismos.  En las Universidades de Cambridge y de Keele se interesó por la figura del político republicano Largo Caballero.Vinieron, luego, libros, artículos, tesis…

La dirección del Departamento de Español de su universidad le propició el contacto con Álora. Acompañaba al grupo de estudiantes que pasaban un tiempo de estudio por aquí. En el 2002 publicó “Álora. Portrait of a frien dly town”; luego, “Homenaje inglés a Álora”…

Hace unos meses con un correo me anunció su venida. Una llamada de teléfono, anoche, me dice que ya está aquí. Un café con leche en el bar de la Fuente de la Higuera… Un rato único.

Hablamos y hablamos: situaciones de ambos países; de Escocia y de Europa; de Almudena Grandes y de Paul Preston; de Richard Robinson y de Gerarld Brenan; de conservadores y laboristas, de aquí y de allí; de lo que supuso para la Alpujarra la publicación de “Al sur de Granada…”

 “Pepe que sabio es el pueblo de Málaga que le da un nombre a cada clase de café. Y de corrida me cita: cortado, sombra, nube, manchado, mitad, solo, café con leche, largo, corto…”


Todavía tiene las hojas el almez centenario que cubre la casa señorial cercana; las han perdido los granados. Dora el sol las lomas de Virote; por El Torcal se encaraman algunas nubecillas que no son de agua; se extienden como una gasa espesa… Me pregunto ¿Por qué algunos amigos se van a vivir tan lejos?

domingo, 26 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Choperas del Genal

                                   

El otoño no quiere venir este año. Está como esos niños remisos, remolones que se resisten a ir a la escuela y las madres los llevan, casi a rastras, agotados todos los posibles chantajes comerciales. “Pepito, si eres bueno, luego, cuando salgas te compro un tebeo…”

Están los chopos como quien esperaba al cartero. Se asoman a las brisas que bajan de las cumbres; otras suben por el río. Da lo mismo. El otoño dice que, este año, vendrá, cuando quiera. O sea más tarde que por algo para él no hay posibles chantajes de tebeos…

Las laderas de las sierras, cubiertas de vegetación, se asoman a la corriente: encinas, olivos con sierpes subidas de años, algunos castaños, corcojas, pinos reales, alcornoques… Están expectantes. Las choperas apuntan al cielo. Las choperas saben que no alcanzarán nunca el cielo.

El Genal, el río nacido – un poco más arriba - bajo la covacha, en Igualeja, lleva el agua clara, cristalina, casi impoluta todavía. Algunas hojas – las más adelantadas – han decidido, por su cuenta, echarse a navegar. Bajan como quien va por algo suyo camino de no saben dónde.

Las choperas dispersas, salteadas se dan vistas unas a otras. No son choperas machadianas ni de esas que orillan los ríos de la vieja Castilla cuando el Duero es un río ballestero que abre tierras. No. Estas choperas tienen el punto de ser únicas.

No las ha sembrado nadie. Están ahí porque sí. Saben de andanzas de bandoleros, de gentes con chuchillo y faca, de alforjas y tercerolas en el caballo… Saben del contrabando: café y tabaco que venía de Gibraltar a Ronda. Saben tantas cosas que se lo guardan para ellos.


Bajo el puente que permite el paso, entre Algatocín y Jubrique, jugaban unos niños. Tiraban piedras al río. ¿Por qué los niños tiran piedras cuando se acercan a los ríos? El agua clara, serena, seguía su curso; una mirla asustada sale en estampida del sotobosque; desde su quietud las choperas veían irse la tarde y el agua…

sábado, 25 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Imagine

                                               

Languidecen muchos pueblos. Ven cómo, en ese disparadero moderno llamado turismo, se escapan los vecinos. Ellos ‘ofrecen’ algo para a atraer a posibles visitantes. Que se se acerquen los conozcan y dejen dejen algo de dinerillo.

Sopas perotas en Álora, la matanza en Ardales, migas en Torrox, nísperos en Sayalonga, ajo blanco en Almáchar… Todo gratis. Colas y colas, en ocasiones  bajo el sol que pega por el plato de turno. Hay quien lo ve más comercial: feria del jamón en Campillos, quesos en Teba…

Otros rizan el rizo y viene Júzcar, en la Serranía de Ronda, y cambia el color blanco, precioso, pincelada de espuma entre castaños por el color azulado, importando de no sé qué publicidad americana identificada con los pitufos.

Recuerdo haber leído una entrevista al profesor Gallego Morell, decía: “Mi padre Gallego Burín, alcalde de Granada es recordado por haber instaurado los festivales del Generalife y no por haber dotado de agua potable a las casas de Granada…” Da qué pensar.

Colgaba un mensaje tempranero Juan Domínguez. La viñeta es esplendida. Informa: en la Escuela se enseña; en la familia, se educa. Obviamente no son excluyente pero sí muy ilustrativas. Hace pensar esta reflexión; mejor, debería ponernos a pensar.

¿Qué estamos haciendo mal? Todas esas ‘imaginaciones’ de los pueblos, en plan borde es para ‘echarnos’ de comer. No aportan felicidad al ser humano. Me decía un amigo que hay quien tiene una lista de ‘gratuidades’ para llenar cada uno de todos los domingos del año.


Realmente, imaginación, lo que se dice imaginación, la puso John Lenonn.: Imagine (1971). Y vino a decir, más o menos. Imagina que no hay  Paraíso encima, ni el infierno debajo de nosotros…; ni gula, ni hambres; nada por qué morir o matar… imagina a toda la gente viviendo en paz…


viernes, 24 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aranjuez


                                                          

No ha llegado la otoñada al campo manchego. Tierras de labor en barbechos sedientos esperan el agua que no viene. Los pámpanos de las viñas se han atabacado y con duras penas se mantienen asidos a la cepas que le dieron la vida durante el estío.

En Madridejos espera un extenso aparcamiento para cuando vengan los temporales de invierno; por Ocaña se bifurca la autovía: los de peaje, a un lado; los de Levante, al otro. Al frente la N-IV cruza campos de soledad. Hay urracas en las cárcavas.

Aranjuez en otoño es otra cosa. Tiene el encanto de la melancolía que baja de los árboles cuando caen las hojas de los plátanos; la ternura de quien sabe que esto se acaba porque comienza un tiempo de acurruco y nieblas; la intimidad del silencio, que pasea  por sus caminos.

Corre el Tajo entre jardines que aún conservan las últimas rosas: blancas, rojas, amarillas. Los mirtos soportan sus propias hojas y las que bajan de los árboles. Las ramas más altas peladas por el viento se saludan entre ellas. Todo tiene encanto, todo tiene poesía, todo es sublime.

Quedan muy lejos los montes de la Serranía de Cuenca donde el nacimiento del río, y más lejos, aún, Lisboa. Cuando lleguen hasta allí las aguas del Tajo le dirán que ellas saben de pinares serranos, de palacios reales, de encajonamientos en una tierra extrema, pero de lo que más saben es de la música con que Aranjuez las acompaña a su paso.

