lunes, 15 de junio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Billetes





                                    
Juan era de estatura media, flaco y con la nariz larga. Tenía el pelo hirsuto como las púas de un erizo. Por debajo de la nariz se había dejado crecer un bigotillo que, como el resto del pelo, estaba lleno de canas…

Ocurrente, sagaz, irónico. Tenía respuesta rápida.  Vivió en los Aneales. Su padre, trabajó en la Renfe hasta su jubilación. Ejerció el oficio de Guarda Agujas en la estación de Espeluy pero cuando cesó en el trabajo volvió a su tierra…  A Juan le tocó la lotería y se compró una casa donde el río, en sus crecidas, no llegase. Abrió una tasquilla ‘pa los amigos’. En la puerta, sobre el dintel colocó, en cerámica, el número de la suerte.

Durante un tiempo se buscó la vida con acarretos de frutos a la Estación de Las Mellizas, luego, se hizo vendedor ambulante… Recorría el campo.

La riada grande, del  día de Santa Teresa de 1956, el día que se enterró Mérida, le cogió por la Alhaja Prieta. El arroyo de El Sabinal se llevó la vía del tren y estuvo a punto de una tragedia si al correo no lo detiene Pepe Martos, jugándose la vida y a quien ni se lo agradecieron. Juan pernoctó en casa de Pinto que le dio cobijo, ante la magnitud de la tormenta…

A la mañana siguiente se palpaba el desastre.  Juan se echó a andar. Bajó por la carretera del Valle (imposible cruzar los arroyos ni el río),  y por Casablanquilla y La Gavia, a la Estación. Cuando se encontraba a alguien preguntaba si sabía qué había pasado en los Aneales… Nadie le daba norte. Para sus adentros pensaba que no le querían decir la verdad. En la Vega Redonda, le comentaron que habían visto a su madre con unos enseres en la mano… Le entró el alma en el cuerpo.

Cuando dio la vuelta del Cerro Pelado vio que no había vías del tren. Los hombres trabajaban a destajo… No salía de su asombro. Se acercaba a su casa. Todo era dantesco. Los raíles del tren se habían parado contra la casa de Antonio Trujillo que, desolado, sentado en un sillón reposaba los brazos y miraba al infinito... Entonces, Juan salió con una de las suyas…
-         Amigo, ¿aquí se despachan billetes?

Me contó que aquel día tuvo la ‘leña’ cerca, muy cerca…

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