Ya están abiertas ventanas y
puertas del infierno… Me horroriza todo lo que se nos viene encima hasta que
asome por las esquinas de los cerros el otoño. Dicen que algunas veces algún
diablo compasivo las entorna un poco en esas horas en que la madrugada tiene
una cierta predisposición para recibir al alba… Sinfonía llamada verano. Comienza
el acto primero.
Están floridas, ahítas de color
y huérfanas de olor, las adelfas. Han crecido en los bordes del arroyo, en las
orillas del río pero no cerca de la lengua del agua. Otras, sembradas en las
medianas de la carreteras, aguantan estoicas el fuego que sale del asfalto en
las horas más duras de la siesta.
Los granados del vallado han
cambiado los pétalos rojos, grandes, intensos de sus recien cuajados frutos por
unas granadillas que toman cuerpo. Esperan que la madurez, con el paso de los
días, las conviertan en la fruta coronada de granos rubíes y sensuales.
Han tomado posesión de plaza
los olivos. Están cuajados de pezoncillos reverdecidos. Esperan hacer bueno el
refrán: “una por san Juan, ciento en Navidad”. Acumulan aceite que aún no se ve
porque, dice la gente del campo, todavía es leña. Apuntan a cosecha. Anuncian
belleza y son cuentas de un rosario de esperanza.
Ya están granados los trigos.
Las cosechadoras peinan las lomas. Les han sacado unas rayas que desde la
lejanía parecen cabezas de gente joven que quiere llamar la atención. Desde que
desaparecieron las cuadrillas de segadores (“De segar de los sembrados / ya
vienen los segadores / de beber agua de pozo / toda llena de gusanos”) la tecnología, adueñada del campo, muestra el
rastrojo con otra perspectiva.
No tienen día ni noche ni hora
estas máquinas. Los hombres que las manejan van encerrados en cabinas
acristaladas y “llevan aire acondicionado y - me dicen- , algunas, hasta
emisoras de radio para comunicarse con otros compañeros que trabajan en sitios
lejanos”. Aquí vendría bien aquello de don Hilarión en la verbena de la Paloma:
“Hoy las ciencias adelantan / que es una barbaridad”.
Han abierto las puertas y las
ventanas del infierno. Horas largas de siesta plomiza. Surco aviones por el
cielo. Un chorreo continuo de queroseno. Llega el ruido de sus motores… ¡Qué
Dios nos coja confesados si sigue calentando el sol de esta manera!
No hay comentarios:
Publicar un comentario