Las avenidas son largas. La masa de turistas regresa a sus bases; se quedan solitarias. Las hojas amarillentas dan pinceladas diferentes: alfombran el suelo y dejan un tapiz blando. Es una capa especial que gime bajo los pies del viajero. Algunos patos nadan indiferentes junto al dique de contención del río.


Aranjuez en otoño tiene un encanto especial. El sol dorado de la tarde no quiere irse y por entre el ramaje pelado de los árboles parece que se enredan las notas sueltas, pinceladas de amor – ¿“adónde te escondiste amor”?- del concierto del Maestro Joaquín Rodrigo. Es el momento de entornar los ojos, de escuchar el Concierto de Aranjuez. Es el momento de sueños. Aranjuez, Aranjuez…

jueves, 23 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Respeto

                                               

Decía León Felipe que cualquiera sirve para enterrar un muerto menos un sepulturero. Más o menos. Es una exageración. Cuando uno se mueve en “su mundo” le pierde el repelús a muchas cosas. El torero le pierde la cara al toro; el bombero, el susto al fuego; el marino, a la marejada.

¿Se acuerdan? Los monaguillos eran los menos respetuosos en la iglesia. Se las andaban como por su casa. Sabían dónde estaban los agujeros por dónde se escapaban los ratones y dónde Vicente – Vicente era el sacristán – ponía el vino de la vinajeras.

Sabían los monaguillos a qué casas podían ir a pedir ‘candela’ para el incensario y a cuáles no. “A esa no vayas, decían,  que es ‘mu fea y mu esaboria’  y pasaban de largo. Cuando la gente iba porque sí a misa si alguien se quedaba sin misa… eran ellos.

En los últimos días – malditos viajes – he tenido que ir con demasiada frecuencia al cementerio. Pulula un enjambre de persona adecentado niños, arreglando floreros, reponiendo material ante el recuerdo que perdura y ante los días que se avecinan. Por cierto vamos ‘de oficio’ de visita el día de Todos los Santos a los cementerios y no el día de Todos los Difuntos. Pasan unas cosas.

Se quejaban entre dos señoras mayores, enlutadas y con cierta amargura que le habían quitado uno de los dos floreros que había comprado el lunes en el mercadillo. “Porque, sabe usted, era precioso, como imitando a mármol amarillito”…

Naturalmente nada tienen que ver ni los sepultureros que van a los suyo y que por cierto son amigos míos y muy buenas gentes, ni los monaguillos que sabían de nidos de palomos en el campanario y del vino de Vicente y de la candela…

Surge una nueva clase – detenidos  por la mañana y en puestos en libertad con cargos, por la tarde-.  Nos han perdido el respeto. Chorizos que toman  “algo”, “en algún lugar”  y ni Dios es capaz de cazarlos.


 Remanguilleros que quieren que, encima, pague la aseguradora del banco; quien dice que esto va divinamente, naturalmente, para ellos; salvadores que nos van a llevar al séptimo cielo, porque en los seis anteriores ya no cabe nadie más… Nos han perdido el respeto ¿Por cuánto tiempo?

miércoles, 22 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Puerta Grande


                                                       

El  maletilla sueña en la noche oscura bajo una luna entre nubes que el toro negro separado de la manada será solo el presagio de lo que vendrá. El maletilla sueña con la Puerta Grande.  Un día se abrirá para él la Puerta del Príncipe en la Maestranza o la Grande de la Ventas, la que mira a la calle de Alcalá…

Media España aplaude con las orejas un dudoso éxito gubernamental; la otra media chirría. Se ha quedado sin mártir. Ya salvo el perro y mucho chau, chau se limita mucho el bagaje de posibles arrojos. Yo aplaudo y le doy Puerta Granda a la Sanidad Pública.

No sé quién es el espada líder en esa cuadrilla vencedora del ébola en el hospital madrileño. No importa. Son componentes de los miles de profesionales que atienden a las Sanidad Pública española. No conocemos sus nombres. Salvan vidas a montones todos los días. No salen en los periódicos. No importa. Puerta Grande para todos.

Cuentan la anécdota. No sé  cierta o apócrifa. Consejo de Ministros, Girón expone a Franco el proyecto que tiene en mente de Seguridad Social. El mandamás escucha  en silencio; los demás siguen la exposición. En un momento toma la palabra: “Girón lo que usted quiere es colocarme en nómina a todos los médicos de España”. “Sí, Excelencia”, contestó el Ministro. Puerta Grande a aquella decisión.

España tiene que abrir, también, la Puerta Grande a los miles de maestros que atienden a la denostada Escuela Pública. A muchos nos enseñaron a “llevar palabras de la mano”; hoy, otros hacen lo mismo. Se les llama de otra manera. Puerta Grande.

Puerta Grande a miles de funcionarios sin nombre. Acuden  a su trabajo. Funciona el país. Circulan los trenes, vuelan los aviones, no encallan los barcos, velan bajo un uniforme, se resuelven los problemas...


 Puerta Grande a los políticos honrados, oscurecidos por la pléyade de mangantes de aperturas en los telediarios… Puerta Grande para toda esa gente que está en la Función Pública, incluidos, claro, toda la cuadrilla del Carlos III…

martes, 21 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Zaragozano

                                                         

Mi abuelo se levantaba al amanecer; mejor, antes de ser de día. En este tiempo echaba un candelorio en la chimenea y cuando los rayos del sol levantaban al personal ya había hecho el café y tenía la casa calentita.

Paco aparejaba los mulos y salía al campo donde siempre había algo que hacer. Paco era un hombre bueno, muy bueno. A nosotros nos llevaba subidos en uno de los mulos cuando había que ir por agua a la Fuente de la Zorra o cuando se nos antojaba ir con él a la parte de la huerta donde tocaba aquel día.

Mi abuelo sacaba las cabras – porque tenía dos cabras – y las amarraba en el borde de vía del tren por encima de la trinchera y, luego, se iba a sus cosas. Mi abuelo fumaba ‘Ideales¡ y bebía aguardiente matarratas. Nunca le faltaba. Lo guardaba en una botella de color verde en la alacena de la casa…

Usaba una pelliza gruesa, fuerte; pesaba mucho. En los meses de  puesto aparejaba la yegua, armaba la jaula con la sayuela para que el pájaro no se asustase y se iba a las lomas de Virote. Yo fui muchas veces de cacería con mi abuelo. La tarde se me hacía muy larga. Me aburría. Mi abuelo se quitaba la pelliza y me cobijaba con ella cuando el frío arreciaba. Yo buscaba el calor del cuerpo de mi abuelo.

Al atardecer volvía a encender la chimenea. Yo nunca lo vi leer un libro pero siempre consultaba el almanaque Zaragozano. Proyectaba  las sombras de sus manos en la pared con la luz del candil y componía unas figuras muy raras: la cabeza de una oveja o las orejas de un conejo. Yo no sé qué hacía pero a nosotros nos llenaban de ilusión.


