Estaba empezando a quererse ir
la tarde.
Era esa hora en la que los
ángeles ya han apurado el último recreo del día y la merienda. Los ángeles esta
tarde han merendado un gajo de uvas moscateles que ya son pasas de las viñas de
El Borge y un trozo de pan de un bollito caldeado a primeras horas del
amanecer. A los ángeles el pan le ha sabido a gloria bendita, y eso que ellos,
de esas cosas saben un rato…
En el recreo los ángeles han
jugado con un balón de reglamento, cosido con unas hebras de cuero grueso que
cuando daban en la cara…. ¡uff!, pero ellos no se quejaban nunca porque sabían
que eso venía en el oficio de jugar al fútbol en el patio grande, largo, orlado
de árboles.
La tarde quería irse pero aún
no se iba. En el fondo del valle, delante del macizo de rocas de arenisca que
dicen que es del cuaternario, la capilla de la Virgen – que siempre está
cerrada, por cierto – recortaba su espadaña blanca en contraste con los colores
que la rodean.
Un ángel traviesiello él, intentó inútilmente
bajar hasta el cauce del arroyo que corría con una música que solo ellos
conocen y que anuncia que es hora de irse recogiendo porque dentro de un rato
vendrá la noche. El ángel que tiene muy buen corazón quería tener la certeza de
que todos los pajarillos ya tenían su rama y que ninguno estaría perdido por
entre la maleza que crece a ambas orillas del arroyo.
Estaba empezando a quererse ir
la tarde.
La luz, esa luz dorada de los
atardeceres de otoño, había bajado de intensidad y redactaba las líneas que ningún
día lograba terminar del diario íntimo. Siempre llegaba la noche antes. Por la noche
ella le cedía las páginas a los soñadores que piensan en los bosques
imposibles, en los bosques perdidos, recónditos inalcanzables y que solo se dan
en otras tierras muy lejanas. Son bosques que ellos no disfrutarán nunca si no
es en sus sueños.
Por entre las hojas de las
higueras silvestres y los zarzales algún pichi
despistado busca su sitio porque estaba empezando a quererse ir la tarde y
ya no había ni cantos de jilgueros, ni carbonerillos que anuncian cambios del
tiempo, ni arrullos de palomas…
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