La Caleta no llega a Cala, como
la Bahía no llega a Golfo, y el Faro se queda en Farola. En Málaga somos así.
La Caleta está en ese lugar donde
Málaga se escapa hacia las tierras de oriente – la axarquía – por donde, cada
mañana, sale el sol, y antes de llegar al espigón de tierra que baja de la
sierra y quiere adentrarse en la mar azul.
Es tan poquita cosa que comienza
en La Malagueta y se alarga, a modo de suspiro largo y ligero, como la brisa
que mueve las barcas de vela que Jaime Rittwagen pinta en sus cuadros naïf.
Termina en el Limonar, vergel verde que viene a dar en la playa antes de los
Baños del Carmen, donde cada año cuando vienen los temporales dejan dicho que
aquello es suyo.
La Caleta mira hacia al cielo y
entonces, se encuentra con Monte Sancha de donde baja la Cañada de los
Ingleses. En su ladera se ubica el primer cementerio anglicano de España. Se
conoce como el Cementerio Inglés y data de la primera mitad del siglo XIX, en
1831
Imposibilidades legales no daba
solución a los enterramientos de personas no católicas que morían en Málaga. En
aquella época se les daba sepultura en la playa. Posibles profanaciones,
animales, olas... William Mark, cónsul británico, testigo de algunos acontecimientos
no deseables, gestionó la adquisición de terrenos y la construcción de la
necrópolis.
El cementerio inglés ha pasado
por diferentes avatares – a principios del siglo XX, el gobierno británico
retiró la ayuda económica para su mantenimiento – y vinieron años de abandono.
Hoy, está gestionado por una Fundación sin ánimo de lucro y está declarado Bien
de Interés Cultural.
Allí reposan su fundador; George
Stephen, el primero que consta el registro; Robert Boyd fusilado con Torrijos,
Joseph Wiliam Noble – sus herederas donaron un hospital con su nombre - Málaga;
los marineros ahogados en el hundimiento de la fragata Gneisenau; Jorge Gillén;
Gerald Brenan…
“Caleta y
el limonar; / viva Málaga que tiene / Caleta y el limonar; / su parque lleno de
flores, / criá en la orilla de mar, / donde nacen los amores”. Pregona la Malagueña del Niño de Vélez. Albéniz,
- ¿escucharía alguna vez ese ir de venir de las olas? -, nos dejó “Rumores de la Caleta”.
La Caleta cantada y soñada junto al rebalaje de espumas de nácar…
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