miércoles, 28 de junio de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. De ayer a hoy

Cincuenta y siete años, ocho meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las sombras se hacen más sugerentes.

De Faraján, llegó un niño pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de Antequera, la fidelidad de la amistad…

Hemos recordado los olores de aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego, nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.

El cielo azul  limpio; una nube juega al escondite con las palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no había nada’ y nosotros aprovechábamos el  agua templada que salía de la térmica,  y el hambre que daban los baños y un autobús viejo y desvencijado que nos traía a la playa y…


Alguien dijo que la vida es lo que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.  Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus barandillas vemos como se nos pasa la vida…
Cincuenta y siete años, ocho meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las sombras se hacen más sugerentes.
De Faraján, llegó un niño pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de Antequera, la fidelidad de la amistad…
Hemos recordado los olores de aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego, nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.
El cielo azul  limpio; una nube juega al escondite con las palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no había nada’ y nosotros aprovechábamos el  agua templada que salía de la térmica,  y el hambre que daban los baños y un autobús viejo y desvencijado que nos traía a la playa y…
Alguien dijo que la vida es lo que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.  Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus barandillas vemos como se nos pasa la vida…

Cincuenta y siete años, ocho meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las sombras se hacen más sugerentes.
De Faraján, llegó un niño pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de Antequera, la fidelidad de la amistad…
Hemos recordado los olores de aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego, nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.
El cielo azul  limpio; una nube juega al escondite con las palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no había nada’ y nosotros aprovechábamos el  agua templada que salía de la térmica,  y el hambre que daban los baños y un autobús viejo y desvencijado que nos traía a la playa y…
Alguien dijo que la vida es lo que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.  Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus barandillas vemos como se nos pasa la vida…

Cincuenta y siete años, ocho meses y veintiocho días. Niños de ayer; hombres de hoy en torno a una mesa, a una sobremesa larga, muy larga, como quien no tiene prisa porque el día era para eso, y a una tarde al amparo de la brisa que viene del mar cuando las sombras se hacen más sugerentes.
De Faraján, llegó un niño pelirrojo y con muchas pecas en la cara; del Trabuco, uno que jugaba al fútbol con un estilo impropio de un chaval que apuntaba a mucho, en el fútbol y en otras cosas. No decepcionó; de Algarrobo, el buen gusto, la elegancia, el estilo y la discreción; de Bobadilla, alguien, que pasado un tiempo, se encargó de reunirnos a todos; la Cueva del Becerro envío un ejemplar único, tan único que siempre pedía: “hay que centrar al centro…” (y, ¿adónde si no?); Garrincha, o sea, la embajada de Colmenar necesitaba, la banda y un balón para él solo; de Antequera, la fidelidad de la amistad…
Hemos recordado los olores de aquellos años; el tiempo que pasaba lento y nos marcaba. Eran años en los que unas manos a las que siempre estaremos agradecidos nos encauzaron , y luego, nos mandaron, a cada uno, a recorrer los caminos a su manera y modo.
El cielo azul  limpio; una nube juega al escondite con las palmeras; unos barcos en el horizonte. Esos barcos van a alguna parte; un banco vacío, unas palmeras que mueve la brisa; unos niños en la playa. Alguien comenta, y ‘entonces, las Escuelas del Ave María estaban solas y por aquí no había nada’ y nosotros aprovechábamos el  agua templada que salía de la térmica,  y el hambre que daban los baños y un autobús viejo y desvencijado que nos traía a la playa y…
Alguien dijo que la vida es lo que pasa mientras nosotros hacemos proyectos.  Si no es así, se le parece. De ayer a hoy hay tendido un puente. Se llama amistad. Hoy porque nos ha parecido bien hemos decidido cruzarlo y desde sus barandillas vemos como se nos pasa la vida…






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