Luego, el autillo ululaba cada noche. Los niños sentíamos miedo. Cuando de madrugaba aullaban los perros entre la gente del campo – porque en mi familia todos eran del campo – se presagiaba que algo malo podía ocurrir…  Al primer entierro que yo asistí fue al entierro de mi abuelo; en la cabecera su hijo, o sea, mí tío; mi hermano...

lunes, 20 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tercero de violetas

                                               

De medio día arriba ha despejado la calima que viene del desierto. Lo hace con tanta desgana que de ser posible uno zaheriría ese vaho de gasa ocre. Se necesita por estas tierras un cambio de tiempo.

He subido hasta Flores. La tarde se alargaba con rayos de sol que doraban las cumbres lejanas de las sierras de Camarolos, Loja y El Torcal. Por abajo, entre las huertas y el río, empezaban a expandirse las sombras.

Ha pasado, con vuelo pausado, camino de no sé dónde,  una banda de garcillas bueyeras. Los entornos del convento esperan la noche con sosiego y calma. Hay paz y silencio dentro. Arrullan, en los poyetes de las ventanas los palomos en celo. Apuran los últimos destellos de luz. Uno, en horas inciertas, se debate entre la desgana y la melancolía.

Hay gente que sube y baja por la carretera. Mejor, por las aceras que orillan la carretera. En los años cuarenta ni había gordos, ni colesterol ni la gente andaba a paso rápido por la carretera. Algunas mujeres con una rebeca anudada a la cintura sudan la gota gorda; llevan un botellín de agua…

Regreso. La casualidad ha traído, esta tarde, a mis manos “Fondo Perdido”, selección de artículos de Manuel Alcántara. La hace Teodoro León. Releo (no sé por cuántas veces ya) “Ultima hora: César González-Ruano”. Lo escribe cuando a César, como decimos en los pueblos, se le llama y, todavía, responde. Lo sitúa “en una eterna escolaridad de tercero de violetas”; el Maestro, siempre pregona cursar “segundo de jazmines”. Maestro, yo quiero matricularme en primero de aprendices.


Miles de gorriones buscan cobijo, como cada noche, en los ficus del parque. Pían y pían, y tienen un gorjeo discorde y chillón. Deben andar a la gresca por la mejor rama, o el mejor refugio nocturno. Estos gorriones viven ajenos a lo que pasa en el mundo. ¿En el mundo de los gorriones existirá la felicidad?

domingo, 19 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fandangos

                                             

¿Ves? La sierra se viste ya de otoño. Sé que no te gusta el otoño;  sé que te pone triste, melancólica; que eres de sol y de brisas de mares de que vienen de lejos pero, yo porque soy así, hoy me ha dado por irme a la Sierra.

En Aracena se la andan de feria del jamón y esas cosas del cerdo. Aracena,  además de capitalidad me ofrece un “milagro de agua y tiempo”. Estalactitas y estalagmitas crean caprichos de formas y ensueños. Me quedo con el fandango: “Aracena la serrana/ que es una mata del monte / cuando viene la mañana / blanquea en el horizonte/ como la flor de la jara”.

Y sigo camino, porque la Sierra, de Portugal a la Cuesta de la Media Fanega tiene muchos caminos y te digo que los castaños de Galaroza y de Robledo y de Fuentehridos y de Alájar y de Linares han pedido prestada la ropa: se han vestido de manto de Dios.

En Almonaster me vuelvo al reencuentro. Me viene a mano otro, oro fandango, claro: “Pensé de echarte al olvido / y no te pude olvidar / soy como el pájaro herido  / vuela siempre hacia el lugar / donde tuvo el primer nido”.

Encinasola se asienta junto al Múrtiga. Allí están la Virgen de Flores y los amigos de siempre. Y, como la cosa va de flores y fandangos, me lo apropio, porque viene a pelo y porque me parece precioso: “Yo sembré en una maceta / la semilla del engaño / con lágrimas la regué / y la flor salió florando / tuvo la culpa el querer”.


¿Ves? Me ha dado en irme esta tarde de otoño por la Sierra. Unos buscan grumelos; otros, acopio de viandas… o quien va, errabundo, por si en algún recodo del camino hay un mensaje en el viento.

sábado, 18 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Maestro Paquirri


                          


El maestro Paquirri, o sea, Alonso Sánchez, era un hombre de estatura media y agradable conversación. Tenía un canario que cantaba de bien como Silverio. En su tarjeta de visita, cuando se jubiló, se hizo imprimir: “artesano del cabello” ¡Casi ná, maestro! Siempre tenía una sonrisa como respuesta a muchas cosas.

Estaba la barbería frente a la iglesia de la Veracruz, justo un poco más arriba de la carnicería de Leonor y antes de llegar a la carpintería de Tomas Salas. Era un local pequeño y casi cuadrado; se accedía, directamente, desde la calle.

Enfrente, en la esquina del Camino Nuevo, Jeromo, ‘el Meíno’ vendía botijos de La Rambla. En filo de la baranda de la calle Erillas, la fuente con un caño sonoro sobre el mármol dejaba ir a los transeúntes noctámbulos camino de la recogida.

De joven formó parte de una rondalla. Por allí, por la rondalla, también, estaban Juan Cano y Cristóbal Muñoz y Pedro Vila y Juan que era ciego y… Los niños mirábamos las cosas de los mayores como algo muy grande, nos embobábamos con aquellos toques de guitarra, laudes y bandurrias.

Excelente letrista de carnavales. El ministro de Hacienda – Miguel Boyer -  empapeló a Lola Flores, chivo expiatorio propicio, por aquello del ejemplo y de que el miedo guarda la viña y de lo que te rondaré morena…


Boda de su hija Lolita. El lugar venía marcado: Marbella. La jet  – curiosos incluidos – acude en tropel. En carnavales se deja caer: “Después del treinta de abril / la Lola sólo pensó / que la boda de Lolita / cause gran admiración / por eso escogió Marbella / la ciudad cosmopolita / la iglesia ya estaba llena / cuando llegaba Lolita / con su carita de buena   / cuando la Lola llegó / viendo la gente que había y el cura dijo que no / que si casarse quería / la casaría, de favor, dentro de la sacristía / la Lola fuera a de sí rugió como una leona/ bien te conocía a ti, / bien te conocía / quien te puso Faraona”

viernes, 17 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Faúco

                                           



Tenía la pinta de personaje que pululaba por canceles de iglesias del siglo de Oro. Pudo vivir en la Sevilla de aquel tiempo, cerca de la Puerta de la Carne o en el Arenal, o junto a aquellos muchachos que se las buscaban en la estiba de los barcos que iban o venían de América.

