El viajero solicita en la recepción del hotel que le
llamen un taxi. En Viena, a diferencia de otras ciudades, habitualmente, el
taxi no se toma al asalto por la calle.
O se llama, o se va la parada. Cuando
llega le pide que lo acerque al Volksgarten. Está, relativamente cerca, entre
el Parlamento y el Ayuntamiento.
Es una mañana de luz y color. Sopla una brisa
agradable. Accede por una de las puertas laterales; la que abre al cinturón que
rodea Viena. Entra en un espectáculo de colorido. El primor, el refinamiento y
el buen gusto francés trasplantado de la mano del bien hacer a Centroeuropa.
El Jardín del Pueblo que es el significado de Wolsgarten
se construyó para deleite de los archiduques en 1817. En 1823 se inauguró oficialmente.
Pasó a ser público, y desde 1825 se conoce como Jardín de Pueblo.
En su centro tiene una fuente renacentista con nenúfares
en sus aguas y patos. En uno de los extremos, un monumento a Elisabeth de
Baviera, o sea, Sissi, erigido unos años después de su asesinato en Ginebra; en
el otro extremo, un templo a Teseo, el más humano de los héroes griegos y del que
cuentan que estuvo en la vanguardia del ejército en la batalla de Maraton…
El Jardín del Pueblo tiene varias peculiaridades.
Está considerado y catalogado como patrimonio de la herencia de los austriacos
y posee una de las más bellas rosaledas de Viena. El viajero echa mano a su
guía y sabe que tiene más de tres mil variedades de rosas…
Pero eso no es todo. Todos los aficionados a las
rosas, pueden ‘tener’ su rosal. Por un precio le ponen su nombre y su
dedicatoria. Junto a la identificación varietal durante un año un cartel
indicará a quien está dedicado.
El viajero pasea por el laberinto geométrico de
colores rojos, rosas, amarillos, fucsias. No da crédito a tanta hermosura; se
asombra, mira y ve, y se acuerda de todas las personas que hoy podrían estar
disfrutando con él, para compartir tanta belleza.
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