jueves, 22 de junio de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pueblo de agua y luz

Es una pincelada blanca al pie de sierras calizas; un suspiro escapado entre olivares y campiñas;  un anhelo hacia un cielo azul, puro y limpio; un derroche de cal y arte recostado; un sueño a orillas de un río…

Paco Campos  –  en un excelente trabajo, en Desde el Alto Guadalhorce  que vio la luz hace unos días -  dice, que Villanueva del Trabuco, que es el pueblo del que se trata, limita, al norte, con el monte de Los Villares; al sur, con el río. Al norte, terrenos abruptos; al sur, tierras inundables por las crecidas en su margen izquierda. Se lo ponen difícil, solo una escapatoria de crecimiento urbanístico: el eje este-oeste. O lo que es lo mismo, en los bordes de la carretera que lleva desde Villanueva del Rosario a Salinas…

En Sierra Gorda, San Jorge y Gibalto nacen arroyos de aguas claras: el Higueral, Chocillas, de la Pita... Todos pierden su nombre, y como en las fuentes del Esla, se agrupan; nace el río. ¿Dónde nace el río Guadalhorce? ¿Ah? Pregunten cada uno le da la importancia al que más quiere…

Un surco de fresnos, alisos, chopos y álamos negros; pequeños puentes de cuentos de hadas; misterio de arte y belleza dice que por allí, por allí va el río, y quién quiera saber más que vaya a Salamanca. Por cierto, puestos a saber, el Trabuco está a 47 km de Málaga, a 84 de Álora –que está “en par del río”, y es mi pueblo - ,  a 492 de Madrid, a 1.748 de París, a 5.341 del  Cabo Norte, en Noruega, y a 12.949  de Jabarosk donde se unen el Amur con el Ussuri…, kilometro más, o kilómetro menos.

Por aquí anduvo el hombre primitivo; luego, vinieron romanos y visigodos. En su suelo se construyó un ‘trabuco’, máquina de guerra, o sea, catapulta que lanzaba piedras y otros objetos  contra fortalezas y murallas. Se empleó en el cerco de Loja. Por aquel entonces, como ahora, la gente se entendía de una manera muy rara; es decir, agrediéndose entre ellos.

Tiene el abanico de nombres más raros del santoral: Fulgencio, Gerásimo, Jacinto, Ambrosio, Horacio…

-         Y, ¿aquí no hay ‘Pepes’, ‘Antonios’ o ‘Juanes’?, preguntó el cura  recién llegado, que se llamaba Victoriano.

Pasaba una niña; le pregunta:

-Y, tú ¿cómo te llamas?

- Córdula.

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