El Faúco era un personaje con cierto parecido a los que Cervantes llevó a los papeles. Tampoco habría desteñido - porque tenía clase -  en la Sevilla espléndida y palaciega de abundancia, de dulces y convento, de campanas de maitines y rezos de madrugada. Singular, único, un modelo de pilluelo en un cuadro de Murillo…

En los días de invierno se metía dentro de un sarape y deambulaba por la calle. Siempre tenía el acento, la palabra y la postura reverencial del muchacho que estaba uno, o dos, o más peldaños por encima de los que se suponía que podría tener en el bagaje cultural que encerraba dentro de una barba mal afeitada y de un pelo largo y lacio.

Rafael, - su nombre -, tuvo una madre que, desde muy niño, siempre trabajó para él. Le amaso un pequeño caudal. Vivió de las rentas hasta que las malas cabezas, las junteras, ¡ya se sabe!, y ese devenir que a todos nos marca en la vida desde el momento que vemos la primera luz lo llevó a un final ni soñado ni, por supuesto, deseado. Entonces, comenzó a trabajar de camarero, de paleta, de peón…


El Faúco, era el creador de su propia filosofía parda. Según Rafael había  tres cosas en la vida que no servían para nada A saber: el mañana, la luna y llover en la mar. Y los razonaba. Si no vivo, ¿para qué quiero el día de mañana?; si el “lorenzo” no alumbra, la luna no existe; ¿no tiene el mar suficiente agua para que, encima, le llueva? Entrañable Rafael, donde estés, un abrazo.

jueves, 16 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Noches de blanco satén



Dicen que mandó construir un palacio bellísimo para su amada a las afueras de Córdoba. Abderramán tenía casi tanto de poeta como de grandeza. ¿Le falta algo? preguntó el Califa. Le falta, contestó aquella mujer favorita, la blancura de mi Sierra Nevada y, entonces, fue y se lo sembró de almendros.

Se ha vestido la Sierra, como cada año por estas fechas con su manto blanco. Ha caído la primera nevada. Desde la lejanía, en las tardes doradas de otoño, la sierra está bellísima. Tiene un tul blanco. Es como esas noches de blanco satén que hacen un delirio de los sueños.

Están las choperas del Genil con un manto dorado viejo. La brisa de la tarde la baja las hojas al suelo. Forman una alfombra mullida: materia vegetal. Cuando llegue la lejana primavera, los chopos, con su verdor, serán el nuevo grito de la vida que vuelve…

The Moody Blues, el quinteto inglés, grabo en 1967, “Noches de blanco satén”. Era un año donde la gente quería, al parecer con más fuerza, la paz. El movimiento hippies de San Francisco lanzó al mundo un mensaje de hermanamiento entre los hombres. Demasiadas guerras, demasiada tensión. Casi como ahora.

Estamos sedientos de  otros aires; otro mundo es posible. Nos bombardean mensajes de corrupción. Un país sin ilusión echado a las orillas de un río revuelto, demasiado revuelto. Como la canción: “mil desengaños me han venido a contar…” Pero no es esto, no es esto.

Ha niños con ideas impropias de una edad donde la calle y un balón tienen que ser el reclamo. Sobra violencia y botellón. Sobra hastío, pesimismo, gente cabizbaja de pensamientos raros y amantes de lo que no les pertenece.


No se puede encerrar la grandeza del mar que llega con sus olas al rebalaje ni la brisa de la tarde que acaricia la cara ni el sueño de un amor imposible;  no se puede encerrar el tul de la primera nieve que ha caído sobre la sierra…

miércoles, 15 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Recuerdos

                                           

Fuera arreciaba el temporal. Llovía, incesantemente, desde hacía días. Las cabras, en el corral, con las ubres llenas berreaban de dolor. Pedían la  mano del cabrero y el alivio del ordeño. El porquero no podía salir al campo y en la cuadra las bestias despedían olor a paja caliente….

Flotaba, en la casa, como todos los días de agua un vaho de calor que venía de la chimenea. Se alimentaba con troncos grandes. No se apagaba en todo el día y sólo en las horas de la madrugada, se dejaba como adormecida, antes que los gañanes comenzaran con las pasturas a las yuntas.

El niño, cuando se levantó, escuchó un murmullo de gente que hablaban entre ellas. Se había roto el silencio de todos los días. Eran voces de hombres, voces roncas, recias, duras. Como es la voz del hombre del campo cuando llega un problema.

No supo el niño el tiempo que llevaban allí pero dedujo que debía haber transcurrido un rato largo porque las mujeres les habían hecho café negro. Café de cebada que era lo que se tomaba entonces. Sobre la mesa un azucarero de aluminio y tazas de porcelana.

Los hombres fumaban; se daban tabaco entre ellos. Lo sacaban de una petaca de piel que se enfundaba una en la otra, liaban el tabaco molido en un papel fino y opaco, y tras dar varios golpes secos al mechero, arrimaban la mecha…

Al cabo de un rato, el cielo dio un descanso, amainó y alguien dijo que había que aprovechar la ‘clara’ y ¡en marcha! El niño vio como entre cuatro hombres cogían los extremos salientes de un catre. Una mujer vieja, arrugada y hecha una pasita se movió debajo de unas mantas.


Las mujeres remetieron los extremos de las mantas, le acomodaron la cabeza, y procuraron que los pies fuesen en caliente. El niño vio como abrieron las dos puertas de la casa para que pudiese salir aquello que, mucho tiempo después, supo que era una camilla y en la camilla iba una mujer que, según decían,  no llegaría viva al pueblo.

martes, 14 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Niños

                                                             

Mi amigo vivía con su abuela. Su padre era maestro y tenía el destino en Almuñécar que yo no sabía dónde quedaba, pero sí que pertenecía a la provincia de Granada  y que estaba bañaba por las aguas azules y tibias del mar Mediterráneo.

Mi amigo tenía carácter de niño bueno y dócil. Era muy hábil en Matemáticas y aplicado; yo era díscolo y poco amante de hacer los deberes cuando salíamos de la escuela, cosa que mi amigo siempre hacía, con riguroso orden, y ante la mirada atenta de su abuela.

En la casa de su abuela vivían, también, dos tías, mayores, solteras de misa y comunión de diaria, de misal con cintas de colores para identificar las partes de la misa y velo negro de encajes que llevaban doblado, cuidadosamente y que, luego, en la puerta de la iglesia se colocaban sobre la cabeza.

 Las tías de mi amigo siempre se sentaban en el mismo banco. Al entrar se persignaban, con la señal de la cruz hecha sobre la frente,  después de mojado el dedo pulgar en la pila del agua bendita, musitaban, entre labios, una oración que nosotros no entendíamos nunca.

En casa de la abuela de mi amigo trabajaba una mujer mayor, muy gruesa y viuda, de muy mal genio y con un pronto de tormenta. Se llamaba Frasquita. Franquista nos defendía a ‘su’ niño, y a mí, de otros niños.

Los otros niños eran los niños de los civiles que vivían, unas cuantas casas más allá, en el cuartel, y de otros niños de otras calles porque la calle era el lugar de encuentro de muchos niños.


