Me dice mi amigo Lucas –Lucas Rengel- que de fútbol sabe más
que don Pedro Escartín (y si no que se lo pregunten a todos los que han pasado
por su manos en lo que se llama fútbol base) que en el Mundial de Brasil, de
fútbol, poquito. Estoy de acuerdo.
Por mor del Mundial nos hemos enterado que en ese país de
posibilidades inmensas y de más de doscientos millones de habitantes hay unas
diferencias sociales enormes. La gente está que salta. Los que mandan quieren
ganar la Copa. Si no, se puede armar… la mundial. Vamos, que ganando, problemas
resueltos. ¡Qué tontos!
Es el Mundial de los partidos ganados por los pelos. Los
últimos minutos parecen que tienen más valor que los que llenan el saco de eso
que llaman los noventa de juego y otras martingalas. Es el mundial del espray
para marcar líneas en el suelo. Las otras líneas las marca la sociedad y no se
borran con facilidad.
Mucha medianía - en los terrenos de juego - con poderío físico. Demasiada táctica y poco
gambeteo. Ni gol ni juego. Más de aburrimiento que de diversión. Uno que piensa
en las imágenes de las playas de arenas doradas y ve estas cosas, pues como
para de bostezar.
Ah, y no hay que
echar en el olvido a los porteros. Desde el denostado Casillas – que también a
todos nos puede llegar la hora - al puñado de nuevas figuras. Bélgica, Costa
Rica o Chile; del brasileño, tengo mis dudas, tienen excelentes porteros.
Aportan y se salen de la mediocridad.
Casillas, aparte. Le hicieron la canallada del siglo
llevándolo ‘en frío’. Todo comenzó con ese señor, manual de cortesía, buenas palabras y
mejor educación y trato (por cierto, si alguien se entera dónde aprendió
modales, que lo diga para no pasar ni por la acera de enfrente), hasta su
actual entrenador.
No es mi intención hablar de fútbol. No. Estos días ustedes
estarán empachados. Sí quiero dejar claro una cosa. Dice el periódico que un
montón de niños – no del Tercer Mundo, no – de España, pasan hambre. Casi como
algunos de la favelas de Río. Que no es que no tengan apetito. No.
Sencillamente tienen hambre. No tenemos vergüenza si lo consentimos.