Juan era de estatura media, flaco
y con la nariz larga. Tenía el pelo hirsuto como las púas de un erizo. Por
debajo de la nariz se había dejado crecer un bigotillo que, como el resto del
pelo, estaba lleno de canas…
Ocurrente, sagaz, irónico. Tenía
respuesta rápida. Vivió en los Aneales.
Su padre, trabajó en la Renfe hasta su jubilación. Ejerció el oficio de Guarda
Agujas en la estación de Espeluy pero cuando cesó en el trabajo volvió a su
tierra… A Juan le tocó la lotería y se
compró una casa donde el río, en sus crecidas, no llegase. Abrió una tasquilla ‘pa
los amigos’. En la puerta, sobre el dintel colocó, en cerámica, el número
de la suerte.
Durante un tiempo se buscó la
vida con acarretos de frutos a la Estación de Las Mellizas, luego, se hizo
vendedor ambulante… Recorría el campo.
La riada grande, del día de Santa Teresa de 1956, el día que se
enterró Mérida, le cogió por la Alhaja Prieta. El arroyo de El Sabinal se llevó
la vía del tren y estuvo a punto de una tragedia si al correo no lo detiene
Pepe Martos, jugándose la vida y a quien ni se lo agradecieron. Juan pernoctó
en casa de Pinto que le dio cobijo, ante la magnitud de la tormenta…
A la mañana siguiente se palpaba el
desastre. Juan se echó a andar. Bajó por
la carretera del Valle (imposible cruzar los arroyos ni el río), y por Casablanquilla y La Gavia, a la
Estación. Cuando se encontraba a alguien preguntaba si sabía qué había pasado
en los Aneales… Nadie le daba norte. Para sus adentros pensaba que no le querían
decir la verdad. En la Vega Redonda, le comentaron que habían visto a su madre
con unos enseres en la mano… Le entró el alma en el cuerpo.
Cuando dio la vuelta del Cerro
Pelado vio que no había vías del tren. Los hombres trabajaban a destajo… No
salía de su asombro. Se acercaba a su casa. Todo era dantesco. Los raíles del
tren se habían parado contra la casa de Antonio Trujillo que, desolado, sentado
en un sillón reposaba los brazos y miraba al infinito... Entonces, Juan salió
con una de las suyas…
-
Amigo, ¿aquí se despachan billetes?
Me contó que aquel día tuvo la ‘leña’
cerca, muy cerca…
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