Cuando nos hicimos mayores, mi amigo y yo seguimos siendo amigos. Un día aciago a mi amigo le dio un mareo en el trabajo. Lo llevaron en ambulancia al hospital. Pruebas y más pruebas. El diagnóstico: un astrocitoma de grado…. 

Escribo y me acuerdo de Miguel, de Miguel Antonio, que  así se llamaba y que sigue siendo mi amigo.

lunes, 13 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Traslados

                                           

Cuidadín con meterse en los charcos. Se mojan los pies y, luego, vienen los constipados. El Obispado de Málaga quiere hacer no sé que para ‘regular’ los traslados procesionales. Esto, abordado en octubre, es como una redrojada de la Semana Santa.

Tiene mucha tela que cortar este traje. Verán. Los temas semanasanteros tienen dos caras: la religiosa y la social.  Son como las vías del tren. Por mucho que se prolonguen nunca se van a encontrar. Se mire cómo se mire están ahí.

Los hay, y tenemos que llamar a las cosas por su nombre, quienes se acercan al trono - o no se retiran de él por muy largo que sea el verano – por un sentimiento de religamiento con algo que lleva dentro. No sabe desde cuándo ni cuánto le va durar. Pero está allí.

Los ‘avispados’ son de otra ralea. Acuden – siempre con cara de no haber roto nunca un plato, claro - junto al santo (Virgen o Cristo) da igual, porque saben estar en el sitio oportuno y en el momento adecuado. Abre muchas puertas ser Hermano Mayor o de la Junta de Gobierno de tal o cuál cofradía o hermandad. Es puro y duro un aprovechamiento en bien propio.

Separar a churras de merinas es una misión casi imposible. Ahora el Obispado parece que quiere regular las manifestaciones populares y callejeras. Las vueltas por el barrio – algunos llevan más bandas de música que en la salida procesional – tienen un tinte un tanto especial.

Las  procesiones arrastran a muchos a favor y, a muchos, en contra. Hablar de esas cofradías emblemáticas que en la procesión oficial van todos detrás del Cristo y bastante menos detrás del trono de la Virgen… Pues eso.

Me viene a la mente la anécdota del santo cura de Ars. Acude la multitud a escuchar al pobrecito Juan María Bautista Vienney. Entre  los asistentes una pobre viuda llora a su marido  que se había suicidado arrojándose desde lo alto de un puente…El santo la localiza entre la multitud:
-          Entre el puente y el río hay mucho trecho, le dijo.


No es mal mensaje para sesudos del Obispado y para acompañantes en los traslados…

domingo, 12 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Viaje al parnaso


                                                
La lluvia repiquetea, cuando escribo estas líneas, en el alféizar de la ventana. En la lejanía, por la Sierra, se ven relámpagos. De vez en cuando avisan con una ráfaga de luz que la tormenta va por otros senderos. La tormenta va a los suyo.

Me acuerdo de una película de hace muchos años. Claude Lelouch llevó al cine: “Un hombre y una mujer”, protagonistas: Jean Louis Trintignant y Anouk Aimée. Éramos tan jóvenes que, nos entusiasmaba aquella segunda oportunidad en el amor.

En el film hay un momento… Hay muchos momentos, claro. Tarde de invierno, un viejo pasea con su perro por la orilla. Hace frío; el mar está alborotado. Los protagonistas, van a lo suyo; el perro se desentiende de quien puede ser su dueño y, va a los suyo; los niños corren por la playa: van, también, a los suyo.

Veo en no sé qué periódico la foto de un hombre. Se resguarda bajo un paraguas. Camina por otra orilla, de otro mar. Llueve. ¿Habrá algo con menos sentido que la lluvia en el mar? Pero llueve y muestra un paisaje gris y ventoso.

Me las anduve por el Jardín Botánico. Buscaba, entre sus árboles, el otoño.  No ha llegado plenamente. Será que ante tanto ébola, tanta manifestación y tanto político de lengua suelta, se lo están pensando en venirse a Madrid. No obstante, el Botánico está bellísimo.

Por el Paseo del Prado – el atasco era monumental - el ruido ensordecedor se veía roto por las sirenas sonoras de las Uvis móviles, de los furgones de la Polícia Nacional, por los de la Policía urbana, por los de las ambulancias, por los de los vehículos de los bomberos... Todos – debe ser consustancial a las grandes ciudades - se desentendían; todos, a los suyo.


En una de las esquinas del Botánico, sobre uno de esos rombos metálicos que coloca el Ayuntamiento, se lee: “Adiós, Madrid; adiós tu Prado y fuentes que manan néctar, llueven ambrosía…” Viaje al Parnaso, Miguel de Cervantes 1614 ¿Escribiría hoy lo mismo?

sábado, 11 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Estatuas de la calle



Madrid, en otoño, después de un día de lluvia muestra, a ratos, su cielo velazqueño: nubes que pasan, claros celestes que se asoman desde las alturas, pájaros que han perdido el sitio… Un arce dorado – ya dejó de ser de cobre – pimpollea en la esquina de Alegría de Oria con Alcalá. Sus hojas cuentan horas de calendario.

Madrid tiene otro color. Están  ocupadas por pedigüeños las puertas de las iglesias; los pasillos del metro por músicos callejeros. Elevan los decibelios de instrumentos eléctricos; piden unas monedas. Indigentes tirados en las aceras. Hombres de color que vinieron en busca de otro mundo ofrecen sus mercancías. No les compra nadie.

Son las otras estatuas de unas calles donde la gente lleva prisa, mucha prisa, demasiada prisa. Coches raudos. Comercios de lujo con guardias de seguridad en las puertas, restaurantes de muchos euros en la carta de productos. Bichos vivos que se mueven en las peceras.

El Jardín Botánico, El Prado, el Círculo de Bellas…aguardan la cola diaria. Cientos de turistas pasan por allí. Lo miran todo, lo fotografían todo, lo andan todo. ¿Qué se llevan, realmente?

No están las castañeras de la Plaza de la Cebada ni en el Mercado de San Miguel. Del Madrid de Arniches – que por cierto era de Alicante  y murió en la calle Monte Esquinza 14, en el barrio de Chamberí, donde lo recuerda una lápida –ni de Don Ramón de la Cruz ni del de Galdós, queda nada, o casi nada.

“Madrid, Madrid, Madrid”, cantaba el Chotis. En México, como pregonaba Agustín Lara, se piensa mucho en ti. En México y en otros muchos sitios. “Rompeola de todas  las Españas” lo llamó don Antonio Machado. Se palpa tensión, desencanto, miedo…

Me he perdido, un rato, por este Madrid de cielo velazqueño con celestes que se asoman, con pájaros perdidos, después de un día lluvioso de otoño, de arces de hojas doradas con el tiempo contado y no precisamente por el reloj de la Puerta del Sol…



viernes, 10 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Carretera y manta



                                  
                            
Es mañana de lluvia y nieblas. El castillo de Baños de la Encina emerge, como un buque fantasma, en el mar de olivos de Jaén, a la izquierda, conforme se sale de Andalucía, camino de la Meseta.

