30 de noviembre, jueves. “Soy
un ex ciudadano de ninguna parte. A veces, echo de menos mi hogar”. Le decía
Lee Marving a su amigo cuando se iniciaba la desbandada de la gente en aquella
“Ciudad sin nombre”. Habían ido a buscar oro; solo encontraron, decepción.
Llovía intensamente. Se había echado el viento. El camino estaba embarrado.
Desde hace unas noches está alocado
el viento. El viento viene de algún sitio que desconocemos y a va a alguna
parte de la que tampoco sabemos casi nada. Alguien me dijo, en una ocasión, que
él sabía dónde se daba la vuelta el viento.
Cuando yo era niño, de noche,
lo sentía ulular en la chimenea de la casa. Percibía como bajaba en algunas
ocasiones y hacía que se retorciesen los troncos en las llamas de la lumbre. Aquellas
noches tenían un no sé qué especial que las envolvían de misterio. Luego, al
niño lo vencía el sueño y soñaba con cosas que, al despertarse por la mañana,
casi nunca recordaba.
El viento sopla de manera
diferente en las lomas; en las quebradas, por entre las ramas de los árboles;
en el nogal del borde de la cañada…. Los cipreses son los únicos árboles que le
sacan la muleta la viento y hacen que embista cómo y de la manera que ellos
quieren.
A veces es un viento áspero,
hiriente. Ese viento que azota la cara y levanta las hojas del suelo. Cuando es de noche, entonces, deja el cielo
limpio de nubes. Titilan las estrellas en la inmensidad. ¿Estará escrito mi
nombre en las estrellas? Yo no sé los
nombres de esas estrellas tan lejanas.
Los cipreses del borde del
camino aguantan el ímpetu furioso del viento. Cuando es suave, entonces, se
balancean suavemente con la sensualidad que solo tiene una mujer que conoce su
poderío y su atractivo y su manera de mostrar el señuelo ante el que no cabe
ninguna resistencia.
Cuando se embravucona – el
viento, claro – los cipreses se balancean elegantemente y lo atraen a su campo
porque los cipreses siempre se los saben atraer a su campo. Gimen, crujen
incluso, pero ellos permanecen erguidos sin dejar de apuntar siempre al cielo.
Veo los cipreses del camino y
me acuerdo de los que orillan otros campos y me pregunto si ellos, como los
nuestros, saben sacarle la muleta y lo atraen a su terreno y hacen que,
entonces, solo entonces haya momentos donde parece que se para el viento.
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