Cincuenta y siete años, ocho
meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a
una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era
para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las
sombras se hacen más sugerentes.
De Faraján, llegó un niño
pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con
un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras
cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la
discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de
reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que
siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o
sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de
Antequera, la fidelidad de la amistad…
Hemos recordado los olores de
aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que
unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego,
nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.
El cielo azul limpio; una nube juega al escondite con las
palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco
vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien
comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no
había nada’ y nosotros aprovechábamos el agua templada que salía de la térmica, y el hambre que daban los baños y un autobús viejo
y desvencijado que nos traía a la playa y…
Alguien dijo que la vida es lo
que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.
Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama
amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus
barandillas vemos como se nos pasa la vida…
Cincuenta y siete años, ocho
meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a
una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era
para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las
sombras se hacen más sugerentes.
De Faraján, llegó un niño
pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con
un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras
cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la
discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de
reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que
siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o
sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de
Antequera, la fidelidad de la amistad…
Hemos recordado los olores de
aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que
unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego,
nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.
El cielo azul limpio; una nube juega al escondite con las
palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco
vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien
comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no
había nada’ y nosotros aprovechábamos el agua templada que salía de la térmica, y el hambre que daban los baños y un autobús viejo
y desvencijado que nos traía a la playa y…
Alguien dijo que la vida es lo
que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.
Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama
amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus
barandillas vemos como se nos pasa la vida…
Cincuenta y siete años, ocho
meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a
una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era
para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las
sombras se hacen más sugerentes.
De Faraján, llegó un niño
pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con
un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras
cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la
discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de
reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que
siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o
sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de
Antequera, la fidelidad de la amistad…
Hemos recordado los olores de
aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que
unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego,
nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.
El cielo azul limpio; una nube juega al escondite con las
palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco
vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien
comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no
había nada’ y nosotros aprovechábamos el agua templada que salía de la térmica, y el hambre que daban los baños y un autobús viejo
y desvencijado que nos traía a la playa y…
Alguien dijo que la vida es lo
que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.
Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama
amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus
barandillas vemos como se nos pasa la vida…
Cincuenta y siete años, ocho
meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a
una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era
para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las
sombras se hacen más sugerentes.
De Faraján, llegó un niño
pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con
un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras
cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la
discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de
reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que
siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o
sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de
Antequera, la fidelidad de la amistad…
Hemos recordado los olores de
aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que
unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego,
nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.
El cielo azul limpio; una nube juega al escondite con las
palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco
vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien
comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no
había nada’ y nosotros aprovechábamos el agua templada que salía de la térmica, y el hambre que daban los baños y un autobús viejo
y desvencijado que nos traía a la playa y…
Alguien dijo que la vida es lo
que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.
Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama
amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus
barandillas vemos como se nos pasa la vida…
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