Milenario, el castillo de Bury Al-Hamma, que así le pusieron, ostenta el privilegio de ser el único español que pude izar sobre la “Almena Gorda” la bandera azul coronada de estrellas del Consejo de Europa.

Tiene, en pie, catorce torreones. Uno fue soporte para edificar sobre él la torre del homenaje, cilíndrica y en mampostería, (para tu información, modalidad de la que carecen los castillos musulmanes, porque te digo, que fue mandado construir por Hakan II, hijo de Abd al-Rahmán III, en 968)

Dicen, que su construcción se basa en la Tabiyya, (mezcla de arcilla, arena, cal y piedra pequeñas, que entre los expertos se conoce como “tapial”) procedimiento más barato que las obras de sillares. Y, es que tratándose de fortaleza militar para acuartelamiento de tropas, pues ya sabes, la economía, que,  en todo tiempo, ha tenido su importancia.

Su historia es larga..., y no hay historia larga, que no tenga su aquel, aquí –allá, por 1189- se fija, ni más ni menos, que el nacimiento del rey leonés, Fernando III, que luego se conoció como “el Santo”, y que se trajo la frontera de Reconquista hasta el Valle del Guadalquivir, y río abajo se acopió de cuanto pudo.

Dedican ermita a la Virgen de la Encina y a Jesús del Camino...

Y, hay más. De historias, papeles, guerras y luchas, disputas entre la mitra de Toledo, ¡cómo no! y la Orden de Santiago, y de los Condes de Iranzo con la  de Calatrava…

He tenido a bien contarte todo esto por si te sirve de algo. Lo leo en una guía, sentado, en Guarromán, a pie de autovía, en un alto en el camino. Un café cortado y unos ‘alemanes’: hojaldre y crema. Créeme: exquisitos. Casi siempre que paso, paro; hoy, también.



jueves, 9 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Estupidez

                                                           

 Piluca Albarracín afirmaba en su muro de facebook que la verdadera epidemia que afecta estos días a España es la estupidez.  Es más, era muy clarita: “Definitivamente, lo más contagioso que circula por España es la estupidez”. ¡Chapeau, señora!

Las profesiones de riesgos son duras. Muy duras. No tienen nada que ver con otras muy dignas, pero, diferentes. No es el caso de hacer un análisis de todo lo ocurrido. De verdad, ni sé, ni estoy cualificado ni me da la gana entrar en la cuerda de opinadores que pontifican. No.

Barbeito - que está tan preocupado como estamos todos -  se lo toma a chufla ¿puede ser de otra manera? “La pulga de La Chelito / no es el bicho, que se sepa/. Cuplé de terror y alarma / por todos los aires suena / Qué buena cosa sería / que otra Chelito viniera, / y al ébola lo llamara / como en la suerte suprema, / y lo cuadrara en los medios/ para encerrarlo en su selva, / y lo asfixiara de golpe / apretando la entrepierna".

Ignacio Camacho dice que es la hora de los expertos; Mariló Rivera, se pregunta, referente,  al número de ‘enfrentados’…¿cuántos lleva el puñetero virus? Y, mi amigo Pedro Rba reflexiona en voz alta. Ve en los cables de alta tensión un lugar idóneo para colgar a algunos ¿pero de qué sitio Pedro? Si es de ese que tanto duele…

Romper una cadena es fácil. Si la cadena es metálica: una cizalla; si es de las ‘otras’, un error. No fallan, dicen, las máquinas. Tengo mis dudas. En mi casa hay días que me quedo sin internet, se va la luz, alguna vez el coche me ha dejado tirado en la carretera… No sé, no se.


La estupidez humana parece que estos días está bien servida. Cosecha abundante y generosa. Esta España tiene poco remedio: colza, prestige, ébola… Ah, ¿y si dimite no sé quién o quiénes el problema está solucionado? Pues si es así, la tardanza es la mala.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Música, maestro.

                                 

Dice la mitología que Pan era, en la Arcadia, el dios de los cabreros, de los pastores y de las brisas: la de la mañana y al del atardecer. Dice, que era muy feo. Tenía el cuerpo cubierto de pelos, una cabeza horrible y un aspecto que hacía reír a todos. (Pan, pas-a-am, adjetivo griego, de tres terminaciones, que significa: todo).

No deja tampoco muy bien parada la mitología a Penélope, esposa de Ulises que se las andaba por los mares con temas de sirenas y esas cosas. En su ausencia Penélope, que además, de destejer ‘hacía favores’ a unos y otros, quedó embarazada y, de ahí, vino lo que vino…

Dice, también que Pan se enamoró de Siringa. La persigue. Siringa se lanza al río Ladón. Otras ninfas la socorren y se trasforma en cañaveral. Pan solo pudo abrazar las cañas mecidas por la brisa. El rumor del viento entre las cañas le causa tanto bienestar que construye una flauta de flautas. O sea un instrumento musical. Lo llama: Siringa.

¿Y a qué viene todo esto? Esta mañana, como a eso de cuando el sol ya casi llega al medio día,  un afilador asomó por la esquina. No traía ni la rueda de otras veces accionada con el pie, ni el torno revertible, ni la bicicleta… No; venía motorizado.

 Tocó el chiflo. Esa flauta por la que la escala sube y baja con la velocidad del viento que movía las cañas del río en las que se escondían el amor imposible de Pan. No acudieron, como otras veces, las mujeres con las tijeras oxidadas ni con cuchillos mellados… El hombre dio varios toques y, ante el éxito, siguió calle adelante.

En la Verbena de la Paloma, don Hilarión se movía, entre la Casta y la Susana – mantones de Manila, al viento – camino de la diversión. Era otra música. Ni la siringa ni el organillo del agosto verbenero madrileño tienen ya actualidad.


 Entre tanto ‘perro’ sacrificado, tanto ébola incontrolado, tanto buitre suelto y tanto político inepto, es mejor perderse en el recuerdo del afilador del chiflo o entre las notas de un organillo en noches de duende de Verbena. ¿Ustedes, qué piensan?

martes, 7 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Buitres

                                           

Planeaban, aprovechando las térmicas, sobre el Peñón de Zaframagón. Volaban en círculo. Escudriñaban, con ojos que todo lo ven desde las alturas, los riscos donde crece el lentisco y el palmito o hay algún bicho muerto. Los buitres son necesarios en las zonas donde hay ganado. No me refiero a esos buitres.

En nuestra tierra se han perdido los papeles. Cualquier cosa – algunas muy graves – es la espoleta que hace explotar la bomba. Han sido varia en este veranillo que tiene más de cordonazo de San Francisco que de anuncio otoñal.

Una auxiliar contagiada por el dichoso ébola. Se le teme, se le guarda un respeto imponente, pero nadie sabe en qué puñetero recodo del protocolo se ha cometido el error. Naturalmente, ya hay una cohorte de buitres sobrevolando a ver qué pueden encontrar de carroña.

