28 de noviembre, martes. Media
mañana. Llegué al puerto con la zozobra de quien arriba a un punto desconocido.
Todo era nuevo. La estación marítima, un hervidero humano. Tipos de otros
caracteres; gente recia, tez blanca y surcos en la cara; el pelo largo y lacio.
Un día, no se sabe cuándo, fue rubio; ahora, sucio.
Se tocaban con gorras de piel
de foca o con gorros de lana; la ropa de la gente que trajina en la mar es una
ropa diferente, distinta a la de la gente que trabaja en tierra. La estación
marítima tenía grandes ventanales. Fuera hacia un tiempo frío, inhóspito. No se
parecía en nada al tiempo que en esa fecha – mediados de agosto – nosotros
tenemos en las orillas del Mediterráneo. Estaba en el Báltico. ¡Que lejos en el
mapa y ahora tan cercano!
Unos tableros electrónicos me
indicaban la puerta de embarque para pasajeros (los turismos, en la bodega del
ferry). Por la cristalera veía que seguía lloviendo. Me pasaron por una
manga acristalada. Uno de los extremos se apoyaba en una de las barandillas del
barco; la otra, en una terraza cubierta.
El puerto de Elsinor está un
poco más al este del castillo de Kronborg. Yo iniciaba la travesía hacia el
puerto de Helsingor, en Suecia. Luego, iría a Gotemburgo y Malmoe; unos días
después, a Estocolmo. Todo, hasta ese momento, salía como había programado una
tarde calurosa y tórrida de julio bajo el zumbar de los tabarros que acudían a
compartir conmigo las uvas de la parra. Me daba igual. Se las regalaba todas a
ellos. En el mapa marqué los puntos…
Unos hombres - ¿tenían algo de
lobos de mar aquellos hombres? – soltaron las maromas gruesas que mantenía el
barco pegado al muelle. Unos potentes motores comenzaron a separar por babor al
Nordstejern, primero por proa; luego, por popa. El barco se movía lento,
poco a poco. Salían como cañones de agua de sus costados. Lo distanciaban del
muelle…
Comenzó a navegar. Todo era
magnífico. Se alejaba la ciudad. El cielo entoldado. Con la velocidad parecía
que aminoraba la lluvia. De abrían claros. Todo era gris: el cielo, el mar, la
ciudad que se perdía por momentos… Tenía la sensación de libertad.
La costa sueca, al fondo, una
línea finísima. Por encima de nosotros sobrevolaban gaviotas. ¿Eran más grandes
que la que sobrevuelan el puerto de Málaga…? ¿Estaría Sigrid en el puerto de
Helsingor? No, no podía estarlo. Sigrid solo estaba en los tebeos del Capitán
Trueno…
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