12 de noviembre, domingo. Madrid
amaneció bajo un cielo entoldado y gris como el cubil de una liebre; amenazaba
lluvia; no llovió. Soplaba un viento frio en las primeras horas mañaneras.
(Luego subieron las temperaturas). No era tan gélido como cuando viene del
Guadarrama, Era un viento soportable. En la cara se percibía un cambio de
tiempo.
El suelo alfombrado de hojas
que caían, lentamente, de las ramas de los árboles sin nombre -porque en las
ciudades hay muchos árboles de los que desconocemos sus nombres – de los
plátanos orientales, de los árboles de hojas caducas. A mediados de noviembre
pregonan que les ha llegado su hora.
Los castaños de Indias entre
las hojas exhiben sus frutos envueltos en caperuzas espinosas. Se les llama
erizos. Tiene púas como agujas traicioneras que se clavan sin misericordia a
quien osa tocarlas con la yema de los dedos.
Los árboles que orillan la
calle desde los bordes de las aceras, en los parques, en los arriates y en los
alcorques en otoño tocan una melodía de melancolía especial. Madrid, en otoño
se echa sobre sus hombros un manto diferente, distinto que le da un encanto
especial.
El cielo se asoma entre las
copas de los árboles. Pulsea a las nubes. Les pide su espacio y deja ver tramos
celestes claros donde los ángeles salen a jugar en el recreo. Están muy por
encima de copas y se vislumbran por entre los claros de las ramas. A veces
llega hasta la lejanía del horizonte…
A medida que avanza la mañana
se abre paso, poco a poco la vida. Las calles hace un rato solitarias, se
llenan de gentes. De los cafés sale un vaho caliente y sensual. Los coches
invaden la calzada. Van raudos. Llevan prisa. Parecen almas que empuja el
diablo. Unas tórtolas turcas, esas que se han venido a vivir a las ciudades,
picotean la yerba que ha crecido bajo los setos de las medianas de las calles.
En otoño tiene vía libre la
melancolía. Ese tul de tristeza que se viene de la mano de los días cortos y
las noches largas. Muy largas, a veces, como las esperas que ponen el punto en
un lugar por el que uno suspira y sospecha que cada vez está más lejos. El
viento esos días tienen una manera de soplar diferente en las esquinas o ulula,
en las horas de la madrugada en el tejado. Madrid en otoño tiene un encanto que
no tiene en otras estaciones.
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