En un pueblo bellísimo acaba de derramarse sangre. Más sangre inútil como todas las que vienen de un crimen horroroso. Es la parte de esa España que no se entiende. Todo debe tener su explicación, aunque no pueden justificarse esas cosas tan horrendas. ¿Qué puede pasar por la mente de un padre para terminar así?

Clamaba Federico García Lorca ante la tragedia de aquella tarde agosteña en Manzanares. “Granadino” llevaba a Sánchez Mejías al cartel de la leyenda; Lorca, a las páginas de la mejor elegía – después de la Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique – de la Literatura española. “¡Qué no quiero verla /dile a la luna que venga, / que no quiero ver la sangre /de Ignacio sobre la arena.”


No hay bien nacido que no se estremezca ante estas situaciones. Un hombre joven en Manzanares; dos hermanos, en Ubrique… Por entre los riscos calcáreos donde crecen el palmito, el lentisco o el cantueso, huye un padre loco porque si no se ha perdido la razón no pueden hacerse cosas como esa…

lunes, 6 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mis maestros

                                          

Era la escuela de los mapas de hule y recreos en la calle, de pupitres bipersonales y tinteros de porcelana; era la escuela donde se formaron aquellas amistades de todavía duran. Era la escuela de libretas con dos rayas y  una estampa de la Inmaculada de Murillo en la pared, de los retratos de dos prohombres de la Patria en el testero principal y, en medio, un crucifijo. Otra, escuela.

 Los maestros eran hombres de otra pasta. Y digo de otra pasta porque tenían que encauzar una panda de pilluelos más avispados en las cosas que no se debían hacer que en las de provecho; más pendientes de las moscas que volaban que de las pizarras llenas de cuentas…

Don Gonzalo era el espíritu de la bondad. La jauría (eran los tiempos de las primerísimas letras) nos movíamos al antojo y él, que sonría a todo, nos dejaba hacer. “Don Gonzalo, le dijo un día un inspector, parece que le hacen a usted poco caso los niños”. Pues “si viese usted el caso que yo les hago a ellos”. Cuando pasó el tiempo, don Gonzalo me incubó el gusanillo del gusto por la Historia.

Don José Oropesa fue quien más me marcó. De mediana estatura y complexión bondadosa. Hacía suyas las palabras de don Antonio Machado: “un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno”. 
Nos llevaba de la mano. Nos embebía con sus historietas y con la forma de presentarnos las cosas.

Cuando entrábamos en el horario de por  la tarde don José siempre iniciaba la sesión con un dictado. Un alumno a la pizarra y, los demás copiábamos y escribíamos todo aquello que emanaba de su voz. Algunos dictados quedaron en el recuerdo para siempre: “Resonaba en el fondo de la galería un piano destemplado que parecía balbucear de mala gana…”


Y, después, cantábamos lo de Machicacho, en Vizcaya; Ajo, en Santander y Finisterre en La Coruña…y, cuando llegaba mayo, un coro infantil invitaba: “Venid y vamos todos con flores a María…” y ¿luego?, ¡Ay, luego! 

domingo, 5 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Santero

                                                        

Abro al azar y leo: “Si el limpio Duero, entre San Saturio y el puente, oculta en su seno millares de latas de sardinas vacías…” Estoy en el Santero de San Saturio, de Juan Antonio Gaya Nuño (Castalia, 1953), edición que me han rebuscado los amigos de Ibercosas Clase. Es la Soria de hace un montón de años…

Esta mañana, cuando apenas apuntaba el sol por lo más alto del Cerro del Espartal, una pareja de patos levantó el vuelo. Iban asustados. Arrancaron del cañaveral frente a lo que, cuando éramos niños, llamábamos ‘Los Remolinos’, a este lado del río, en lo que queda de aquella acequia.

Entonces el río - el Guadalhorce -  por los Callejones de Barca llevaba el agua clara. Iba camino de la mar que está, en línea recta, un poco más abajo, y si se siguen los meandros del curso un poco más lejos pero, solo, un poco más lejos.

Pasaba, entonces, el agua clara limpia bajo el Puente de Hierro. La veía irse remansada y entre juncos. Se paraba, en el recodo de  ‘ La Playita’, a los pies del túnel y del Cerro de las Torres y del Coto Minero y de la cañada del Tajo de la Quera y, del arroyo Hondo, que ya no tenía alfar y de todos aquellos lugares, que conocíamos tan bien,  y luego… Luego ya se sabe.

Y sigo con el Santero que dice que en el Atlántico, cuando llegue el Duero, puede que no tuviese nada de extraño que los conserveros haciendo un acopio de latas las embutieran otra vez… Claro que es una exageración (La suciedad del Guadalhorce, no).

Cita  Barbeito a Estesícoro (¡vaya nombrecito!) en: Guadalquivir, la memoria del agua: “más allá de las aguas inagotables de raíces de plata del río de Tartesos, nació Gerión”. “Aguas inagotables de raíces de plata”… ¿Se puede decir más bonito?


No quiero saber nada de la ANC que envía voluntarios casa por casa, ni que Pedro Sánchez diga que sobra el Ministerio de Defensa y que su partido se lo haya matizado,  ni que Del Bosque solo mire el aspecto deportivo de Piqué,  ni que arrasen las películas de Torrente…Al caer la tarde, sigo con el Santero y, luego, me pierdo… 

sábado, 4 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Estamos todos?

                                          

El viejo coche de Rivero prestaba servicio entre el pueblo y la estación. Subía o bajaba los viajeros al ‘mixto’ que venía de Ronda y Antequera por la mañana; al correo del medio día, al correo de media tarde que había salido de Madrid el…día anterior; al otro, ‘mixto’ – porque había dos ‘mixtos’ uno por la mañana y, otro, por la tarde – que venía de Málaga; al tren de las once….

El viejo coche de Rivero era destartalo y anclado en el tiempo. Su conductor, Pepe Rivero, era empresa y operario, una institución que, según se decía entre los niños, podría hacer el trayecto con los ojos vendados y nunca ocurriría nada.

Tenía como ayudante a Lope. Lope era gordo y rechoncho. Se colgaba en bandolera, una  cartera de piel donde guardaba los billetes de los viajeros y la monedas, pocas, tan pocas, que de no ser por el Servicio de Correos, aquello era antieconómico.

Lope tenía mal genio. Malhumorado, aguantaba las bromas. Lope no era mala gente. ‘Despachaba’ los billetes a pie de estribo y casi nunca tenía la cortesía de ayudar a quienes, con dificultad, subían o bajaban del vehículo.

En el coche de Rivero no se le cobraba al juez, al alcalde ni el notario;  ni al cura párroco, a los coadjutores - que entonces había unos cuantos -, ni la gente de hábitos. No pagaban los civiles, ni las mujeres, ni los niños de los civiles, ni según qué personal del Ayuntamiento, ni la gente del Registro… No pagaba ni Dios.

Entonces, cuando Lope comprobada el pasaje, y el ‘negocio’, a voz en grito,  desde la puerta delantera preguntaba:

-          ¿Estamos tós…?

