miércoles, 17 de noviembre de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La estación

 

 


La estación no es lo que era. Ha perdido el sabor a estación, el olor a trenes de vapor que despedían gandinga o el que dejaba el tránsito de viajeros.

Nunca se aprende bastante para viajar por el mundo. La estación era un libro abierto. En cada hoja aparecía los personajes. Iban o venían a distintas horas del día. En los trenes de madrugada los del trabajo mañanero. Entonces poca gente tenía el trabajo fuera del pueblo. A medida que avanzaba el día, eran otros lo viajeros.

Había también un mundo entre el personal que atendía en la estación. El Jefe era la máxima autoridad. Trabajaba en su despacho propio, se le hablada de usted y se le anteponía el ‘don’ al nombre. Algunos Jefes de Estación tenían su propio domicilio en la parte superior del edificio y al que se accedía por una escalera exterior.

Los factores, si la estación era de consideración, había dos, de Gran y Pequeña Velocidad. Los hombres rellenaban unos cuadernos de hojas de color amarillento y sepia donde anotaban todos los movimientos de las facturaciones. Uno de los factores era el encargado de despachar los billetes a los viajeros que siempre creían que tardaba mucho en abrir la ventanilla y les entraba una zozobra interior en la creencia que podría perder el tren.

El equipo de mozos transportaba la paquetería. Su trabajo era más intenso en los trenes de mercancías que avanzaban o retrocedían según la necesidad de carga y descarga y que siempre estaba dirigida por un hombre con una trompetilla de latón dorado. Se cubría con una gorra y daba las órdenes al maquinista. Había otro personal ‘técnico’ que cambiaba las agujas de las vías para dar acceso a los trenes por el andén oportuno, el guardabarreras…

Pululaban también otros personajes: el que vendía avellanas, el que hacía rifas con truco, el que llevaba un cubo con gaseosas, el que ofrecía dulces en un canasto de mimbres…. Los ociosos que se pasaban las horas y la horas…

La cantina era algo consustancial a la estación. El hombre de la cantina disponía de la información, de toda la información que demandaban los viajeros puntualmente. ¿El correo? Trae dos horas, decía, de manera mecánica, todavía no ha salido de Bobadilla y seguía con sus operaciones de lavar los vasos del café a los que luego sacaba lustre con un paño blanco…

1 comentario:

  1. Los que hemos vivido el tren, más o menos cerca, guardamos una eterna memoria de los viajes, aunque nunca subiéramos a alguno. El paso del tren nunca es indiferente. Por mi pueblo pasa, pero no se detiene. Por eso escribí:

    "Sobre la estación vacía
    la paloma se posó:
    metáfora de pañuelo
    de un desesperado adiós..."

    Aquí, a esta nostalgia, me ha traído tu artículo, querido Pepe.

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