9 de noviembre, jueves. Hemos
tenido uno o dos o no sé cuantos temporales seguidos. Han barrido parte de la Península Ibérica. En
algunos sitios ha sobrado agua; en otros, ni gota. El viento, además, ha sido
una auténtica tragedia. El viento lo ha arrasado todo o gran parte de un todo
que se ha dolido por dentro y por fuera.
Lo que es peor. Se ha llevado
vidas por delante. ¿El viento? No, exactamente. No ha sido el viento. Ha sido
la caída de algunos árboles. La última, hace unos días, en Madrid, en Chamberi,
en el entronque de calle Almagro con Santa Engracia y Alonso Martínez. Una zona
céntrica; en otros, los servicios operativos municipales han tenido que cortar
algunos de los que amenazaban con caerse.
Ha sido muy doloroso lo de la
palmera de Huelva. Hace unos días Angus decía que la habían plantado Manuel
Siurot y otro Manuel, Manuel González García. Yo le dije que hizo – hicieron –
una grandísima labor social en Huelva. El segundo, además, en Málaga, de
obispo… Hoy se le rinde veneración y culto y se le conoce como san Manuel
González, el obispo de los Sagrarios abandonados, pero ese es otro cantar.
Vivimos una situación de
locura. De verdad, como en la película francesa: el mundo está loco, loco,
loco. ¿Hay alguien en su sano juicio que pueda justificar una guerra? Una
pregunta. ¿Sabe alguien, por un casual, cuántas guerras hay desencadenadas en
el mundo?
Injusticias, dolor, tragedia,
intolerancia. Lo arrasan con todo. Se impone el egoísmo. Nos hemos cargado la
convivencia, la decencia. No hemos
tenido bastante que nos cargamos también los mares y el campo y, ahora, el
agua. El problema al que nadie quiere dar solución. Y no se quiere asumir que vamos camino del
desierto o sea, de la muerte.
En Madrid, Sebastián Salgado ha
abierto una exposición en el Centro Cibeles. Denuncia la situación desértica
del mundo. Según el fotógrafo brasileño, una de las situaciones angustiosas es
la carencia de agua. Apunta como posible solución la siembra de millones, sí
millones, de árboles autóctonos.
Sé que ni usted ni yo podemos
hacer nada, pero y ¿si los que ocupan puestos de responsabilidad se lo piensan
y toman la decisión? A lo mejor el final del siglo XXI puede pintar el mundo
con otro color para los que vivan entonces… ¡Por Dios bendito! Árboles,
árboles, árboles…
Queridoi Pepe, como estoy tan de acuerdo contigo en el texto, te contesto con parte de un artículo que escribí en 2019...
ResponderEliminar"...Yo quisiera, amado campo, que el compromiso de los hombres contigo fuera el de un árbol por cada nueva criatura, que si en la vida empieza a crecer un niño, en la tierra empiece a crecer un árbol. Hay que asignarle un árbol a cada recién nacido, como se le asigna un número de identidad. Los gobiernos todos, nacionales, autonómicos, provinciales y locales, tendrían que habilitar terrenos, en el campo y en la ciudad, a la orilla de los caminos y a la orilla de calles y avenidas, en campo abierto o plazoletas, y en esos terrenos, que se plante un árbol por el recién nacido y que a los padres se les dé un certificado, para que ese niño sepa que ese árbol se plantó por él, solamente por él, aunque ese árbol no sea suyo, sino que forme una población para disfrute de todos. Cuando ese niño tenga edad para entender que ese árbol se levantó por él, lo amará, lo cuidará, lo regará, como si de un animal propio se tratara. ¿Por qué no se fomenta el árbol como mascota? Si los padres saben inculcarle al niño el amor por lo vegetal, el campo sería otro. Y serían otros los hombres."