domingo, 21 de noviembre de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y no había arrullos de palomas...

 

                 


Estaba empezando a quererse ir la tarde.

Era esa hora en la que los ángeles ya han apurado el último recreo del día y la merienda. Los ángeles esta tarde han merendado un gajo de uvas moscateles que ya son pasas de las viñas de El Borge y un trozo de pan de un bollito caldeado a primeras horas del amanecer. A los ángeles el pan le ha sabido a gloria bendita, y eso que ellos, de esas cosas saben un rato…

En el recreo los ángeles han jugado con un balón de reglamento, cosido con unas hebras de cuero grueso que cuando daban en la cara…. ¡uff!, pero ellos no se quejaban nunca porque sabían que eso venía en el oficio de jugar al fútbol en el patio grande, largo, orlado de árboles.

La tarde quería irse pero aún no se iba. En el fondo del valle, delante del macizo de rocas de arenisca que dicen que es del cuaternario, la capilla de la Virgen – que siempre está cerrada, por cierto – recortaba su espadaña blanca en contraste con los colores que la rodean.

 Un ángel traviesiello él, intentó inútilmente bajar hasta el cauce del arroyo que corría con una música que solo ellos conocen y que anuncia que es hora de irse recogiendo porque dentro de un rato vendrá la noche. El ángel que tiene muy buen corazón quería tener la certeza de que todos los pajarillos ya tenían su rama y que ninguno estaría perdido por entre la maleza que crece a ambas orillas del arroyo.

Estaba empezando a quererse ir la tarde.

La luz, esa luz dorada de los atardeceres de otoño, había bajado de  intensidad y redactaba las líneas que ningún día lograba terminar del diario íntimo. Siempre llegaba la noche antes. Por la noche ella le cedía las páginas a los soñadores que piensan en los bosques imposibles, en los bosques perdidos, recónditos inalcanzables y que solo se dan en otras tierras muy lejanas. Son bosques que ellos no disfrutarán nunca si no es en sus sueños.

Por entre las hojas de las higueras silvestres y los zarzales algún pichi despistado busca su sitio porque estaba empezando a quererse ir la tarde y ya no había ni cantos de jilgueros, ni carbonerillos que anuncian cambios del tiempo, ni arrullos de palomas…

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