Y,  Pepe ponía en marcha el motor. Accionaba la palanca de cambio y un tirón seco casi hacía  perder el equilibrio a los viajeros que iban de pie. Enfilaba, entonces, la subida de Trabanca.

Después de las tarjetas opacas de Caja Madrid, los ERES, los curso ‘embolsados’; los Pujoles; Bárcenas; el de los tres trajes y el  que tenía las cuentas en los paraísos fiscales sin él saberlo; el de… (ni uno solo de éstos paga, seguro), hay que hacer una pregunta: ¿estamos todos?

viernes, 3 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pájaros de otoño

                                             

Vienen en bandas. A puñados, como quien sembraba los granos de trigo en la besana detrás de la yunta. Vienen cuando la luz dorada de la tarde echa un espurreo de arreboles y pone el cielo de esos colores que se meten en el alma y, entonces, decimos: ¡Dios mío!

Son pajarillos barrunteros. No los espera nadie; no vienen de ningún sitio y no van a ninguna parte. Sencillamente, porque lo marca su biorritmo, han decidido ahora que ya cambia el tiempo, que por aquí, por el Sur, se está más calentito en invierno. Ya han llegado los pichis, petirrojos, carbonerillos, estorninos…

Los que buscaron cobijo, para pasar la noche, en los árboles del parque no sabían que aquella no era su casa. (Ya lo avisó Albrti pero como los pájarillo no saben leer…) En las ramas solo quedan gotas de la lluvia pasada que caen sobre los transeúntes mañaneros.

Cantaba temprano el ‘pajarito del agua’  o sea el carbonerillo. Anunciaba con su canto monocorde que siempre responde a la misma pregunta. “Pajarito del agua, ¿va a llover?” Y nos dice, siempre, lo que queremos oír. Al medio día, debió irse de siesta porque dejó de cantar y se echaba en falta su ausencia.

Por los olivares de la Cuesta del Convento tenían los estorninos las aceitunas por suyas. Se iban y se venían a la espadaña del Santuario desde las ramas de los olivos o de los suelos moteados por colores de  pasión. En la altura, junto al pararrayos, se ven seguros y, cuando se aleja el posible peligro, vuelven a las andadas.


Han comenzado las sementeras. Granos de hoy; mañana, espigas de primavera. Espigas para el altar del Corpus, harina de molino para pan. Tienen las besanas surcos largos. Ya no hay yuntas; los tractores dejan el campo de color pardo. Por cierto,  está el campo como arrancado de un cuadro de Benjamín Palencia: ocres, amarillos, cobres… Ya están aquí, como cada año,  - algunos muy desconcertados - los pájaros de otoño. 

jueves, 2 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Caritas

                                               

Hace unos días, un obispo hablaba por televisión. Es el responsable de la Conferencia Episcopal en Caritas. Aterraba escuchar lo que decía aquel hombre. Cifras descomunales. Creí entender algo así: el 30% más de personas que el año pasado ha estado en Caritas; demandaban ayuda.

Demasiados. Son demasiadas personas que extienden la mano. Sé que no es oro todo lo que reluce y que Rinconete y Cortadillo eran paisanos nuestros. Y la pillería…Lo sé. Pero aún así, incluyendo a los pillos, son muchos los que acuden a los demás.

España se ha vestido de gris en estos temas. Muy pocos – los ladrones de las portadas mañaneras en los periódicos, aparte – se han puesto ricos, muy ricos. ¿Pobres?, casi cuesta contarlos. Los colores del otoño parece que tienen dificultad para abrirse paso.

Decían, también, las cifras expuestas que cada día son más los niños que viven en la pobreza en España. Cuesta creerlo. Nace por dentro la sublevación pero dicen los datos que es cierto. Que no por cerrar los ojos o por esconder la cabeza la realidad cambia.

Barbeito sentenciaba hace más de más de treinta y cinco años inspirándose en el hambre de posguerra: “Señorito de Sevilla, / no tire el pan que le sobre, / que en el barrio de Triana / hay muchos chiquillos pobres”. Y, yo me pregunto: ¿habrá llegado la hora de cambiar limosna por la Justicia?

Hace unos días se llenaron las calles de muchas de nuestras ciudades con gente que se manifestaba. No estaban de acuerdo con casi nada. O sea. Todos iban contra algo o contra alguien. La discrepancia (la envidia, también) ocupa puestos de importancia en la liga personal de muchos españoles.


El despilfarro, el consumo sin sentido, la necesidad creada… Todo eso que nos meten en la cabeza. Lo seguimos casi sin preguntar. Es el otro platillo en la balanza de una sociedad que anda un tanto desquiciada. Por cierto leo, en no sé qué sitio: esta temporada el color de moda es el azulón… ¿Hay quien dé más? 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Una calle para Paco Rengel

                                  

Colgó ayer, Paco Valverde, la respuesta del Ayuntamiento de Málaga sobre la concesión del nombre de una calle a nuestro Paco. Hay que conseguir adhesiones de Entidades, Organismos, Asociaciones… y, además, dice, este Paco, de particulares. Es sencillo: un correo a unacalleparapaco@gmail.com” con el siguiente texto: “yo apoyo la concesión de una calle de Málaga al PERIODISTA PACO RENGEL ,q.e.p.d”  Ah, y poner el nombre completo, y el número del DNI.

Era sobre finales de agosto. Me dijo que en la analítica aparecían algunas cosas que no eran normales y que podría ser  por mor del sobrepeso. Vino la respuesta lógica: afloja la mano derecha. Me desconcertó la respuesta “pero, si casi no como, no tengo apetito…”

Y, desde ahí se disparó todo, como suelen venir las cosas que llegan con pie cambiado. Ilusión total en el enfermo porque aquello se iba a superar; pesimismo, en todos lo que le rodeábamos… Paco se nos fue una madrugada de febrero antes que el sol rompiese la niebla de la mañana.

De Baloncesto sabía… Era una Enciclopedia. Datos, análisis, estadísticas. En Sur, dejó todo lo mejor de su vida; en la Cope, muchas horas de tertulia y, en su ymalaga.com, la ilusión de lo que iban a suponer las nuevas tecnologías en el nuevo periodismo. No dio tiempo, el tiempo, al tiempo que se abría. Todo fue demasiado rápido…

Paco era un niño grande. Tenía la generosidad – demasiada – de los hombres buenos; la ilusión de  quienes no ven el peligro y la capacidad de trabajo del que  no se cansa nunca. Paco era único. Dice el tópico que se van los mejores. El problema viene cuando el tópico lleva razón…


Nos dejó como a todos los hombres tristes que decía Juan Ramón, siendo tantos, cada uno sólo. Y, entonces, dijimos: hay que perpetuar su recuerdo. Si nos echáis una mano, y conseguimos que el Ayuntamiento la saque adelante, seguro que Paco, donde esté, esbozará una sonrisa de complicidad. Él nunca pedía nada para él; nosotros, sus amigos os lo agradeceremos.