martes, 12 de junio de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La huebra



Por  el contorno de la era estaba la huebra. A los niños no nos gustaba cruzarla. Los terrones no eran propicios para unos pies calzados con sandalias. La huebra aunque no la aparentaba tenía vida. Una vida propia y no dejaba de sorprendernos.

 Un año, en la hueca del olivo retorcido y viejo, vimos  cómo se adentró silenciosa ese animal del que la gente huye por su maldición bíblica. A lo mejor aquel tronco con tantos años y leñoso era el lugar donde ella pasaba el invierno al resguardo de los fríos y nosotros lo desconocíamos.

Un año supimos que allí, casi en mediación, anidó la perdiz. Lo descubrimos por casualidad. Cantaba, cada mañana,  al alba, muy temprano. Era un reclamo que no veíamos pero que sí escuchábamos. Un día nos sorprendió al levantar  el vuelo muy intenso y corto, y  se dejó caer, sobre uno de los recodos de la cañada… Nunca dimos con el nido ni vimos los perdigones.

Al final, casi donde se entroncaban las cañadas, había un majano y en el majano unas palmas. Los palmitos eran las delicias de los niños. Siempre andábamos a las caza de algún hombre mayor que con una palmitera los sacada. Nosotros les quitábamos los abuelos y llegábamos al corazón. Por Navidad la palma ofrecía su fruto. A mí nunca me gustó la uva de palma…

En su mediación había una higuera. Era una higuera de secano. Cuando por este tiempo, porque era una higuera breval, comenzaban a rayarse las brevas y pregonaban su madurez, los pájaros eran los primeros en visitarla al apuntar el día. Aquellos pájaros eran los más madrugadores de toda la campiña. Algo parecido ocurría cuando comenzaban, a mediados de verano, los higos...

Cuando la barcina llegaba a la era los moreros rompían las gavillas y esparcían la parva. La cobra de yeguas era preciosa. La más vieja, a la mano; las más briosas, en la punta. A los niños nos gustaba sentarnos en el suelo del rulo y dábamos vueltas y vueltas…

Los hombres hacían hora para aventar. Esperaban la marea en un chozajo de cañas y adelfas. El calor, tórrido. El agua del cántaro, caliente… Mis primos me han dicho que tenemos que ir un día por allí. Les he dicho que conmigo no cuenten. “Nunca vuelvas al lugar donde fuiste feliz”.





No hay comentarios:

Publicar un comentario